Revista Literatura

beber beber beverdi hills

Publicado el 08 diciembre 2010 por Mcaellas
beber beber beverdi hills
El barrio de Gràcia siempre ha formado parte de mi vida en Carcelona. Aunque nací en una clínica del Ensanche, en el pasaje Méndez Guédez -lugar donde, por cierto, también nació la Casa Amèrica Catalunya-, viví los siete primeros años de mi vida en la Rambla Volart, en el empinado barrio del Guinardó. Guardo pocos recuerdos de esos años, apenas los paseos con mi abuela a un parque cercano y algún viaje en autobús hacia el colegio en el que, si era lunes y tocaba piscina, dejaba abandonada a propósito la bolsa con el traje de baño, el gorro y la toalla para evitar lo que para mí era un suplicio: una hora de clase de natación. Años después transito a menudo las estrechas calles de un barrio que durante un tiempo consiguió mantener alejadas a las hordas turísticas -que se sepa no hay edificios de Gaudí ni tiendas Custo por la zona- pero que con los años y el Time Out sucumbió a los bares de diseño y al incremento espectacular del precio de los alquileres. Sigue teniendo sus biutiful rincones y algunos bares donde emborracharse con la bohemia local pero da miedo pensar en lo que podría convertirse si sigue la senda marcada por una de sus calles principales, la calle Verdi, también conocida como Beverdi Hills. Esa calle da nombre a los Cines Verdi, pioneros en el siempre espinoso tema -en España- de la versión original y defensores de un cine que no ofenda a la inteligencia del espectador. Hacía días que no me acercaba al Verdi y esta vez fui a ver Biutiful, la última película de González Iñárritu, publicitada como la antítesis a Vicky Cristina Carcelona, como si todo fuera o blanco o negro. Biutiful me me dejó bastante frío. Sí claro, Bardem está genial, ¿qué esperábamos?, te explica como funciona la conexión mafia china - mafia subsahariana - mafia de la policía, ¿no sería un mejor un documental para eso? y lo más insólito de todo es que además el tipo habla con los muertos que le dicen cosas tan profundas como al morir las lechuzas sueltan una bola de pelo por la boca, una frase tan mítica, que tanto vale para empezar como para terminar la película. Por si fuera poco Bardem es del Español. Anda ya Iñárritu. Lo mejor es tomarse una copas por beverdi hills y olvidar la película.
Hablando de beber, beber, beverdi hills, de regalo un fragmento de de este relato íntimo de la ebriedad que escribió otro mexicano, Guillermo Fadanelli.
El que bebe no necesita pedir perdón, esto sobra y vuelve más triste la estancia en el mundo, dar excusas cuando no se hace nada más que beber es absurdo y pueril. La ansiedad por el vino suele ser desastrosa y el remedio contra esta sed es contrario al que se da contra la mordedura del perro. Si quieres que el perro no te muerda sólo hay que correr tras de él. En cambio, si bebes antes de estar sediento es seguro que la sed no te alcance. Eso lo ha escrito Rabelais en el capítulo cinco de Gargantúa y Pantagruel reviviendo una cotidiana conversación entre bebedores. Los ebrios son quizás las únicas personas en el mundo que han sostenido por unas horas la conciencia de la eternidad, ni siquiera los mártires o los héroes podrían experimentar en su ser tan profunda sensación. Uno de los bebedores de Rabelais nos aconseja con voz entusiasmada: “Beban siempre y jamás morirán. Si yo no bebo me quedo seco y mi alma se escapará a cualquier criadero de ranas. Las almas jamás habitan en parte seca”. La culpa fermenta en exceso el alma y de ésta comienza a emanar un aroma a cadáver que los bebedores podemos reconocer incluso a enormes distancias. Los sobrios acusadores, los “sanos” que no aciertan a ver a un hombre beber sin sentir pena o desprecio no merecen estar en la mesa de los hombres honrados. Yo los detesto casi tanto como el poeta Carlos Barral, quien además describió su encono con muy buenas palabras: “Los abstemios apostólicos suelen apoyarse, aunque nadie les contradiga, en los argumentos de una sanidad inhumana, mecanicista, que habla por estadísticas y enseña órganos corrompidos y disgregados por el alcohol, desde luego, pero no más destruidos que por otras mil causas. También esgrimen paparruchas de sociólogos que relacionan el alcohol con la delincuencia, con el deterioro de las relaciones humanas, con la perversión de la sexualidad y la catástrofe de las familias. Ignoran la gloria de los paraísos artificiales, el aliento a la imaginación creativa, la mitigación de las timideces y la burbuja de cordialidad y de solidaridad con la que el alcohol envuelve a los que lo aprecian. Me pregunto cómo justificarán, cuando son creyentes o piensan serlo, la función litúrgica del vino o la mitología del cáliz

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