Revista Diario

Burocracia y vida.

Publicado el 17 noviembre 2019 por Elcopoylarueca

BUROCRACIA Y VIDA

Burocracia y vida.

Imagen obtenida en Google.

I

El granjero está ordeñando a la vaca, está meditando sobre las opciones que tiene para salir airoso del asunto que se trae entre manos. El animal presiente, por la forma en la que está siendo tratado, que algo no marcha bien.

Un timbre estridente suena a lo lejos. El hombre levanta la vista y ve acercarse al sanitario del Ayuntamiento montado en su bicicleta. Nervioso, echa la gorra hacia atrás y se seca el sudor de la frente con las mangas de su camisa. Espera.

-¿Cómo le va Don Emeterio? ¿Cómo lleva la vida?

-Pues aquí estamos, en el ordeño -el interpelado suelta las ubres de la vaca.

-Vengo a dar una vuelta, ya conoce usted el reglamento, toca reconocimiento -informa el funcionario-. ¿Me pasa los papeles del animal?

-Aguarde un momento -y, al poco rato-: Aquí los tiene.

-Muy bien, echemos un vistazo -revisión de la boca, las patas, el vientre, las tetas-. Todo en orden -mira el registro de vacunas-. ¡Ah!, pues le toca en nada la de la fiebre aftosa.

II

Dos días después, al amanecer, está el granjero en la comisaría de policía.

-¡Vaya, hoy sí que ha madrugado, Don Emeterio!

-Así es, señor.

-Dígame, ¿en qué puedo ser útil? -pregunta, intrigado, el guardia municipal.

-Pues, mire usted, anoche me han robado a la Nayara. Se conoce que han cortado la alambrada y…

-¡Qué faena tan grande!, si es que ya no hay respeto por nada.

-Así es, señor.

-¿Me trae la cartilla del animal? Sabe que sin ella no puedo…

Paso de la cartilla de una mano a la otra, relleno del formulario de denuncias en el viejo ordenador. Caras de preocupación y algunas sonrisas surgidas de comentarios simplones. La gestión finaliza con la emisión de la orden de búsqueda de la vaca frisona.

Despedida con apretón de manos. Y, ya en la acera, a voces, Emeterio lanza una invitación:

-Pásese usted este domingo por casa, festejamos el nacimiento del nieto.

-¡Eso está hecho!

Búsqueda de la Nayara por los prados, preguntas a los tratantes de la Feria del Ganado, consultas por aquí y por allá. Resultados infructuosos.

III

Y llega el domingo, día de la celebración. No ha hecho bueno, no hay sol y la lluvia arrecia.

-Mujer, habrá que preparar la lumbre, con este tiempo no es posible festejar en la cuadra. Es una pena no poder ajuntarnos allí después de todo lo que te ha costado apañarla -último buche de café, un largo suspiro y una orden-: Ata a los perrucos y trae el hacha. ¡Ah! y por el fuego no te preocupes, que yo me encargo -Emeterio marcha.

Sobre el tablón de la cocina está la Nayara, limpita, sin piel y troceada en partes pequeñas para que entre en el horno.

IV

(Al mes siguiente.)

Emeterio está cortando la yerba para meterla en los silos cuando escucha el sonido estridente del timbre de la bicicleta del funcionario. No hay perola, no hay hombre ordeñando, no hay boñigas, no hay vaca. El empleado público llega y aparca la bicicleta en la verja:

-¡Buenos días, Don Emeterio! ¿Qué tal lo lleva la vida?

-Pues…, ya sabe lo que dice el refrán, que «los pollos se cuentan en otoño».

-Hombre, este año el tiempo nos ha dado un respiro, ¿no cree? ¡Mire cuánto verde nos rodea! ¡Anímese!

-Ya, ya…

-En fin, vengo porque ya sabe que toca vacunar a la vaca.

-Ah, pues mire usted, me la han robado -responde, luego de un breve silencio, el ganadero-. He dado el parte. Tome -saca la fotocopia de la denuncia y se la entrega al empleado público-. Me ha dicho el guardia, cuando estuvo en el convite que celebré por el nacimiento del nieto, que aún la andan buscando.

El funcionario saca un cuaderno y escribe: Nayara, vaca frisona con número de cartilla tal, edad no determinada, desaparecida desde… Mientras el hombre apunta, Emeterio lo mira detenidamente.

-Tendrá que acercarse a nuestro departamento, ¿sabe, usted? Además, debió avisarme, porque ahora se retrasa todo el papeleo –el sanitario espanta a las moscas. Y, de pronto, larga-. ¿A que la echa en falta?

-¿A quién?

-A la Nayara, ¿a quién si no? -contesta, algo alterado por la situación.

-Pues…, pues claro que sí, si es que no paro de pensar en ella. Pero de seguro que se la comieron, ¿no cree?

-¡Eso es imposible!, tiene que pasar antes por el matadero.

Don Emeterio baja la vista al suelo. El inspector, que cree que ha sido muy hosco con su paisano, le da unas palmadas en la espalda:

-¡Lo siento!, créame. No era mi intención alzar la voz…

-No se preocupe…

-Jolines, Don Emeterio, esta situación clama al cielo.

-Bueno, ya sabe, que todos venimos a la tierra con un destino… y él del ganado es… -contesta, socarrón, el campesino.

-¡Hombre, no hay que ponerse en lo peor! Es un delito muy grave matar a una res sin los permisos correspondientes. No creo que…

-¿A que usted no es del campo, a que no?

-No, soy de la capital. Pero eso no tiene importancia -el empleado adquiere una postura rígida-. El reglamento es el mismo para todo el territorio, ¿lo sabe, verdad?

-Ya, ya me lo figuraba yo. Tantos permisos, tantos pagos de impuestos, tantas vacunas y controles…

-La ley es muy estricta, Don. Está terminantemente prohibido sacrificar animales para el consumo humano sin los permisos correspondientes, perdone que se lo repita.

-Señor, el destino nos viene de arriba -mira al cielo, y dice-: Debe darse prisa, hay viento del Oeste, va a jarrear una buena.

-Eso parece, sí. Pero, volvamos a lo nuestro, le digo que no se puede comer carne que no esté autorizada.

-Y yo le repito que el destino no entiende ni de órdenes, ni de papeleos. El destino manda, ¿comprende? Y, en lo que a este tema atañe, no olvide que nosotros somos carnívoros. A la Nayara, pobrecita mía, seguro que se la jamaron.

-¡¿Qué dice?! ¡Eso es imposible, hombre! ¡La Nayara es de ordeño! Si se la robaron para comérsela quien lo hizo ha cometido… ¡dos infracciones muy graves! -el hombre se pone a revisar la tabla de referencias de multas. Las manos le tiemblan.

-De leche era, sí señor… pero con carne -y, bajito-: ¡Y lo sabrosa que estaba!

-¿Cómo dice? Perdone, estaba revisando…

-Nada, nada, no se preocupe. Siga buscando el importe de las multas.

-Mire, iré preguntando por ahí. Esta semana, con el asunto de las vacunas, me toca hacer un recorrido más largo. Hágase un favor, no tire la toalla. Ya verá que aparece -el hombre se despide y se sube a su bicicleta.

-Si la encuentra lo invito a una marmita y a unos cuartos. Pregunte, pregunte, ¿quién sabe…? -responde, socarrón, Don Emeterio. Y retoma la siega del prado.

Burocracia y vida.

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