Mejor dejar eso para la morgue.

   Hoy es el día de mi muerte. La de verdad. La que acabará con mi cuerpo en una estrecha caja de madera brillante y haciendo salir las lágrimas prefabricadas de los que se queden aquí. Aunque he muerto ya muchas veces. Solo a medias. Casi podría decir que he muerto a diario.
   Morí del susto el viernes pasado, escudada tras un bol de palomitas y un cojín blando. Morí de felicidad con aquel viaje sorpresa que pensé nunca llegaría. Morí de sueño el lunes. Morí el fin de semana con cada trago de alcohol y cada cigarrillo de ese paquete que ya lo avisaba. Morí anoche mismo, de gusto, cuando conseguí meterte en mi cama.
   Pero hoy moriré, sin más. Moriré porque así lo he decidido. Moriré por todos esos minúsculos trocitos blancos de químicos machacados y compactados en un molde. Y moriré por esa botella y su contenido del color del caramelo, que se balancea. Una. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve... He vuelto a perder la cuenta. Creo que ya hay tantas pastillas como muertes a medias he experimentado. ¿Bastará con esas? ¿Debería coger hielo? No. Mejor dejar eso para la morgue.