Revista Diario

Blogonovela: Confesiones de una Esposa Extranjera. Parte XVIII

Publicado el 18 agosto 2013 por Historias De La India @HistoriasIndia

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Sombras del Pasado

El verano del año 1973 fue un verano más largo. Nadie recordaba otro monzón tan tardío. Durante semanas, de las escasas nubes del cielo solo llegó la sombra. No llovía. La gente empezó a decir que los Dioses los castigaban por sus malas acciones. Ese verano también fue  un verano de cambios para nosotros, nos mudábamos al complejo de la casa del río. Los negocios crecían al igual que las cuentas bancarias lo cual permitió que cada uno de los hermanos construyese su propia casa. 

El auto dejó atrás una nube de polvo y al llegar contemplé las tres casas escondidas entre árboles frondosos. Estaban rodeadas de amplios jardines que contrastaban con inmensas buganvillas sobre un brillante cielo azul en un festival de racimos rosados y morados. Un sendero de grava nos condujo a nuestro nuevo hogar. La casa era demasiado cuadrada para considerarla elegante, y, sin embargo, me gustó. Tan alta desde ese ángulo, como ninguna de las otras casas que había visto, con un hermoso balcón y una magnífica vista al río Narmada. 

El Narmada se extendía majestuoso e imponente a nuestros pies. El terreno se encontraba en una colina exactamente frente al río y cuando éste cambiaba de humor  no nos afectaba. Después del monzón, el cauce del Narmada crecía y desbordaba el vasto lecho arenoso hasta lamer los terraplenes de barro que se alzaban a lado y lado; formando una enorme extensión turbulenta y cenagosa de más de un kilómetro de ancho. 

Kalyani llegó uno de esos días de calor insoportable donde el tiempo parecía eternizarse sin interrupción. Los ventiladores servían de muy poco, salvo para remover el aire caliente, las cigarras amenazaban con ensordecer a todos, respirar era un esfuerzo, y lo único que se podía hacer era tumbarse de espaldas y esperar a que llegaran las tormentas y luego, por fin, las primeras ráfagas de lluvia. En el estación del tren se había corrido la voz que una dama de la gran ciudad buscaba una chica Bengalí  y fue de esa manera como Kalyani tocó a mi puerta. Era una viuda de 25 años de tez clara, ojos negro azabache y mirada serena. Usaba el cabello corto y un sari blanco de algodón sin bordes que simbolizaba su condición. Juntó sus palmas haciendo un pranam* y le hice señas de entrar a la casa.

—Soy Kalyani de Berhampore y estoy aquí para ayudarla—dijo en perfecto bengalí

Su timbre de voz era agradable y su olor a Jazmín me recordaba mis días en el teatro. Esa misma tarde se quedó a trabajar  para nosotros. 

Kalyani no sólo preparaba arroz al estilo del sur de la India y sambar. También cocinaba a la usanza bengalí, punjabi o gujarati. El badaam kheer, el sooji halwa y el kajoo barfi se derretían como néctar en nuestras ávidas lenguas. Los chapattis salían del rodillo de amasar uno detrás de otro como si fuesen pequeños platillos voladores y formaban un montón que crecía y crecía, mientras sus manos pequeñas y estilizadas se movían con pericia entre los pequeños bollos de masa, el montón de harina y el rodillo de amasar.

Me volqué con entusiasmo a decorar la casa. El tren de medianoche había traído mis baúles repletos de gratas memorias. El traje de Sita resplandecía mientras lo doblaba con esmero envolviéndolo en papel de china. El encaje negro del abanico andaluz floreado atesoraba mis recuerdos de las presentaciones en Europa. Un par de relucientes espadas de plata de Rajasthan. Los recuerdos afloraban con cada objeto que sostenía en mis manos como un mago que saca conejos bajo la manga.

Los años pasaron volando, yo dedicada por completo al hogar y Vikas pintando. Muchas veces yo posaba como su modelo, pero la mayoría de esos retratos adornaban una habitación que Vikas utilizaba como su galería privada. En las tardes me sentaba en mi sitio favorito,el balcón de mi cuarto, para saborear el ocaso frente al Narmada. Veía crecer los niños correteando frente a mi jardín. Trepaban a los árboles y jugaban al críquet, su risa rivalizaba con el canto de los pájaros e inevitablemente sentía una punzada de envidia en mi corazón. 

El jardinero era un hombre muy oscuro, pertenecía la casta de los intocables*. A diario se dedicaba horas a podar las plantas del extenso jardin. Su hijo mayor, un niño harapiento de siete años lo ayudaba en ocasiones a recoger las hojas secas. Rohit, el hijo de Nalini, tendría en ese tiempo aproximadamente la misma edad del niño y a menudo jugaban juntos bajo la sombra de los arbustos. El jardinero les contaba historias y cantaba canciones con ellos.

Una tarde, Kalyani hinchó una bañera de plástico y la colocó en el claro de césped que había debajo del manzano, introdujo el extremo de la manguera en ella, abrió el grifo del jardín y la llenó de agua. Inmediatamente los niños se quitaron toda la ropa y al minuto siguiente estaban chapoteando y gritando desnudos en el agua fría. Rohit abrió el grifo y persiguió al niño entre los árboles, tan lejos como se lo permitía la maleza, el niño gritaba con deleite mientras salía corriendo para escapar del chorro de agua mientras Rohit profería en broma terribles amenazas. El jardín era un jaleo de aullidos, alaridos y gritos de guerra, y transcurrió una eternidad antes de que Rohit oyera la llamada escalofriante que llegaba del otro lado de la valla.

—¡Rohit! ¡Ven aquí inmediatamente!

En un santiamén el silencio extendió su manto mortal sobre los niños. Ambos quedaron paralizados, como si se hubieran convertido en estatuas de piedra. Rohit no se atrevía a mirar a Nalini, pero sentía sus ojos fijos en él y le oyó decir una vez más, con una voz que lo dejó helado:

—Rohit, recoge tu ropa y ven aquí de inmediato.

El niño hizo lo que le dijo. Desnudo como estaba, Nalini lo cogió del pelo y lo obligó a caminar delante de ella. Cogió una rama y la sacudió tres veces en el aire. Su agudo silbido heló la sangre de Rohit. Luego comenzó a azotarlo a golpes rítmicos. 

—¡Nunca juegues con un intocable!—sus ojos echaban chispas. 

Bajé corriendo al presenciar semejante escena y me interpuse entre Nalini y el niño.

—¿Qué haces estúpida?—gritaba Nalini fuera de si

—¡Déjalo en paz!—gritaba yo descontrolada mientras Rohit gemía y me apretaba los brazos con sus manitas—¿No ves que es solo un niño?

—¡No es tu asunto…es mi hijo!

—¡No me importa si es tu hijo, es una criatura inocente!

Vikas llegó ante los gritos de ambas y me sostuvo por los hombros pidiendo que me calmara. Tomó al niño en brazos y lo envolvió en una toalla. Fulminó a Nalini con una mirada  helada y le dijo que se largara. Nalini lo miró con frialdad, abrió la boca pero decidió no hablar. Dió media vuelta y se retiró.

Entramos a la casa y vestí al niño con cuidado. Me abrazaba tembloroso y asustado.

—Tía…¿Por qué los intocables son malos?

Fruncí el entrecejo y miré a Vikas.

—No creas eso, Rohit. Nunca lo creas. Nadie es malo sólo por el aspecto que tiene. Lo que cuenta es lo que hay dentro de cada persona.—intervino Vikas

—Pero, Tio ¿qué es lo que hay dentro de una persona? Cuando la gente es de otro color ¿es de otro color también por dentro? —Vikas no le respondió. Rohit pensó que se había olvidado de él, de modo que insistió—: ¿Tio?

Vikas volvió la mirada hacia Rohit.

—Te lo explicaré enseguida…—Vikas se dirigió a su estudio y trajo consigo seis botes de plástico y los puso en la mesa de la cocina.

—¿Ves estos botes, Rohit? ¿Son todos iguales?

Rohit negó con la cabeza.

—No, Tio

Uno era pequeño y ancho, otro estrecho y alto, otro de tamaño mediano, y también los había de otras formas.

—Muy bien. Ahora, imagina que estos botes son personas. Personas de diferentes formas corporales. ¿Puedes hacerlo?

Rohit asintió con la cabeza.

—Muy bien. De acuerdo, ahora sus cuerpos están vacíos. Pero mira…

Vikas cogió una gran jarra de vidrio, la llenó bajo el grifo y vertió el agua en todos los botes.

—¿Ves, Rohit? Ahora todos los botes están llenos. ¡Todos los cuerpos han cobrado vida! Tienen lo que nosotros llamamos espíritu. Ahora, dime: ese espíritu, ¿es el mismo en todos los botes o es diferente?

—Es el mismo, Tio. 

Vikas regresó a su estudio y esta vez trajo un pincel y una paleta de acuarelas. Sumergió el pincel en agua y lo embardunó de color azul. Vertió una gota de pintura en el agua, que enseguida adquirió un tono azul intenso. Vikas limpió el pincel y seleccionó el color rojo. Sumergió el pincel en otro bote y el agua se volvió rosa intenso. Hizo lo mismo seis veces y cada vez el agua se volvía de un color diferente, de modo que al final de la operación Vikas disponía de seis botes de diferentes formas y distintos colores.

—Por lo tanto, respóndeme ahora, Rohit. Toda esta gente que ves aquí, ¿son iguales en su interior o son todos diferentes?

Rohit lo pensó bastante antes de responder. Frunció el entrecejo y pensó con detenimiento. Finalmente respondió:

—Bueno, Tio, en realidad son todos iguales, pero los colores los hacen diferentes.

—Sí, pero ¿qué es más común, las similitudes o las diferencias?

Rohit se detuvo de nuevo a pensar.

—Las similitudes, Tio. Las diferencias las dan sólo los colores que les pusiste —contestó.

—Exactamente. De modo que piensa que todas las personas tienen el mismo espíritu, y sin embargo son al mismo tiempo diferentes; eso se debe a que cada individuo tiene pensamientos diferentes. Algunas personas tienen pensamientos de bondad, otros tienen ideas cargadas de rabia, otros, ideas aburridas, otros, pensamientos sucios. La mayoría de las personas albergan en sí una mezcla de pensamientos, pero distinta en cada caso, y así todo el mundo es diferente. Diferentes por fuera y por dentro. Y por esas diferencias la gente protesta y se pelea, porque todo el mundo piensa que las ideas correctas son las suyas. ¿Comprendes?

—Creo que si Tio…

Rohit regresó a nuestra casa al día siguiente y luego el miércoles, también el jueves y el viernes. Vikas lo sentó en su regazo y le dijo que odiar estaba mal. Y que se debía amar a toda la gente, incluso a su madre, aunque no lo dejase jugar con los intocables y aunque hubiese despedido al jardinero. Yo le contaba historias sobre los grandes héroes y heroínas de los mitos y leyendas indios, Arjuna y Karna, Rama y Hanuman, Sita y Draupadi, hombres y mujeres de la casta guerrera que no temían ni al dolor ni a la muerte y nunca se arredraban ante el peligro. También le hablaba del Mahatma Gandhi y el camino de la no violencia.

—Encuentra la paz en tu corazón —le decía— y serás más fuerte que la tormenta más violenta.

El día del octavo cumpleaños de Rohit, el niño dejó de visitarnos. Generalmente venía en las tardes, después del colegio. Kalyani preparaba dulces bengalíes para deleitarlo y ese día preparó su favorito como presente de cumpleaños. Yo paseaba mi mirada entre el reloj  y la puerta pero nada sucedía. La lluvia caía a raudales del cielo cargado como una cortina sólida y resonaba sobre el tejado de pizarra como si fuesen truenos. Subí a mi habitación y me senté a leer en el balcón. Mirando caer la lluvia, me sentía transportada a mi niñez. El viento silbaba entre los árboles y las ramas se balanceaban salvajemente. Cuando oscureció, la luz de una linterna centelleaba a lo lejos entre el espeso follaje del jardín lo cual no me permitía concentrarme en la lectura. Seguí con la vista el movimiento del destello que repentinamente desaparecía en la oscuridad. Bajé los escalones y salí al exterior escuchando los ruidos nocturnos, el canto de los grillos y el croar de las ranas. Caminé descalza bajo la lluvia adentrándome al pequeño bosque que se formaba frente al risco que desembocaba en el Narmada. Estaba oscuro, completamente oscuro. En la medida que me acercaba al tenue destello se escuchaban voces que se confundían con los aullidos de los perros y el rugir de la tormenta. La tela de mi sari empapado se adhería a mi cuerpo haciéndose cada vez más pesado al acumular capas de lodo a mi paso. Se distinguían dos siluetas entre los troncos de los árboles y mi corazón dió un vuelco al reconocerlos. Avancé sigilosamente hasta esconderme detrás de un arbusto y me quedé quieta, como paralizada, espiando como si con los ojos pudiese oír mejor. En la oscuridad de la noche, su palidez parecía fantasmal, y vestido con la camisa blanca y los pantalones, también blancos, parecía efímero, como un espíritu que proviniese de otro mundo. Nalini gritaba improperios y palabras ininteligibles fuera de sí, sosteniendo la linterna en sus manos. Vikas le pedía que se calmara y la abrazaba por la espalda. No podía creer lo que veían mis ojos, mi vista se nubló y mi cuerpo se retorcía de desesperación. Era como si me hubiesen quitado el aire que respiraba. Regresé por el sendero de grava sin mirar atrás y sin querer saber más. Al llegar a la casa Kalyani me miró desconcertada. Subí a mi habitación y tomé una ducha. Me puse un camisón de algodón y me acosté a pensar. Un torbellino de pensamientos mezclaban el presente y el pasado buscando respuestas. La evocación del pasado me llevaba a imaginar cuál habría sido mi futuro de haber seguido con mi vida, de no haberme enamorado…

Vikas llegó una hora más tarde. Luego se asearse se tumbó a mi lado. Me cogió las manos y las puso sobre su pecho. —Tócame—dijo, y yo sólo pude pensar en Nalini.

Acomodó su barbilla en mi regazo y sentí que me invadía una oleada de repulsión. Me tocaba. Me rozaba. Me acariciaba y me abrazaba, pero yo sólo sentía una tirantez interior. Sentí sus ojos sobre mí y volteé la cara. No quería que viera la furia que había en mis ojos. Esa noche aprendí que la falsedad era más efectiva que la franqueza.

Los días siguientes me aduló, me sedujo y hasta llegó a suplicar. Lo intentó todo para que lo aceptara dentro de mi cuerpo. Pero me quejaba al menor atisbo de dolor y él se retiraba y me dejaba en paz. En el fondo yo sentía miedo. Miedo de que si no le daba lo que quería lo iría a buscar a otro sitio. De modo que dominé mi aversión, y me uní a sus caricias, le abrí los brazos, separé las piernas y encerré el dolor entre mis dientes. Aquella noche, me abrazó muy fuerte y, pegado a mi pelo, me susurró una y otra vez: “Eres mi esposa. Eres mi esposa”.

En ese momento lo único que importaba era saber que era su esposa y que le había complacido. Mi corazón estaba demasiado lleno de resentimientos para poder expresarlos con palabras, y todas las palabras que alguna vez hubiese pronunciado e inventado resultaban insuficientes, y nunca podrían transmitir lo que sentía. Me sentía vacía, atrapada en un matrimonio con un extraño. Aprendí a confiar en el silencio; cargarlo de verdad, y esperar porque en ese campo, los hombres son siempre más fuertes y las mujeres perdían irremediablemente esas batallas desiguales. Las mujeres debían ser serenas y astutas. Los hombres demuestran un poder evidente, pero el poder de la mujer es latente, secreto y superior. 

A diario me preguntaba ¿Cuando se acabó el amor? …¿Cuando dejamos de bañarnos juntos? Salpicarnos, dando vida a la esponja entre los dedos que acariciaban y rozaban la piel. Al cabo de quince años no había sorpresas en un matrimonio, ni notas ardientes. ¿Cuando dejó de gustarle que le pasara el brazo por la cintura? ¿O fue cuando empezó a sentir la tensión en las sienes que se hacía aún más fuerte cuando él se reía, como siempre, demasiado alto? 

Los hombres no cambian demasiado. O, al menos, eso les gusta pensar a las mujeres. Se les cae un poco de pelo, los ojos pierden brillo, pero insisten en llamar a la puerta cuando sus mujeres ya han echado el cierre y Vikas no era diferente. Todos estos años me había esforzado mucho por ser una buena esposa…¿sería mi incapacidad de concebir? …

Las dudas me asaltaban, no me dejaban dormir, no me dejaban vivir. No quería enfrentar lo que había visto porque después de todos estos años, después de todo lo que habíamos pasado, no merecía una mentira de su parte. No era justo para esta relación.

Me sentía sola, en una tierra que no era mía, en una familia que no me pertenecía, en una sociedad que no me quería. A pesar de mis esfuerzos solo logré desafecto, frialdad e indiferencia. Nunca pude encajar. Pensé muchas cosas…pensé en volver a mi ciudad, pensé en volver a mi pasado, rehacer mi vida. Sin embargo, también pensé en dormir para siempre…

GLOSARIO DE TERMINOS:

*Pranam: Acción de juntar las palmas de las manos a la altura del pecho en señal de saludo.

*Intocables: Persona que, de acuerdo con las creencias hindúes tradicionales, se considera fuera de las cuatro varnas o castas.

Continuará…

Historia de Ficción original de:

Lorena Mena

Ilustraciónes:

Lorena Mena

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