Revista Diario

Guardian…

Publicado el 24 febrero 2019 por Mtevico

Capítulo uno

“Las hojas del calendario mantenían todas la década de los cuarenta del siglo pasado y podéis creerme, cuando os digo que ese verano fue con mucho para nosotros, que tuvimos la suerte de vivirlo, el más significativo de todos los que le siguieron. Las fuerzas del cielo y la tierra, por un corto espacio de tiempo, tan solo unas semanas, se confabularon para definir nuestros destinos, de un modo que subsistiría inexorable.
Si algo bueno tenía nuestra pequeña comunidad, ajena al bullicio de la gran ciudad, era la armonía entre sus habitantes. Los veraneantes, fusionándose con los habituales del pueblo, sin tener en cuenta las prevenciones sociales, ideales, ni religión.
Su estacionamiento temporal y el buen clima, dejan de lado los remilgos para apiñarlos a todos, como moscas, en una taza de miel…
Aún ahora, pasados muchos otros veranos, todavía en el recuerdo, puedo sentir la arena de las dunas del Cabo, bajo mis pequeños pies descalzos …”
******
La jarra de limonada reposa desde hace diez largos minutos, sobre el velador de la
terraza, mientras Roberta, recostada en una de las dos mecedoras del cuidado porche de madera, parece querer atravesar con su mirada, el vidrio helado y viscoso, por las gotas del dulce y pegajoso líquido, que se deslizan hacia el plato.
Su boca tiene pintada, la sonrisa escarlata de todas las tardes y los zapatos aguardan el instante de probar la altura del tacón, mientras que en su memoria se abren paso, los recuerdos quebrados y lejanos, de un pasado siempre presente.
Las notas melifluas surgen del destartalado gramófono… Como casi cada crepúsculo, prodigiosamente, la transportan de nuevo, al trasatlántico que la trajo hace ya algunos años, a este insólito continente.
Los buenos y malos recuerdos, se ahogan en la partitura sensual de un conocido autor y los aromas de azul y sal de la travesía, se hacen cómplices de la brisa del atardecer en el Cabo, para depositarla en los brazos de su querido Jack, la última noche, el último tango, en el salón de baile.
Le es fácil recrear la pista central, brillantemente iluminada por enormes arañas de cristal, suspendidas del artesonado del techo. La extraordinaria escalinata de mármol travertino, decorada con centros de porcelana victoriana repletos de flores .
Exóticas palmeras rodeando el tragaluz de vidrio emplomado y los colores del sol poniente, derramando bellísimos reflejos en el pulido suelo.

Ella es una de las hermosas mujeres que ocupan la estancia ,vestidas con suaves sedas y muselinas que les aportan una imagen etérea y seductora. Calzadas con increíbles zapatos de elevado tacón, trazando bellas figuras con sus parejas de baile. La música cautivando los sentidos… Y los perfumes y las luces, componiendo un clima de exaltación.
Cuando la partitura termina, lentamente se libera de Jack y de su cálido abrazo y su mirada lejos de la ensoñación, se apaga de nuevo, mientras deja escapar una sonrisa melancólica y sin proponérselo, un ahogado suspiro, que le recuerda a sí misma, que no está en el lujoso salón de baile, sino en el tramo final del camino de sus días.
En el sopor de este largo estío y rodeada de fantasmas que cansados de esperar, la reclaman para sí.

Capítulo dos
Siete años dan para mucho, incluso para olvidar un pasaje de la historia que no interese a nadie mantener vivo, pero esta opción no invalida los hechos, y que alguien más, por diferentes motivos, emplee todo su interés en recordarlos.
Transcurría el verano de 1942, Europa estaba en guerra con Alemania, los nazis controlaban casi todos los países de la contienda.
Las esperanzas de Churchil, se centraban en la RAF, los EEUU y la Unión Soviética; en su propósito, había mantenido más encuentros con Stalin que el propio Roosevelt, ya que consideraba algunos asuntos, demasiado sofisticados para los norteamericanos. La Luftwaffe parecía llevarles siempre la delantera, anticipándose a las acciones de los aliados. La nueva estrategia de vuelo, resultó nefasta para los bombarderos de la RAF. La teoría era que si volaban en formación cerrada, se deberían cubrir unos a otros en el combate y derribar fácilmente a los enemigos… Pero incomprensiblemente, las incursiones de los cazas alemanes, les arrebataban un número cada vez mayor de aviones y de vidas.
Al primer ministro sólo se le ocurrían dos posibilidades; que el sistema de radar alemán fuese mucho más perfecto que el de los aliados, o bien, el servicio de inteligencia nazi estuviese infravalorado. En realidad, no podía estar más acertado.

Capítulo tres
En el aeródromo Ted, convino girar de nuevo la hélice del pequeño aeroplano, después se dirigió al piloto .
– Ya está Jack, puedes accionar la válvula y el contacto cuando quieras.

– ¡Allá vamos!.
El joven aviador, se inclinó hacia delante en la carlinga, para encender los interruptores, al tiempo que dirigía una afectuosa sonrisa a la fotografía que presidía la cabina.
Era el último vuelo de reconocimiento de Jack, en las próximas dos semanas. Deseaba estar al lado de su joven esposa, cuando diese a luz a su primer hijo. Ambos, estaban muy esperanzados con su bebé y el jefe de su unidad ya le había firmado el permiso. Roberta no sabía nada, le iba a dar una sorpresa…
Jack alertado, sintió como por debajo de su muñeca, la palanca de control que abría la válvula del combustible, se desplazaba y soltaba un bufido sordo. Un instante después, cuando el motor se crispó y expulsó gasolina, supo que algo marchaba mal. Una sacudida, le empujó bruscamente hacia atrás y hacia fuera del asiento. El ruido y el calor de una intensa deflagración le rodeó y anuló todos sus sentidos. En cuestión de segundos, las llamas devoraron la bonita fotografía, mientras el pequeño aparato, se inclinaba sobre el morro, herido de muerte.
-“ Nunca tantos han debido tanto a tan pocos”… Ted, coreó con sorna, la frase insignia de la RAF, favorita de Churchil. – Mientras su rostro, se transformaba en una horrible mueca de odio a todos y cada uno de los ingleses, con los que se veía obligado a compartir su trabajo y su vida personal a diario.
Su tapadera había sido impecable…
Nadie hasta hoy, sospechaba de Ted Hunter , un tranquilo y eficiente mecánico que odiaba a muerte a los alemanes. Nada más lejos de la verdad. Ted en realidad, daría con placer su vida por el Tercer Reich. Se sabía digno representante de la raza aria. Le venía de familia, su padre fue uno de los que provocó el sospechoso incendio en el Reichstag (el Parlamento alemán), el 28 de febrero de 1933.
-“Si viviese ahora se sentiría orgulloso de su hijo”.- Con este pensamiento cruzó como un diablo la pista del pequeño aeródromo y se dirigió a la solitaria oficina, donde transmitiría con eficacia, el éxito del sabotaje, a su contacto en la Alemania nazi.

Capítulo cuatro
Apenas seis años después de la muerte de Jack, él había conseguido robarle, a su compañero de vuelo, toda su vida. Roberta y el pequeño Dean se encontraban tan indefensos , que le fue muy sencillo acostumbrarles a su presencia.

Se congratulaba de ello, mientras avanzaba por la senda de la playa, camino de la casita de las dunas, herencia de los padres de Jack.
Lo primero que llamó su atención , fueron sus risas, sobre una suave elevación con las toallas extendidas sobre la arena, susurrando y haciéndose caricias había una pareja de adolescentes. No era extraño encontrarlos cerca del antiguo Balneario. Por los destartalados ventanales, algunos de los jóvenes más atrevidos del pueblo, se colaban entre los raídos cortinajes de la gran sala de baile, para estar a solas. A Ted, le causaba placer observarles sin ser visto, especular con las vidas de otras personas y posteriormente arrebatárselas de forma insidiosa, era su pasatiempo favorito.
La voz de Roberta le sacó del ensimismamiento. Seguramente Dean, le había reconocido y se adentraba en las dunas caminando con determinación hacía él. Ted adoraba a Roberta, pero detestaba a su hijo. No soportaba pensar que era el hijo de Jack. Un centenar de hormigas, le recorría la espalda cada vez que el niño se le acercaba, descubría cada día cosas nuevas de su padre muerto en el pequeño y los fantasmas del pasado le resultaban en definitiva ,exasperantes.
Pensó en la posibilidad de permanecer escondido, acechando un rato más, pero se decidió por fin, a salir al encuentro de Dean, para no delatar su presencia. Siempre podría sacar algún provecho de su descubrimiento más adelante, especuló.
– Estoy aquí Roberta – se situó nuevamente en el camino y en un instante ya estaba en el pórtico de la casa, mientras la besaba en la mejilla dijo – He creído ver un cachorro perdido, pero no he logrado alcanzarle- ¿Eso es limonada?,traigo una sed espantosa. Le dedicó una somera caricia al pequeño y se dejó caer en la mecedora al tiempo que se proveía de una considerable porción de bizcocho de chocolate.
Mientras Roberta le servía la bebida, le espetó directamente.
-¿ Has visitado al doctor ? . Dime, ¿ Tiene ya los resultados de las pruebas?.
– Si. Aunque el diagnóstico es correcto, la operación no es inminente, todavía dispongo de varios meses para poner en orden mis asuntos y arreglar algunas cuestiones.
– Me parece tan terriblemente injusto, – Roberta pronunció esta frase con intensa nostalgia – primero Jack, y ahora tú…
******
Fuera la noche se había transformado. El viento proveniente del océano, barría los
arriates y batía las contraventanas. El columpio del jardín se mecía en una cantinela sonora de avíos oxidados, mientras las ramas de los olmos del límite de la propiedad

de Roberta, se alargaban hacía el cielo amenazante , como los descarnados dedos de una bruja, golpeando en la oscuridad de la playa. Roberta, desvió su mirada hacia el norte, el faro iluminado le devolvía la serenidad, necesitaba tranquilizarse y orientar sus pensamientos. No pudo explicarse el estremecimiento que la poseyó, creándole una desazón, presintiendo una fatídica venganza.

Capítulo cinco
Al amanecer, ya se había instalado de nuevo el verano en el Cabo.
La colonia de pescadores resplandecía con sus suaves tonos pastel, renovados por la lluvia de la noche pasada.
El aire salado y limpio, invitaba a pasear y los aromas a café y bollos recién hechos que emanaban del animado establecimiento de Amelie, proporcionaban un ambiente festivo en la concurrida calle principal. Esa mañana Roberta, como muchas otras, saludó con una sonrisa al administrador del ayuntamiento, Aaron Keller -un buen hombre – que llevaba sirviendo a los intereses del pueblo desde hacía varios años. Gracias a su perseverancia, logró completar la lista de los agentes de espionaje nazi, que permanecían furtivos y diseminados por el condado. Encubiertos por una nueva identidad y gozando de una vida regalada, obviando el daño que habían hecho en la guerra a los ciudadanos y eludiendo toda responsabilidad ante los tribunales .
A sus instancias, Roberta, había quedado esta misma mañana, en encontrarse con el detective, al que le encomendó su particular tarea. Pero afortunadamente ,ya no iba a necesitar más de sus servicios. Se haría justicia después de todo, por fin el Destino, se cobraba su contribución. Estaba convencida. Jack seguía velando por ellos, a pesar de haber abandonado hacía varios años, este mundo.
******
“Recuerdo como su semblante resplandecía, con una sosegada sonrisa. Me abrazó con dulzura y nos dirigimos disfrutando de nuestro paseo, hacia el puerto. Como un niño que era, me resultaba fascinante, ver los preparativos en el malecón, de los expertos pescadores que estaban disponiendo sus aparejos. Mucho más tarde me percaté, de como echaba de menos estas acciones tan sencillas, en el día a día de mi estancia en la
gran ciudad. Curiosamente jamás volví a pensar en Ted ”.
Dawn 2011
Fin.


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