Anduve visitando librerías estos últimos días, buscando libros para enviarles a mis sobrinos patagónicos y averiguando sobre los de Alice Munro para adquirir alguno para mí. Me resulta inevitable, antes de ingresar a estas boutiques de libros porteñas, pararme frente a la vidriera para echar un vistazo a lo que allí se exhibe y sobre todo a los precios, que cada día espantan más por acá. Ha sido una experiencia muy interesante ya que me ha llevado a descubrir personajes muy dignos de conocer y a aprender de ellos.
La primera vez fui de corrida a una librería que abrió no hace mucho en mi barrio. Buscaba libros para colorear y clásicos de la literatura infantil. Encontré lo que buscaba rápidamente y a un precio razonable, tomando en cuenta que para un niño un libro es un juguete más que un objeto de culto, como lo es para mí. Mis sobrinos, como lo hicieron mis hijos, harán sus dibujos sobre los ilustraciones impresas, su madre les leerá el breve texto a pie de página, y terminarán destrozados, libro y madre, porque los dibujos llegarán a las paredes y los libros perecerán todos pisoteados sobre el piso, indefectiblemente.
Al cerrar la operación en caja, no puedo evitar entablar conversación con el librero. Tiene un ejemplar de Alejandro Casona sobre el mostrador, junto a su atado de cigarrillos y su encendedor plástico. Estaba marcado con un señalador vistoso, y aún parada de frente y viendo el título al revés, reconocí el ejemplar que leí en mi adolescencia: Prohibido suicidarse en primavera, una pieza de teatro de la que guardo el recuerdo de los versos de Santa Teresa que la encabezan:"Ven, Muerte, tan escondida que no te sienta venir porque el placer de morir no me vuelva a dar la vida". Cualquier lector que esté leyendo semejante clásico de la literatura española en plena primavera porteña merece conversación. Nos ponemos a intercambiar opiniones, le pregunto el precio del ejemplar de Casona y luego no puedo con la indignación que me brota. Todos los libros expuestos en la vidriera salen por lo menos el doble, y ninguno de sus autores le llega ni a los talones a Casona. Pero así es la industria del libro, aquí y en todo el mundo. Coincidimos en que algunos de los libros más vendidos deben ser escritos por escritores fantasmas. Somos así de desconfiados los porteños para estas cosas: defecto de bicho orillero. Extiende el brazo a un estante más alto, saca a relucir un bello y breve libro de su autoría y me deja sin habla, porque caigo en la cuenta de que estoy hablando con un escritor. Le confieso mi afición por escribir y nos entendemos. Pero me voy descorazonada del local. Es una pena que tanto escritor aficionado e ignoto, aunque talentoso, no logre traspasar la barrera de los cien ejemplares que paga por publicar y que termina repartiendo entre amigos y familiares.Días más tarde, voy a la calle Corrientes por trabajo. Reincido en varias librerías, ahora en franca cacería de algún ejemplar de Alice Munro. No hay caso: todo agotado. Ya sobre la hora de ir a hacer lo que tenía que hacer, entro a un local que sólo tiene buenos autores en la vidriera, como suele suceder en las vinerías, donde se exhiben los buenos vinos y licores para enganchar al cliente. Sin tiempo que perder, me mando directo al señor librero. Lo mismo: no queda ninguno, entrarán con la próxima tanda de importación. Pregunto para orientarme, y nuevamente me sorprende la respuesta del experto en la materia:
-Yo leí ocho títulos de Munro. Es una narradora excelente. Pero se los llevaron todos cuando le dieron el Nobel.Es por lo menos interesante analizar el efecto post Nobel en el boom de ventas de un buen autor, en este caso una escritora prolífica definida como "la maestra del relato breve contemporáneo" y "la Chéjov canadiense"Pero a mí Alice Munro me interesa, más que por ser buena escritora y Nobel, por el hecho de que se trata de una ama de casa que se dedicaba a escribir tanto como a limpiar, cocinar y maternar, y aún así llegó a trascender en su aventura en las letras.
La Revista Ñ publicó varias notas sobre esta escritora canadiense y extraigo algunos datos que me resultan inspiradores:
"En una entrevista que concedió al New Yorker, la escritora canadiense Alice Munro dijo: “Durante años y años pensé que mis relatos sólo eran tentativas para escribir la Gran Novela, pero descubrí que lo mío eran las narraciones breves”. La circunstancia doméstica que la llevó a ajustar la extensión de sus escritos a la duración de las siestas de sus hijas no le impidió convertirse en una de las más grandes escritoras en lengua inglesa –autora de doce colecciones de cuentos y una novela–, varias veces candidata al Nobel."
En mayo de este año, Alice Munro anunció que dejaba de escribir para dejar de sufrir con las siguientes palabras, que tomo de la misma fuente en otra de sus entregas:“Me siento un poco cansada, pero agradablemente. Tengo una sensación agradable de ser como cualquier otra persona”, le dijo a The New York Times. Agregó, sin embargo: “También significa que me he quedado sin la cosa más importante en mi vida. No la cosa más importante. La cosa más importante era mi marido, y ahora se han ido los dos.
(...)
Sobre su computadora, en su departamento en Nueva York pegó un Post-It que decía: “La lucha con escribir se ha terminado.” En una entrevista, también con The New York Times, dijo: “Miro ese apunte toda las mañanas y me da una gran fortaleza.”
Es un éxito escribir y llevar una vida normal paralela, es un éxito sentirse como cualquier otra persona siendo premiada y alabada a nivel mundial, el no terminar en la hoguera de las vanidades del escaparatismo y del cholulismo de los medios que indagan sobre los detalles íntimos de la vida de un escritor para convertirlo en un producto masivo, y es un gran éxito no terminar publicando sólo para satisfacer las demandas del mercado. Por algo Salinger pasó a la historia con una sola novela.
Le confieso a este librero, fanático de la Munro, tanto como yo lo soy de Salinger, que la quiero leer porque soy una ama de casa con el sueño de escribir, sueño que me quita horas de sueño, y que deseo aprender de su técnica. Circunspecto, categórico y contundente, como todo buen porteño, el librero me mira por encima de sus anteojos y declara:
-La técnica no se aprende. Eso se trae de fábrica.
Los otros días me encontré con una frase hecha, de esas que circulan por todos lados en las redes, de autor desconocido y sacada de todo contexto, que hacía referencia al "éxito" y a la envidia y la crítica que despierta en los demás por "haber llegado a algo". Y cuestiono estas frases hechas, porque las he oído mil veces en boca de seres que deberían alentar los sueños y los proyectos personales de quienes aman, ya que el éxito no reside en llegar a ningún lado ni en despertar la envidia de nadie. El éxito pasa por concretar esos sueños más allá de lo que suceda, más allá de ser criticado o alabado, recompensado por la sociedad de consumo o totalmente ignorado por ella. El éxito no pasa por figurar en las vidrieras de las boutiques de libros: pasa por hacer realidad un anhelo personal en medio del cuestionamiento del valor de ese hecho en pos de su trascendencia para uno mismo y el crecimiento personal que conlleva, desde las trincheras de una cocina doméstica, entre ollas y cucharas, en medio de la limpieza cotidiana- tal como escribo esta reflexión poco exitosa para lo que el mundo considera "éxito"-, ajustándose a los tiempos de lo que resulta prioritario para cada ser humano en particular, como lo ha hecho Alice Munro y tantos otros cuyos nombres jamás figurarán en los escaparates de las boutiques de libros.
A boca de jarro