Aquel juernes, con licencia especial para hacer botellón, fue su despedida de la infancia, un rito iniciático dirigido por manadas de joviales beodos.
-Perrea, perrea, y longaniza al puchero-, vociferaban en aquel oráculo poligonero.
Cuarenta días de abstinencia, de solitaria y amarga penitencia, sin resurrección tras domir aquella terrible mona.
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