Revista Diario

Adios

Publicado el 14 noviembre 2010 por Chirri
El mundo se le cayó encima, nunca hubiera esperado lo que le acababan de comunicar, un mundo estúpido y cruel que se calentaba por minutos, lleno de veneno y contaminación, con más cabezas nucleares de las necesarias para extinguir toda forma de vida sobre su superficie, todo eso acababa de explotar delante de ella.- Pero yo puedo trabajar en otro departamento, sin ir más lejos, en personal, tenéis una vacante.- Mira, la decisión ya está tomada y no me compete a mí cambiarla, de verdad que no es plato de buen gusto para mí, pero no hay otra salida.- Que terrible.Ella miró hacia su estómago, pues sentía un vacío atroz, observó que no la faltaba ningún trozo de su cuerpo, pues estúpidamente había pensado que tenía un agujero real, tan grande era la sensación que sentía.De vuelta a su mesa de trabajo, esa que había sido suya durante la última década, contempló desolada que no podría llevarse las macetas que había ido atesorando durante todos esos años, suspiró por ellas y rezó para que sus compañeras tuviesen a bien regarlas en su ausencia.Le avergonzaba levantar la vista y mirar a su alrededor, sabía que todos la estaban observando y no sabía qué hacer o qué decir para salir airosa de esa situación, un par de lágrimas pugnaba por asomar a sus bellos ojos y nerviosamente se frotó la nariz para ahuyentarlas antes de que pudieran caer.Con un pequeño suspiro, por fin levantó la mirada y se encontró con la cara de Almudena, esta había sido su alma gemela todos estos años, cuando antes incluso de encender el ordenador, habían intercambiado sus deseos, sus sueños, sus logros, sus alegrías y ahora tendría que comunicarle su último dolor.- Almu, yo…Incapaces de decirse nada más las dos se fundieron en un doloroso abrazo, hasta ese momento contenido, las lágrimas por fin se desbordaron, empapándose mutuamente, después de un tiempo eterno lleno de suspiros, se separaron y se miraron a los ojos; al ver los estragos que su emoción habían provocado, se echaron a reír tontamente mientras buscaban nerviosas un pañuelo con el que reparar aquel estropicio.- En fin comencemos a terminarDespués de dedicar un instante a pensar en el estúpido juego de palabras que acababa de crear, se sentó en su cubículo y comenzó a despegar una tras otra, todas las fotos que había pegado en la pared, junto a la pantalla del ordenador, fotos de sus vacaciones o de las vacaciones de otros, momentos siempre felices con los que acompañar la triste rutina diaria, hizo con ellas un pequeño montón encima de la mesa y contempló los huecos que habían quedado en la pared, rodeados de cuadraditos de papel amarillo de los post-it. – La vida es el hueco que vamos dejando a los demás. – Se dijo a sí misma.Tambien recogió todos los pequeños amuletos y recuerdos que fue atesorando, pequeños regalos de compromiso o de corazón que sus compañeros le fueron obsequiando estos años, sobre todo imanes, imanes en los que le indicaban que alguien se había molestado en comprárselo en periplos de lejanas ciudades, donde publicitaban en tan diminuto “souvenir” las excelencias de la tierra; un pequeño coliseo, un barquito pesquero, una playa infinita y el que más la gustaba: el pene del David de Florencia.Afortunadamente, Almu, volvió a su rescate, aportándole una bolsa de papel con el logotipo de una boutique del famoso empresario gallego, en ella depositó todas sus pertenencias amorosamente, igual que uno trata a unos cachorritos recién nacidos, cogió su bolso y su abrigo y sin mirar a nadie ni a nada se encaminó a la salida, caminando lo más airosa que pudo, abrió la puerta después de salir, en el umbral antes de que se cerrara la puerta, le guiñó un ojo a Almu.

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