Era hermosa.
Para mí, para mis amigos, para todos los presentes, piedra libre a la belleza ineludible.
Llegamos con mis amigos a un bar de Vicente López de esos que dan a la playita. Teníamos como mucho 20 años y el atrevimiento de un nene de 5 pidiendo ese juguete preferido a cuanta tía o tío se cruce por el camino. Ingresamos y todos la vimos sentada en una especie de Vespa azul, con sus pelos negros muy mal cortados pero largos muy largos, una especie de pollera media-asta de flores hermosas y una camisola entre hippie y muy hipppie azul, tan hermosa como ella.
Éramos cinco, pasamos delante de ella y mirándome directamente a los ojos dijo, es muy lindo tu pelo.
Debo contar que a esa edad el largo llegaba a más de la mitad de la espalda y si bien lo mío era un manifiesto de música de guitarras distorsionadas y letras sangrientas/satánicas, mi aspecto en otros tópicos, era de un chico rockero moderno, apenas heavy, como para no espantar chicas.
Agradecí con mi cabeza haciendo un pequeño latigazo hacia abajo, invadido por la vergüenza y seguí caminando como si nada hubiera sucedido.
Los chicos me miraron un poco espantados por mi escasa reacción.
De cobarde nomás, me amparé en frases del tipo seguro estaba aburrida, o es la típica chica linda histérica.
De todos modos prometí cual político en campaña, que si pasaba nuevamente delante mío le diría algo.
Pasó delante mío a los dos minutos, me miró y no le dije nada, con todos mis amigos de testigos.
Volví a prometer si cuando voy a la barra me la cruzo le digo algo.
Me la crucé, no le dije nada y a esa altura mis amigos dudaban incluso de mi sexualidad. Mi pudor estaba pasando a peor vida.
Juramenté a un dios en el que no creo, que si me la cruzaba una vez más le hablaba.
No me lo permitió. Vino directamente a mí, me susurró que se llamaba Karina y me preguntó si era de la zona. Luego de mantener una conversación de 5 minutos en la que le dije que cantaba en una banda de rock, nos prometimos llamarnos por teléfono, para vernos antes de que ella viaje a la costa, porque trabajaba durante los tres meses del verano.
Era Promotora.
Nunca la llamé.
Tuve miedo de que me lastime, de que me haya tomado el pelo, de que eso haya sido una apuesta entre amigas, de que se tome el atrevimiento de hacerme creer que las chicas lindas podían ser atrevidas.
A los dos meses caminaba con mi amigo Leo por la peatonal de Villa Gesell.
Entre los amigos decíamos que estar con él traía suerte y así me lo estaba por demostrar el destino.
Dos chicas muy lindas comenzaron a caminar hacia nosotros. Ambas vestían un pantalón de cuero ajustado, una musculosa entallada tremendamente entallada y zapatitos apenas altos.
Ambos le dedicamos nuestra mirada más atrevida mientras ellas seguían dirigiéndose a nosotros.
Leo me dice che, la morocha te está mirando demasiado. Una era morocha y la otra rubia. Cuando estuvieron a un metro, una de ellas preguntó ¿gaby?
Yo no entendía quien era, de dónde la conocía. Mis amigos siempre hablaron de mi, llamémosle, suerte con las chicas, pero esto excedía todo proyección de éxito o fortuna. No había simpatía, gracia, particularidad, sonrisa,broma o encanto que justifique que esa fémina me conozca o me hable.
Karina de La Arboleda en Vicente López me dijo entre asombrada y molesta.
Claro su pasado hippie no coincidía con su actual imagen de chica rockera muy mala y perniciosa. Yo había olvidado su trabajo veraniego de promotora de no sé que y debía vestirse así.
Nunca me llamaste me dijo ante el oído atento de Leo, quien había sido testigo de mi cobardía de antaño.
Perdí el teléfono, mentí.
Mentira de épocas sin celulares. Mentiras que ya no existen y fueron reemplazadas seguramente, por otras mucho menos románticas.
Preguntó ¿qué hacés hoy? Le conté que salía con mis amigos a un boliche rockero llamado La Cruz. Lamentó tener que ir a un evento que se realizaba en Pinamar y en el que tenía que estar. Me invitó pero tontamente le dije que preferiría verla en otra situación.
Me propuso con la valentía y la impunidad de un vikingo, encontrarnos al otro día en la esquina de la 3 y 103 tipo 4 de la tarde e ir a la playa. Y Así quedamos.
Yo tenía mucho miedo de que no vaya. De esperarla en esa esquina durante 30 minutos y terminar tomándome un helado sólo e inventándole a mis amigos una causa por la cual estaba esa noche con ellos y no con ella.
En realidad tenía miedo de que vaya, me dedique lo mejor de sí misma, pero sólo por un par de días.
Temía ser sólo la anécdota de una chica hermosa y cheta que se sacaba el gusto de estar con un rockero adolescente sin fama y engreído pero que escondía detrás una sensibilidad casi idiota e imperceptible.
Temí enamorarme. Esa es la verdad. Porque cualquier hombre ante una chica valiente, atrevida, hermosa, que dice lo que siente y quiere, cae en amor y listo.
Fui a esa esquina, esperé y a los 30 minutos estaba pidiendo un cucurucho de dulce de leche bañado en chocolate. Caminé "solapa" hasta la casa que habíamos alquilado con mis amigos y me puse a escuchar BRITISH STEEL de JUDAS PRIEST haciendo un air drum asombroso.
Yo me decía flaco ¿qué querés? dos veces te invitó a salir. DOS VECES! Sos un tarado. Merecés que no haya ido.
Dudaba entre decirles a mis amigos que tenía mal aliento o que cogía mal. Ella no se lo merecía, pero de cobarde nomás.