Para los antiguos nórdicos Yggdrasil era el árbol de la vida, el fresno que mantenía unidos los mundos mediante sus raíces y copa y al que había que acceder para arribar a Asgard, el hogar de los dioses. Los árboles han sido tradicionalmente centros de culto para los pueblos precristianos, que realizaban ceremonias y tributos a la Madre Naturaleza tomando un ejemplar como referente; los escritores, haciéndose eco de estos mitos que enriquecen la historia de la humanidad, han sido prolíficos al imaginar aventuras en las que los árboles ocupan roles principales: valgan como ejemplos John R.R.Tolkien y el contemporáneo George R.R. Martin en la saga Game of Thrones.
Ya que su destino pendía de las ramas del árbol de la vida los nórdicos celebraban el nacimiento de Frey, dios del Sol y responsable de la fertilidad de la Tierra, en el comienzo del solsticio de invierno y a los pies de un árbol. El elegido era un roble que se adornaba con antorchas y las danzas en el bosque a su alrededor completaban el rito que tenía carácter sagrado; una versión menos naïf asegura que no sólo antorchas colgaban de sus ramas: algunas cabezas cortadas de los enemigos que tuvieran el mal tino de transitar por territorio ajeno también formaban parte del decorado.
Alrededor del año 740 San Bonifacio se encontraba abocado a la tarea de evangelizar a los otrora llamados bárbaros por Roma y en este peregrinar ordenó derribar el roble vinculado al paganismo y reemplazarlo por el pino, símbolo de la vida eterna de Cristo dado su carácter perenne. Manzanas y velas fueron los ornamentos elegidos: las últimas representaban la gracia divina, las primeras, como no podía ser de otra manera, recordaban la naturaleza impía de la pecadora humanidad tentada por Eva a instancias de la serpiente.
El primer árbol de Navidad tal como lo conocemos actualmente se remonta al año 1605 y fue armado en Alemania a fin de dotar de carácter festivo a los duros días del invierno. La tradición se extendió al resto de Europa y recién en 1841 Inglaterra tuvo su primer exponente en el castillo de Windsor a instancias del príncipe Alberto de Sajonia, el apasionado esposo de la temperamental Victoria.
Con el correr de los años los ornamentos fueron mutando de acuerdo a las costumbres, creencias y dictados de la moda de los diversos países y se incorporó la tradición de entregar regalos a quienes comparten la cena navideña. En algunos países la misión de ocuparse de los obsequios corresponde a Papa Noel, en otros este personaje no resulta familiar y son los comensales quienes deben elegir los presentes y entregarlos al brindar cuando suenan las doce campanadas, pero en todos los casos el árbol es el receptáculo de los paquetes envueltos para regalo con papeles alegóricos.
A despecho de los postulados capitalistas que parecen haberlo fagocitado, el árbol de la vida sigue congregando a su alrededor salutaciones, brindis y buenos deseos que resultan en nutrición para el alma, aquel alimento espiritual por el que danzaban los antiguos. Mantener la vibración en la energía que postula la fecha y conectarse con su esencia sagrada puede ser un buen propósito para sostener en los días venideros: desde este hemisferio austral les deseo de todo corazón una muy feliz Navidad.
Bienvenida Artemisa
La jornada previa a Nochebuena íbamos caminando con Vero por las cercanías del centro de la ciudad, cuando llamó su atención una paloma joven que se encontraba arrinconada contra un edificio con dificultades evidentes para volar. No parecía herida ni golpeada, simplemente no lograba levantar vuelo más allá de unos centímetros del suelo.
Mientras Vero conseguía en un comercio cercano una caja de cartón con tapa me quedé vigilando que no se acercara a la calle. Obtenida la caja, un hombre solidario nos ayudó a introducirla y a cerrar el improvisado transporte mientras Vero convocaba un taxi a la manera de Sex and the City: ambas salíamos de la oficina, estábamos con cartera y zapatos con taco portando la caja con el ave ante la expresión asombrada del conductor.
Trasladé a la asustada palomita hasta la Asociación Colombófila pero se encontraba cerrada y entonces le improvisamos un hogar en el patio trasero de nuestra casa, con el consiguiente cuidado respecto de los habitantes felinos del hogar. La llamamos Artemisa en honor a la diosa protectora de los animales; al principio casi no se movía pero luego comenzó a acercarse al cuenco con agua, a comer semillas de chía y lino y avena Quaker y, ante la certeza de encontrarse segura, a recorrer la superficie del lugar hasta lograr con un vuelo corto situarse al lado de la palmera. Por la noche durmió sobre el techo del pequeño refugio que armó Juan con cajones de fruta y bolsas de nylon.
Durante casi dos días estuvo en nuestra casa y fue notable el cambio en el tamaño así como en su comportamiento: ganó tanta confianza como peso, comió sin tregua y hoy a media mañana levantó vuelo hasta el techo cuando fui a darle sus semillas, me miró y desplegando las alas se fue. Bienvenida Artemisa, buena vida hasta que volvamos a encontrarnos.
Ropa interior festiva
De algodón, encaje o lycra; con puntillas, lisas o estampadas en tonos fucsias: la tradición marca que la noche de Navidad no puede faltar entre los presentes a las féminas una prenda interior de color rosa para estrenar en Año Nuevo. Las marcas de lencería producen en serie vedettinas, culottes y tangas de diversos precios y tamaños con una premisa excluyente: el color rosa.
No puede ser cualquier persona, ya que sólo otra mujer debe cumplir con la tradición de entregar el simbólico obsequio en cualquier gama del rosa: bebé, básico, brillante, fucsia, salmón o coralino. Si bien la connotación se asocia a rituales de fertilidad y a la costumbre de vestir este color por las mujeres solteras como preanuncio de una boda cercana, fue durante la Belle Époque cuando se estipuló utilizar en los períodos festivos ropa rosada en su totalidad, incluyendo las prendas interiores.
Ya que comenzar el año con un detalle nuevo en la vestimenta trae buena suerte según conspicuas hechiceras, he de cumplir con el ritual una vez más y estrenaré ropa interior color rosa la noche en que ha de arribar el 2016, esta vez gracias a la generosidad de Vero.