Pi

Paró y contempló la fila de hormigas que cruzaban lo que quedaba de calzada en aquella calle desierta. Tras un buen rato, levantó un pie y cruzó la fila sin pisarla para, seguidamente, hacer lo mismo con el otro y continuar la marcha. Fui tras sus pasos, pegada a él y sin hablar, como había sucedido buena parte del camino. Durante un segundo, mi mente viajó al lado de Héctor, a un tiempo feliz, muy lejano ya, cuando pasábamos juntos por nuestro parque favorito. Luego mis pensamientos se desvanecieron y miré de reojo a Pi. Observé su rasgos humanoides y traté de no verlo como lo que era. Incluso me pareció sentir que su caminar era humano y no metálico y chirriante. Que no pisase aquella fila de hormigas fue el primer gesto de humanidad que había contemplado después de tanto tiempo estando sola, sin hombres con los que hablar, ni siquiera con los que pelearme por un trozo de pan seco.
Aquel androide fue el único en años que mostró compasión. En los albores del siglo XXII ese simple gesto fue el primero de otros que vendrían después y el que me hizo recobrar la esperanza.