Revista Literatura

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Publicado el 17 febrero 2012 por Beatrice

    No le tiemblan los tacones al pisar sobre el cemento humedecido de la acera y evita pisar los charcos que se han formado tras el último aguacero, para no mancharse las medías de seda. Siempre la verán igual vestida, vestido negro, ceñido hasta dónde la imaginación alcanza, medias de seda cuyo ribete de encaje se adivina al caminar y una gabardina color carbón. Se recrea en su aspecto de Dalia Negra pero remarca su originalidad con una espesa cabellera roja del mismo tono que el carmín de sus labios. Se expone noche tras noche en la misma esquina, rodeada su figura de los girones azulados del humo de un cigarro a medio consumir. Lo fuma con delicadeza alargando las caladas, disfrutando de cada bocanada de muerte inhalada.
    Se percata entonces de que está siendo observada desde la esquina opuesta por el grupo de aves carroñeras que trabajan en su misma calle. Se sabe criticada y envidiada por todas ellas pero ¿quién tiene la culpa de que ellas nacieran veinte años antes y con menos gracias? Emborronan sus ajados rotros bajo espesas capas de pote y polvos, esos que las gotas de lluvia hacen escurrir mejilla abajo camuflando las lágrimas que al incio o al fin de la noche todas derramarán.
    ¿Qué hace alguien como ella en un trabajo como este? Se preguntan ellas cada noche. Con su cara y su figura podría encontrar un local caliente y cerrado donde vernderse – si es que trabaja por gusto – opina una. Si yo fuera ella en mi vida habría puesto un pie en estas esquinas, dice otra. Y entre críticas banales y comentarios crueles hacen la mayoría de las noches, observando como ante ella se detienen muchos más clientes de los que podrían contar entre todas al mes.
    Deja escurrir entre los dedos la colilla consumida del cigarro sin mancharse con los restos de carmín y les dedica una sonrisa imperceptible a sus contrincantes de enfrente. Se pasa los dedos por el cabello, atusando un mechón rebelde que no quiere quedarse tras la oreja y es testigo de como las nubes empiezan a juntarse otra vez.
    Ya ha rechazado varias compañías esta noche, sabe que puede permitírselo pues sus ingresos mensuales no se verán afectados, pero sobre todo lo ha hecho por molestar a sus vecinas. No tiene en absoluto algo en su contra, pero le gusta jugar.
    Un coche negro con aspecto de recién encerado se detiene ante ella y la ventanilla del copiloto se desliza hacia abajo. Lo observa detenidamente, catalogando la posición económica del conductor y las posibilidades.
    —¿Por cuanto, muñeca? - Desde el interior del vehículo una figura másculina le invita a subir.
    Ella se toma su tiempo examinando a su posible cliente antes de darle una respuesta afirmativa.
    —Cincuenta por una noche, tu alma por una vida.

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