Revista Talentos

A Dios le debo la vida

Publicado el 14 mayo 2012 por Eurotaxitom @eurotaxitom
A Dios le debo la vidaEn los pueblos de los años 60/70 –al menos en el mío– todo el mundo le debía algo a alguno, o a varios,  de los comercios del lugar. La venta a plazos estaba tan generalizada, que el cobrador en bicicleta llamando en las puertas de los vecinos era una imagen casi entrañable. La venta a plazos estimuló el consumo en un momento depresivo de nuestro país y, al menos en los pueblos, se hizo en base a la confianza entre vecinos y comercio. No intervinieron instituciones publicas, no intervenian los bancos. Todo el riesgo lo corría el profesional autónomo que regentaba desde una pequeña tienda de electrodomésticos, hasta un taller mecánico.
A principios de la década de los 80 –muy jovencito, casi adolescente– pasé a ser uno más de los cientos de autónomos que forman el tejido productivo de mi ciudad, uno de los millones que formamos el del país, aunque nadie se acuerde de nosotros. Y, como no, pasé a financiar las compras y reparaciones de mis clientes.
Lo que en los años 60/70 sirvió como estímulo para el consumo, a partir de los 80 se convirtió en un verdadero quebradero de cabeza para el pequeño comercio. La crisis que se vivía a comienzos de la década, hizo que los impagos se hicieran mas frecuentes. Cantidad de pequeñas empresas cerraron sus puertas con una cartera de impagados importante.
Tengo que reconocer que nunca he llevado bien este sistema, y que me sentí aliviado cuando los bancos y financieras fueron tomando el relevo.
Todo el mundo ponía su mejor voluntad para que las cosas funcionasen, pero si las cosas se torcían –un cabeza de familia se iba al paro, por ejemplo– el que pagaba los platos rotos era el que había prestado el dinero. No digo que sea justo, que no lo es, pero nadie dejaba de comprar las pastillas de la abuela por seguir pagando la lavadora. Si el cabeza de familia se ha quedado parado, Eulogio –el dueño de la tienda de electrodomésticos– se tiene que esperar para cobrar. Hay unas prioridades claras, y pagar la lavadora no es una de ellas.
Hace unos años la señora Merkel (ella o el vendemotos que haya sido) nos vendió la moto –no sé si es de la marca €uro o de que marca es–. La señora Merkel ha estado cobrando religiosamente los plazos hasta que las cosas se han torcido. Ahora nuestros cabeza de familia están dejando de comprar las pastillas de la abuela para poder seguir pagando la moto.
Los platos rotos no los está pagando el que arriesgó para conseguir negocio. Toda la política económica que se está haciendo va enfocada a conseguir fondos para pagar al cobrador que llama a nuestra puerta. Mientras tanto, de puertas para adentro hay desahucios y comienzan a escasear las pastillas de la abuela.
Tengo la sensación de que alguien tiene las prioridades desordenadas.

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