Revista Literatura

Bioy, el gato de Schrödinger

Publicado el 14 septiembre 2014 por Kirdzhali @ovejabiennegra
Adolfo Bioy Casares

Bioy te mira.

A Bioy lo acosaba una mujer melosa y obsesiva. Harto de tener que rechazarla, siguió el consejo de un amigo que había sufrido el mismo problema: encerrarse en un cajón inventado por cierto grupo de médicos para, después de una hibernación, despertar en el futuro libre de ella.

Sin embargo, su minúsculo ataúd no resultó cómodo y tampoco solitario. Dentro, cohabitaban cientos de hombres y mujeres que, como Bioy, huían del mundo con la esperanza de que las circunstancias mejorasen.

La oscuridad, no obstante, impedía que el escritor pudiese ver a sus semejantes aunque sentía muy cerca la agridulce pestilencia a sudor y desechos humanos.

¿Cómo lograron meter a tantos hombres en aquel lugar? Alguien aventuró que los médicos conocían la pócima para reducir cabezas – y acaso cuerpos – inventado por aquella tribu indígena de las regiones amazónicas.

De repente el morbo del hacinamiento empezó a enloquecer a todos y ni Bioy pudo evadir la ira y el desprecio.

Cierto día la violencia se desató y alguien – nadie pudo explicar cómo – obtuvo un puñal. Lo que ocurrió luego es innecesario mencionarlo, basta con decir que el anhelo del genocida era quedarse solo, eliminando cualquier compañía, olor y voz.

La puerta fue abierta eventualmente y los médicos, los mismos que lo encerraron – acaso no habían pasado ni quince minutos –, sacaron a Bioy con un puñal cubierto de sangre en la mano, entregándolo a los brazos de la mujer de la que en un principio había intentado huir.

“El gato de Schrödinger solo necesitaba unos minutos de silencio”, comentó alguien mientras los amantes, reunidos una vez más, se abrazaron.


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