Revista Literatura

Hablando con fanáticos

Publicado el 23 noviembre 2011 por Migueldeluis

Hace unas semanas me encontré un mensaje en twitter que decía más o menos así:

para proteger a tu hijo de la polio confia en la ciencia, vacúnalo y no reces

y parece que el autor del mensaje tenga razón, porque quien no vacune a su hijo debe ser un fanático religioso, ¿no? Porque, ¿qué razón tienen para desconfiar de la ciencia?

Bueno, ¿y si el mensaje hubiera sido?

para conseguir electricidad barata confia en la ciencia, vota por las nucleares y no seas hippy

Supongo que podríamos discutir lo de la energía nuclear y si su peligrosidad o relación riesgo / beneficio es mayor o menor que las vacunas. Y sería comparar peras con periquitos, además de una bonita discusión estéril.

Ya sé que he empleado una falacia para llamar vuestra atención. Muchos más lo hacen diariamente para manipularos. Todos, sin darnos cuenta, todos los días. ¿Vivimos en un mundo de fanáticos?

Etiquetas peligrosas

Una vez que etiquetamos a una persona como fanática la exiliamos mentalmente al mundo de “aquellos con quienes no se puede hablar”. Se convierten así en una suerte de intocables, de locos, de irracionales de los que no tenemos nada que aprender, a los que es imposible enseñar y cuyas palabras son veneno.

Esta concepción aisla a las personas y genera más muros y perjuicios que los del propio fanatismo. Nos divide en “buenos” y “malos”; nosotros, ciertamente, somos los buenos, ellos los malos. Y ahí ya estamos empollando el huevo de la violencia hasta que un día eclosione.

Hablando con quien no se puede hablar

Una de las cosas buenas de que te guste la teología es que te va a tocar hablar con muchas clases de creencias. Desde esa clase de ateo que piensa que la religión (como si fuera una sola) es el peor cáncer para la humanidad y que yo secretamente deseo su muerte hasta quien piensa que cualquier traducción de la Biblia que no derive del Textus Receptus es impía y te convierte en ateo. Y no exagero nada.

¿Son agradables esas conversaciones? Depende de la persona. Y es que los valores de una persona no pueden resumirse en una sola creencia por estrámbotica que nos pueda parecer a primera vista. Con todo, lo normal es que requieran mucha paciencia y cansen; hay, desde luego, muchísimos obstáculos que superar.

El fruto del diálogo

Hace tiempo que aprendí a no debatir con estas personas. No, no es esto lo que quiero decir, voy a intentarlo de nuevo.

Cuando hablas con estas personas tu objetivo no puede ser demostrar quien tiene razón. Os enredaréis en falacias, y en los truquitos del lenguaje. En vez de eso intenta comprender su pensamiento y muestra, no demuestra, el tuyo.

Con eso aprehendemos su punto de vista, su cosmovisión en la medida de que esto es posible. Al mismo tiempo ofrecemos la posibilidad para que el fanático se haga partícipe de la nuestra.

Por otro lado quizás descubramos las grietas de nuestro propio pensamiento. ¿Miedo? ¿De qué? ¿Y si el fanático tiene razón? Pues entonces seríamos nosotros el fanático y cambiar sería lo mejor que podríamos hacer. En realidad no hay que ponerse tan dramáticos, todos tenemos puntos débiles en nuestro pensamiento, cosas que hemos dado por supuestas y saltos entre las ideas; las falacias viven en la mente del más sabio. Lo que hay que hacer es aprovechar la ocasión para perfeccionar nuestro pensamiento, incluso cambiarlo radicalmente si hace falta, pero no necesariamente hacia la del fanático. Los fallos son oportunidades para el crecimiento.

¿Y el fanático, qué? Pues lo que haga con las razones que le hemos dado será su responsabilidad. La nuestra es ser sabios, no dictadores.


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