Tostadas para desayunar

Jose se ha llevado el dedo a la nariz y ha inspirado fuerte, al tiempo que la punta de su lengua ha asomado casi como un acto reflejo del deseo. Es el mismo dedo que tenía metido en el coño de María hace un segundo. Esta sonríe porque es el momento justo de hacerlo. Una sonrisa que lleva pasión brotando de sus labios.
Esta tarde, antes de reunirse con él, ha leído unas páginas de una novela romántica y la ha comentado con Jose, su amante ocasional, ese que mete los dedos en su coño de cuando en vez. Mientras le cuenta, él inspira el almizcle de su interior y se deja llevar.
La bestia que los devora, la rutina, se aleja cuando están juntos. Y, cuando no lo están, muerde menos fuerte pues, aunque arranca jirones de piel, por fortuna aún no llega al hueso.
La sonrisa de su amante le recuerda a esas tardes, mil años atrás, en que su mujer también le contaba cuentos de hadas y reían juntos.
Curiosamente, ambas leen gilipolleces. La sonrisa de su mujer es la del pasado y la de María, la de un presente en el que Jose hunde sus dedos en alguien con quien no desayuna los fines de semana. De ese modo puede olvidar durante algunas horas al mes que todos los fines de semana habrá tostadas para desayunar.