Aún así, no me importaría volver a verte.

Apoyas tu mano sobre la chaqueta. Sientes calor en el angosto vagón. Yo te observo desde la lejanía sin que te des cuenta, o eso me parece a mí.
Miro con desinterés mi libro y pienso en si estarás mirándome. No me atrevo a decirte “Perdona ¿cómo te llamas?” y mucho menos a confesarte que me he enamorado de ti siendo la primera vez que te veo. Existe el amor a primera vista, o eso dicen.
Me miras y rápidamente me sumerjo entre las páginas del libro que llevo abierto, finjo que leo y que no sé que me estás mirando. Solo finjo, a la vez que mi cara se ruboriza.
“¡Qué estúpido eres! Te crees importante y ni siquiera te mira” me repito una y otra vez. El tren reduce su velocidad para detenerse finalmente en la estación. Lástima que el tiempo no hace lo mismo.
Te miro con inquietud y tú te das cuenta. Que idiota soy. Esta vez no me oculto en ningún lugar, ni hago el esfuerzo de apartar tu mirada de la mía. ¿Para qué, si ya con esa mirada te he dicho que te quiero?
Tú te levantas, y mi corazón se contrae. Llora. Te percatas, y accionas la apertura automática de la puerta del vagón. Siento que tu corazón también llora, y estaría dispuesto a levantarme e irme contigo, pero es tarde. Para cuando me he levantado y agarrado la mochila, las puertas se han cerrado y tú has desaparecido. Aún así, no me importaría volver a verte.