Revista Literatura

Atardecer en Madrid

Publicado el 25 febrero 2013 por Alex Vonkarma @alexvonkarma
La bofetada de calor propia del metro de Madrid, inundaba todos los vagones y pasillos; Mark se sentó en los primeros asientos del vagón nada más abrirse las puertas.
Sentado junto a una anciana que se aferraba a su bolso como su posesión más preciada, comenzó a mirar aquel paisaje otoñal que se configuraba al otro lado del cristal.
- Te voy a ver, te voy a ver, te voy a ver – comenzó a decirse interiormente.
Estaba lleno de nervios y eso se reflejaba en su sonrisa tonta, esa sonrisa que tanto le gustaba a Ángela, su chica ideal.
Las estaciones se sucedían, para la concepción de Mark, lentamente.
-¿Acaso no puede ir más rápido este maldito vagón? – Se preguntaba una y otra vez. De pronto, para su sorpresa, se anunció por megafonía la estación deseada. Se puso de pié de un brinco, ya casi podía sentirla.
Mark abandonó la estación casi a la misma velocidad que el propio la abandonaba. Nada más salir de la boca del metro, oteó a su alrededor en busca de ella, de su cara y de sus besos.
Poco a poco se ponía más nervioso, al no tener noticias de ella; y ya eran las 17:00.
Tomando aire y serenándose comenzó a andar entorno a la cúpula que presidía la plaza, y cuando parecía que Ángela no iba a aparecer por la plaza, apareció.
Con su gorro de lana y sus vaqueros cortos me miró, la primera mirada que Ángela le había lanzado a Mark fuera de una pantalla.
De pronto ella se agarró al brazo de Mark, dado que el frío comenzaba a cubrir el centro de Madrid, y paseando frente a los jardines del Palacio Real, le dijo aquellas palabras que nunca olvidaría:
-Tengo un poco de frío, ¿te importa que guarde mi mano en tu bolsillo?
- Por supuesto – dijo Mark con una sonrisa.
Así Ángela metió la mano en el bolsillo de Mark, y suave y dulcemente entrelazó su mano con la de él. Ángela la miró con una sonrisa de satisfacción y supo que aquel viaje a Madrid había merecido la pena.
Finalmente, caminando hacia el banco de aquel parque frente al palacio, se quedaron sentados contemplando el atardecer, aquel atardecer que habían decidido recordar para el resto de sus vidas.
Atardecer en Madrid

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