Me doy cuenta hoy mismo que mi vida sexual es penosa desde hace meses. No me como un rosco. En el sentido estricto se la palabra. Salgo y busco la oportunidad pero será que mi listón ha subido a cotas inalcanzables, mi nivel de embriaguez no lo baja o todos los de mi rango me parecen calamidades inservibles a altas horas de la madrugada. Pero entre pitos y flores... la menda hace meses que no se acuesta con un hombre. Que no me tocan, acarician, ni toco, ni chupo, ni naaa de naaa.
Así de confesional estoy hoy.
Y así de claro puedo decirlo.
Porque las verdades por su nombre.
Y ¿qué sucede? Pues que llega un punto que empiezo a ver a todo hombre que se me cruza en mi camino como un mero trozo de carne parlante. He perdido el sentido del respeto y la capacidad de escuchar. ¡Por Dios que esto no debe de ser sano!
Es feo. Lo sé. Me voy apañando... Dignamente.
Y en estas estaba cuando una amiga me ofrece acompañarle a clases de bachata. ¿Qué es eso? Pregunto. Un baile salsero lento. ¡Ah! Suena bien.
Y me planto en mi clase de bachata. Clases serias y gente educada.
No vayáis a malpensar.
El grupo 5 chicas y 5 chicos que van rotando cambiando de pareja en cada figura que el profe enseña. Profe dominicano, está bueno, para qué negarlo.
Música lentorra, molona y salsera.
Y en el primer acercamiento el chico se arrima mucho más allá de mi espacio vital. Y en mi estado nada recomendable. Déjate llevar me susurra. Educadamente. Pero con esas palabras al fin y al cabo.
Déjate llevar es déjate llevar. Ni más ni menos. El chico no está mal. Tampoco para tirar cohetes. Se acaba la figura.
Cambio de pareja.
Me toca un señor mayor. Que me arrima como si fuera su esposa. Baila bien, me sorprende. Aquí la mayor torpe soy yo. Acaba la figura. Hasta el señor este se me antoja interesante.
El profesor explica la figura llamada seducción. ¡Toma ya!
Me toca un mozo bastante guapo por Dios. Voy a acabar enferma.
Este nivel de hormonas alteradas va acabar conmigo.
Como se mueve por Dios. Me coge de la cintura me lleva, me gira y me tumba... ¡Uuuf!!
Y me viene esa frase a la cabeza: quien sabe bailar bien sabe follar de vicio.
Nena: ¡prohibidos estos pensamientos, cariño!!
Me suelta. Siguiente.
Me toca un tiparraco bajito y con una sonrisa de oreja a oreja al ver que le toca conmigo. No puede disimular, se arrima. Me embriaga su olor a colonia. Uf!
Dentro de mi pienso: has venido a bailar, pues baila. Déjate llevar. Y me lo empiezo a pasar bien. Paso de lo que debo parecer desde fuera. De lo que diría la yaya con este intercambio físico de parejas...
Y bailo, arrimados, porque así es el baile. Y la música empieza a mojarme, sus letras seducen y cierro los ojos.
Al final de la clase hasta me parece que sé bailar.
Será que no. Pero salimos riéndonos. ¿De qué? ¿De nada?
De nosotras, por encima de todo.
No he follado. Mi vida sexual sigue siendo miserable, un punto más cachonda (mentalmente) sí estoy.
Así que podríamos decir que hasta he empeorado...
Pero más alegre seguro.
Alegre.
La suelta.