Beatriz Benéitez Burgada. SantanderA priori, las personas que tienen mucha fe y se aferran a ella continuamente, tienen algo ganado. Y es que no necesitan encontrar una explicación para todo lo que les pasa. Ni indagan en las causas, ni analizan los efectos, ni estudian las consecuencias, ni son del todo conscientes de lo importante que es tomar decisiones. Las cosas pasan ¨porque Dios lo quiere así¨. Es verdad que a veces no podemos influir sobre algunas de las cosas que nos ocurren. Dios, el Orden del Universo, el destino, los Budas... conjuran para que pasemos por unas u otras experiencias. Y, ante eso, poco o nada podemos hacer, salvo aprender la lección que nos estuviera reservada y seguir caminando. Si no aprendemos nada, es probable que repitamos curso. Pero hay otras veces -y yo creo que son muchas-, en las que sí podemos hacer algo para cambiar nuestra suerte. Pero claro, hay que trabajar. Hay que tener los ojos, la mente, la intuición y la percepción bien abiertas; Hay que poner todos los sentidos en lo que hacemos; Hay que querer aprender y escuchar a quien nos pueda dar un buen consejo. Y luego, tomar decisiones personales, aún a riesgo de equivocarnos -esto se llama Libre Albedrío y otro día hablaré sobre ello-. Pero eso no siempre es fácil.
Es mucho más cómodo dejarnos llevar por la vida como si fuéramos en el autobús y sólo estuviéramos esperando que llegue la parada en la que nos tengamos que bajar. En el mundo hay muchos tipos de personas. Pero creo que, en última instancia, todas pueden englobarse en dos grupos: los actores y los espectadores. Los primeros, son los que se sientan en un banco a ver pasar su vida por delante, con el conformismo y el determinismo a cuestas; los que se dejan vencer por sus miedos y sus inseguridades; los que dicen a quienes se equivocan ¨ya te lo dije¨... Los segundos, son los que prefieren ir caminando, los que se encuentran con decisiones que tomar y las afrontan, los que encaran sus miedos y consiguen, poco a poco, vencerlos; los que optan por arriesgar; los que sienten curiosidad por conocer otras realidades distintas a la suya; los que tienen la mente abierta. Esos son los actores. Y todos podemos elegir en qué grupo queremos estar. Personalmente, prefiero ser actor, aunque cuesta. Me caigo, claro, como todos; Muchas veces. Pero no me quedo en el suelo llorando porque me he caído; Me curo un poco las heridas, o dejo que me ayuden a curarlas (no estar sólo es fundamental, ya hablé de eso en Sentido de Pertenencia); me levanto, pienso qué dirección quiero tomar y empiezo a andar de nuevo. Quizá un poco coja al principio. Pero las heridas siempre acaban remitiendo. Como mucho quedan cicatrices, pero verlas nos ayuda a no olvidar lo aprendido. A veces hay noches que se hacen casi eternas. Pero cuando llegan, procuro acordarme de que siempre, siempre, acaba saliendo el sol. Solo hay que pensar en positivo, tratar de proyectar lo que queremos que ocurra, y trabajar en la dirección adecuada. Y, en lugar de lamentarnos por la adversidad, mirar alrededor y darnos cuenta de lo afortunados que somos. Yo por lo menos.