Revista Literatura

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Publicado el 17 marzo 2012 por Beatrice
(lee la primera parte de esta escena aquí)
Hizo girar la llave hasta que la puerta del apartamento se abrió. Él observaba el descansillo con las manos en los bolsillos y gesto de disgusto. Le molestaba aquel aspecto tan impersonal y antiséptico. Su mueca no cambió al entrar en el domicilio. Las paredes, la decoración y los muebles eran de un aburrido blanco y negro monocromático, con pequeños detalles cromados.
–¿Tienes acciones en Ikea? –le preguntó con desgana al terminar la primera ojeada por el salón.
–Cuando tengas que pagarlo todo con una beca estatal... –no terminó la frase. Él había abierto la nevera y registraba su interior con avidez. –¿Se puede saber que estás haciendo?
Se apoyó en la parte superior, inquisitiva.
–Buscando algo que me moje la garganta, –masculló –pero veo que tendré que conformarme con agua mineral.
–Puedes ir a comprar lo que quieras. –sugirió.
–Podemos –la corrigió –. Recuerda que no debo separarme de ti.
–¿También vas a meterte conmigo en la ducha?
–Eso sólo si tú me lo pides.
–Me temo que vas a quedarte con las ganas, es demasiado pequeña para los dos. –se volteó con su habitual
altanería y desapareció por la segunda puerta del pasillo.
Él suspiró y se pasó una mano por la revuelta melena.
–Maldita seas – gruñó entre dientes.
A pesar de que en ella aún quedaba humanidad, su condición afloraba constantemente. A las de su calaña les encantaba jugar al ratón y al gato, lo había aprendido hacía mucho tiempo, pero ella parecía ser la alumna aventajada de la clase.
Salió tras ella por el pasillo, observando aquella zona del apartamento que aun le era desconocida. Comprobó que la segunda puerta estaba abierta y se recostó en el marco, cruzado de brazos. Ella estaba parada delante de un cajón abierto observando su interior. Se había quitado el vestido negro y ahora solo se cubría con una bata del mismo color aún más corta. Antes de hablar se relamió, recreándose en la forma en la que se frotaba con el empeine del pie izquierdo la pantorrilla contraria.
–Por mí no te molestes. –sugirió desde la puerta. –No es necesario que te pongas más ropa.
–¿Nunca te han dicho que es de mala educación entrar a un dormitorio sin llamar? –inquirió, arqueando las cejas. Él sonrió con arrogancia.
–Eso es sólo cuando la puerta está cerrada.
Avanzó por el dormitorio hasta sentarse a los pies de la cama. Ella le rodeó, altanera como siempre, y se dirigió al lado contrario del dormitorio donde se encontraba el baño. Pocos pasos antes de llegar a la puerta se desanudó el cinturón que sujetaba la escueta bata y la dejó caer, resbalando poco a poco hasta tocar el suelo.

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