Revista Diario

Cuando emigrar es un delito

Publicado el 19 octubre 2016 por Karmenjt

Esta mañana, tomando mi primer café, mientras miro de reojo las noticias antes de salir a trabajar veo lo del motín en el CIE de Aluche. La noticia me interesa y presto más atención. La presentadora habla de unas decenas de amotinados que permanecen en la azotea y que no se sabe muy bien que piden y da paso al periodista que está en la calle, a pie del CIE, y totalmente chopado, todo hay que decirlo, que últimamente parece que si los periodistas que corretean por la calle no sufren las inclemencias del tiempo no parecen creíbles, y en Madrid esta mañana llovía.

El caso es que el citado periodista/corresponsal dice más o menos textualmente: “No entendemos cuales son los motivos para amotinarse, porque el personal del CIE nos ha dicho que el centro está muy limpio, la comida es buena, las camas son también buenas, las habitaciones amplias, y que pueden moverse casi con total libertad por el interior del centro”

Claro, no entiendo como la gente no paga por pasar unas vacaciones en un centro de internamiento de extranjeros, y de paso aprender idiomas, no te jode. A mí estas cosas me cabrean mucho.

Mientras tanto salían imágenes de los amotinados, gritando y haciendo señas desde la azotea, supongo que a las decenas de cámaras que debían haber abajo, enarbolando pancartas e intentando aprovechar esos escasos minutos de denuncia que el directo les permitía. Creo que gritaban cosas como: libertad, dignidad y justicia. Desconozco cuál de estos motivos no le bastaba al periodista para entender una protesta, excepto que no les diera ninguna credibilidad a los extranjeros internados en él, y sí creyera a los funcionarios que por supuesto no tienen ningún interés en mentir sobre la situación del centro.

Supongo que dicho periodista a quién levantarían deprisa de la cama, de madrugada, para cubrir la noticia, no habrá podido informarse antes de enviar su crónica, y desconocerá que una delegación contra la tortura del Consejo Europeo realizó un duro informe sobre el estado del centro, que calificó de lamentable, más bien típico de un ambiente carcelario. Que esas amplias habitaciones de 24 metros cuadrados sin baño y que permanecían cerradas durante toda la noche, eran ocupadas hasta por ocho personas. Que la situación sanitaria era deficiente, la comida de mala calidad y los malos tratos algo habitual, por lo que pidieron una investigación inmediata e imparcial al Gobierno. No, no la busquéis, nunca se hizo.

En los siguientes minutos algunos contertulios discutían sobre si un CIE es una cárcel o no. Ahí apagué la tele, además de que se me hacía tarde no aguantaba escuchar más sandeces.

Por supuesto que son cárceles, y aunque tuvieran todas las comodidades del mundo seguiría siendo injusto que, sin haber cometido ningún delito, por el hecho de entrar de manera “ilegal” a un país o circular sin la documentación necesaria te puedan encerrar durante meses, sin apenas contacto con el exterior y con el miedo a la expulsión a un país, que puede ser el de origen o cualquier otro, del que se ha huido con desesperación, miedo a la guerra, o hambre.

El domingo Jordi Évole nos mostró en su documental “Astral” el miedo y la desesperación en los ojos de todas esas personas que abarrotaban las barcas a punto de hundirse. Ese documental hizo que muchos espectadores sintieran la empatía necesaria para dejar de ver a los inmigrantes como una amenaza, como intrusos. Como decía uno de los voluntarios cooperantes, podríamos ser cualquiera de ellos. Ya fuimos como ellos, en trenes hacía Alemania y Francia, y mucho antes andando, cruzando fronteras hacía centros de internamiento en las playas francesas, huyendo de la guerra.

Y aunque el tema de hoy no tiene nada que ver con el del lunes, seguro que Ana estaría de acuerdo en que Bob Dylan habría hecho una bonita y concienciada letra sobre esto.


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