Revista Diario

A la mujer que me crió...

Publicado el 29 agosto 2010 por Hada

A LA MUJER QUE ME CRIÓ...A la mujer que me crió no se le caían los anillos por hacerlo. Más bien, al contrario: siendo casi tan joven como yo a la hora de escribir este texto, consagró su vida a mi crianza.

A la mujer que me crió la llamaban "la Lollo", por lo guapísima que fue y por su gran parecido con Gina Lollobrigida. Claro que, quienes así la calificaban desconocían su mayor belleza: la interior, la que sólo se puede observar con los ojos del alma.

A la mujer que me crió la encantaba la canción que aquí escuchas y, por eso, hoy la traigo hasta estas líneas.

A la mujer que me crió le perdían los tacones e ir perfecta siempre, aunque fuese para ir a comprar a la venta. En esto sí que nos parecemos bastante, ella y yo.

A la mujer que me crió los animales domésticos no la enamoraban demasiado. Creo que ésta era nuestra mayor divergencia. Sin embargo, siempre buscaba a mi adorado Misha 1 para que durmiese sobre sus rodillas.

A la mujer que me crió la dislocaba Adolfo Suárez. Todavía recuerdo aquella pegatina redonda preelectoral, que no sé de dónde pillé pero que le pegué en los azulejos del baño, sobre el lavabo, para que lo contemplase siempre que quisiera.

A LA MUJER QUE ME CRIÓ...

A la mujer que me crió le apasionaban el cine, el teatro, viajar, visitar museos, Errol Flynn, las revistas del corazón, los concursos televisivos y el café recién hecho.

A la mujer que me crió la enamoraron de tal modo con sólo 16 años que, tras aquello, no quiso saber de otro hombre que no fuese su idolatrado esposo.

A la mujer que me crió la llevo clavada en el corazón, en la mente y en cada poro de mi piel.

A la mujer que me crió le sucedieron situaciones terribles que enfrentó y de las que salió victoriosa.

A la mujer que me crió ayer fui a llevarle esos claveles rojos que tanto la agradaban.

A la mujer que me crió ayer volví a besar al reposar mis labios sobre su grisácea lápida.

A la mujer que me crió ayer volví a sentir y a escuchar al apoyar mi frente sobre la pared de piedra que ahora la cobija y guarda.

A la mujer que me crió al principio la llamaba "yaya" y por siempre la llamaré "abuela".

A LA MUJER QUE ME CRIÓ...Hoy hace dos años que te fuiste, abuela. Hoy hace dos años que tu ausencia física pesa como una inmensa losa de mármol. Hoy hace dos años que no cantamos juntas "Dormida en el Bosque". Hoy hace dos años que una matutina e inesperada llamada de mami me despertó al más intenso dolor que he vivido hasta hoy. Hoy hace dos años que realicé el viaje aéreo más terrible.

Pero también hoy hace dos años que continuaste camino, liberándote de la esclavitud de tu enfermo cuerpo. Hoy hace dos años que volviste a abrazar a tus padres y hermanos, a tu marido. Hoy hace dos años que te reencontraste con la esencia que eres, más allá de la gran mujer que fuiste. Hoy hace dos años que nos cuidas mejor que nunca lo hiciste: ¡y mira que eso es difícil de lograr!

Por eso ayer volví a calzarme los zapatos rojos para ir al cementerio y al convento, donde junto con mis monjitas, celebramos una Misa por y para ti. ¿Recuerdas? Siempre me decías: "cuando me muera, tendrás que ir de rojo para que se te note el luto"... ¡Mi eterna pasión por el color negro! Y sí, ayer, como en tu duelo, volví a ceñirme la negritud al cuerpo, pero, también como entonces, adornaban mis pies aquellos zapatos rojos que me puse en cuanto supe de tu muerte orgánica. Esos zapatos son un guiño entre tú y yo. Como cuando ambas sabíamos que no habían sido los ratones quienes habían mordisqueado, a hurtadillas, el chocolate escondido en la alacena de aquella cocina en la que crecí y en la que me enseñaste a ser la mujer en que me he convertido.

Espero que estés feliz. Sé que lo estás. Así te vivo, así te huelo, así incluso oigo tus pasos, rápidos y bien firmes, cuando enfermo y me tumbo en el sofá y acudes, presta, a mi encuentro.

Confío en que estés orgullosa de nosotras porque somos un reflejo de ti misma.

Te quiero, abuela.

Gracias por todo lo que hiciste por mí, por ella, por nosotras. Gracias por tu coraje, por tu exigencia, por tu entrega, por tus frases, por tus canciones, por enseñarme lo poco o mucho que sé de cocina, por tus noches insomnes cuidando de mí, tu única nieta...Y cuando me toque proseguir con mi propio viaje existencial sé que ahí estarás, esperando a fundirnos en un abrazo eterno. Como el que nos damos a diario. Como el que compartimos en sueños. 

 


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