Revista Diario

10 de Enero de 1894

Publicado el 30 diciembre 2010 por Chirri

10 de Enero de 1894
Un, dos, tres, cuatro; media vuelta, cinco seis siete, ocho, media vuelta. Así con paso pausado y marcial desfila por su zona de vigilancia, una y otra vez, con una monotonía ad nauseam. No importaba, ya nada importaba, la vida no tenía sentido.
En las guardias eternas, veinticuatro horas que se alargaban como un siglo, los pensamientos vuelan como las aves, nadie con quien hablar, ni en el cuerpo de guardia ¿Para qué? No tiene solución, es un triste pavo real derrotado y desplumado, alguien a quien sólo el que le pudieran compadecer, le heriría aún más el roto corazón.
En este fin de siglo que se avecina, su futuro era de lo más preclaro, la amenaza de guerra contra Estados Unidos, por el conflicto de Cuba, provocaba una situación en la que el ascenso en el escalafón podía impulsarle a una vida grata, llena de aventuras, actos heroicos y reconocimiento publico.
¡Quien lo hubiera pensado cuando abandonó aquel poblachón de donde procedía! Siguiendo el sueño de su padre, un ganadero con más ínfulas que tierras, que veía para su hijo en la carrera militar, una manera de destacar ante los demás terratenientes y poderes públicos de la comarca, quien sabe, a lo mejor su vástago se convertiría en un futuro no muy lejano en el gobernador militar de la provincia, lo que le daría una preeminencia especial en el casino, los demás socios ante su presencia, se verían obligados a plegar el periódico a su paso y levantarse de sus butacas.
Nada ni nadie le dijo que en aquella academia sería uno más, el dinero invertido con esfuerzo por su padre en traerle allí, no le serviría de mucho, pues allí se encontró con otros jóvenes, incluso con mayores posesiones terrenales, acostumbrados al dominio de seres inferiores en su escala, edecanes y siervos pululaban por las habitaciones atendiéndoles, atentos a sus deseos.
Las tardes de paseo, cientos de gallitos con ros emplumados y uniformes recién planchados, llenaban las alamedas, pavoneándose al paso de cualquier dama, estas, coquetas, hacían girar sus sombrillas, de tal forma que el camino parecía sembrado de semillas de diente de león a punto de elevarse volando.
Para el fue el día más luminoso de la primavera, o eso le pareció al verla, iba acompañado de una ama, que le iba reprendiendo de vez en cuando, por su pícara sonrisa que repartía con prodigalidad, a la que iba acto seguido una bajada de mirada y un dulce parpadeo parecido al aleteo de los gorriones que la sobrevolaban.
Al verla, se ruborizó hasta la raíz del cabello, un calor seco le subió por las mejillas, supo en ese mismo instante, que no podría vivir sin estar a su lado para siempre, todos los días y todas las horas de su vida no valdrían nada, sin estar junto a ella, esto le infundió un valor excelso, por lo que osó acercarse a ella.
- Buenas tardes señorita. – Dijo galante, acercándose la mano derecha a la visera del ros.
- ¡Pero habráse visto tal desvergüenza! –Exclamó horrorizada la ama. –Márchese si no quiere que le dé un bastonazo. ¡Hasta aquí podríamos llegar! ¿Dónde se ha visto que se pueda dirigir a una dama sin haber sido presentados?
A pesar de lo desfavorable del acercamiento, todo le supo a gloria al observar, como ella se había llevado su enguantada mano a la boca para intentar ocultar la más bella sonrisa que hasta entonces había contemplado, su corazón latía atropelladamente y sólo fue capaz de balbucear una disculpa que en absoluto sentía.
A partir de entonces, todas las tardes que no se hallaba de servicio, se encaminaba al mismo sitio de la alameda a esperarla, allí la seguía a cierta distancia provocando un juego de miradas y sonrisas que ella a duras penas lograba ocultar con su abanico, antes que un recio tirón de su ama, la hiciera volver a situar la vista al frente.
Mes a mes, ese era su alimento espiritual, su alma se sentía satisfecha con sólo esta ración de amor, para el era más que suficiente, a pesar que por la noche en su catre, elucubraba mil y una maneras de acercarse a su padre y pedirla en matrimonio, pero sabía que aquel momento quedaba lejano, un triste cadete no era nadie a la hora de sustentar una familia, por lo que el rechazo paterno estaba asegurado, debería esperar a graduarse y obtener un ascenso en alguna escaramuza en algún remoto y perdido lugar de Marruecos.
Pero como nada es eterno, un día el cielo se hundió bajo sus pies, después de cruzarse con ella en la alameda un día que la notó más seria que de costumbre, vio como dejaba caer a su espalda un billete que él se apresuró a recoger, lo desenvolvió y con primorosa caligrafía, ella le pedía que la olvidara para siempre, su padre la acababa de comprometer con un capitán que acababa de llegar de las colonias, cargado de laureles y además pertenecía a una de las familias con mayor raigambre en la ciudad, además de poseer vastas y numerosas propiedades.
Ya concluye su guardia, uno, dos, tres y cuatro, media vuelta, cinco, seis, siete y ocho, se detiene y del cinturón saca su pistola.
10 de Enero de 1894

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