Revista Diario

Camila. Comienzos (II)

Publicado el 01 septiembre 2011 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras
Camila. Comienzos (II)   Camila acercó su rostro al cristal de la ventana desde la que se podía observar toda la belleza de la bahía, iluminada ahora por los indómitos retazos de sol que anunciaban un nuevo día. Mientras paladeaba con agrado una taza de humeante café, observaba con deleite el azulado mar, en el mismo momento en que recuerdos impregnados de evocadora nostalgia se agolpaban en su mente dibujando una sonrisa en sus labios     De aquel nuevo amanecer emanaban renovadas y vibrantes sensaciones, brotando salvajes y libres como tan solo los amantes del mar saben disfrutar. Olas de espuma blanca acudían a su memoria al mismo tiempo que rompían en la orilla refrescando sus pies. A su lado, inocente y tierna, su dulce muñeca gateaba despacio intentando evitar que sus manos se hundieran en la arena.   Pero no podía evitar que otros pensamientos, no tan buenos, golpearan su mente. Se había propuesto desecharlos  de donde estaban alojados, no volver a recordarlos nunca más, sabía que pensar en ello le hacía daño, y no quería ni podía permitírselo. Ahora estaba con su hija, vivía para ella. Sus tiernos abrazos, sus dulces besos y sus torpes palabras, aún mal pronunciadas, arrancaban la sonrisa más  profunda en ella. Conseguía hacer que olvidara sus penas y dejara a un lado lo que cada noche, en la soledad de su cama, le golpeaba a bocajarro  sin piedad. Pero ahora tenía que ser ella, la que consiguiera arrancarlos de su vida para siempre. Se lo debía a sí misma y a su hija. Volvió a su realidad, el sol ya había empezado su marcha hacía su punto más álgido, y desde esa ventana se podía atisbar los purpúreos tonos del cielo, haciendo que Camila  iniciase su rutina de salir a trabajar. Pero antes de salir por la puerta se paró en la habitación de Salomé. Entró muy despacio, no quería hacer ruido, y acercándose a la cuna, le dio un suave beso en sus apretadas mejillas. –Duerme bonita. –Dijo Camila arropándola despacio y salió del dormitorio.
Una vez en la calle, dirigió sus pasos hacia la oficina donde, desde hacía algunos años trabajaba en el campo de la  organización de eventos, consiguiendo grandes resultados para su empresa, en la que estaba bien valorada. Caminaba lentamente por la acera de la calle, había salido con tiempo de casa, le gustaba ir paseando, por lo que pudo darse cuenta de cómo el invierno comenzaba lentamente a languidecer para ir dejando paso a la alegre y rutilante primavera. Los árboles de las calles, escrupulosamente puntuales, mostraban ya los primeros vestigios de esa renovación perenne en los ciclos del tiempo permitiendo, como cada año, sentir nuevamente ese armónico palpitar que da origen a la vida. Los pájaros, con su canto renovado y alegre no querían ser menos protagonistas y se sumaban así a la fiesta de luz y color.Cuando llegó a la oficina notó un ambiente cargado y bastante tenso entre sus compañeros, que al entrar la miraron con desdén y un apagado saludo salía, con mucho esfuerzo, de entre sus labios.  Miró hacia la entreabierta puerta del despacho de director y pudo ver, con claridad, como él hablaba por teléfono con bastante enojo y al verla aparecer, giró la cabeza sin decir nada. Pasadas algunas horas, el timbrazo del teléfono la arrancó de su concentrada labor. La lucecilla de la línea interna del despacho del jefe parpadeaba en su terminal reclamando su atención; – ¿Sí? –Contestó  por fin. –Camila, ven a mi despacho, tenemos que hablar. –El tono empleado por Gerardo la previno de que cuando saliera de allí todo lo que sucediera después cambiaría su vida. –Claro, voy para allá. –respondió ella. Dirigía sus pasos lentamente hacia el despacho del director, no sabía qué era lo que podría requerir de ella, en el tiempo que llevaba trabajando allí, las únicas palabras que habían cruzado eran solamente breves saludos y despedidas. Tocó a la puerta con los nudillos, tras escuchar algo ininteligible desde el otro lado y a riesgo de malinterpretar lo escuchado, entró sin dilación. –Siéntate Camila. –Dijo señalándole una de las sillas que había frente a la mesa y, sin mirarla, continúo con lo que estaba haciendo. –Quiero proponerte algo. Camila se acercó a la mesa, apenas unos diez pasos la separaban de ella, retiró despacio una silla, elevándola  para evitar hacer ruido al arrastrarla. Mientras se sentaba, Gerardo, terminaba la redacción de un contrato para unos clientes importantes.  Durante la espera ella observaba detenidamente el despacho. Diversos cuadros de apagado sepia con formas geométricas abstractas, varios diplomas de pequeñas dimensiones y una gran orla de la promoción del último año universitario, ocultaban casi en su totalidad una de las paredes de aquella dependencia. Por la ventana que había de espaldas a él entraba toda la luz necesaria para  iluminar la estancia, sin tener que recurrir a la eléctrica.  Cuando hubo terminado su cometido en el ordenador, Gerardo se giró quedando de frente a ella.–Como sabrás,  en el mes de septiembre se celebrará en Barcelona un congreso médico de cardiología, prestigiosos médicos de renombre internacional darán conferencias  sobre los últimos avances  y desde la delegación que la agencia tiene ubicada allí, nos han pedido que realicemos la organización del evento. Quieren que lo lleve a cabo alguien con mucha experiencia, muy capacitada y sobre todo que no plantee más problemas que los que puedan surgir. –Mientras escuchaba sus palabras, Camila miraba directamente a los ojos del jefe, intuía lo que estaba a punto de decirle pero no quería creerlo hasta no escucharlo directamente de él–. He pensado en ti para esto –Ahora sí que lo había escuchado–. Y me gustaría que fueras tú la que se encargara de ello. Sé que trabajas bien y podrás hacerlo sin problemas. –Al oír esas palabras, Camila abrió los ojos todo lo que sus párpados daban de  sí, lo había escuchado muy bien, no podía haber error. Su corazón latía fuerte, era una oportunidad única y muy importante que tenía que aprovechar. –Claro, por supuesto. –Le dijo entusiasmada. –Cuéntame   los detalles. –Serán varias semanas, es un proyecto de gran envergadura en el que esta delegación se juega su prestigio y posteriores contratos. La compañía correrá con todos los gastos allí; estancia, comidas, transportes, viajes de avión y todos los gastos inherentes a la organización del mismo, menos  los regalos a los familiares, claro está. –Ambos estallaron en carcajadas–. Te envío por email la documentación para que te hagas una idea de lo que será. –Le decía mientras con los dedos tecleaba la dirección de correo de Camila y pulsaba la tecla de enviar. –Te dejaré un par de días para que lo estudies y me des una respuesta. –Muy bien, pero de antemano te digo que ese proyecto es mío. Muchas gracias por pensar y confiar en mí, Gerardo. Todo va a salir perfectamente y la empresa pondrá nuevamente de manifiesto que su prestigio está muy bien merecido. –Se levantó de la silla quedando de pie delante de él, mientras lo miraba sin pestañear–. Leeré la documentación que me has enviado y te confirmo cuando puedo viajar a  Barcelona. –Cuento contigo, entonces. –Claro, eso ni lo dudes. Nos traeremos de allí otro triunfo más. –Dijo ella abriendo la puerta del despacho y saliendo con una sonrisa que ocupaba toda su cara. Una vez que estuvo fuera y logró contener la emoción que le dominaba tras las buenas nuevas, se dirigió  a sus compañeros para hacerles partícipes de su alegría, pero al observarlos pudo comprobar que ellos ya lo sabían,  sus miradas intentaban a toda costa no coincidir con la de ella, y algunos abandonaron sus mesas para no tener que felicitarla por el logro. El proyecto de Barcelona era muy importante, todos lo sabían, y  elevaría a la más alta de las cimas a  aquél que fuera capaz de llevarlo a término con éxito, lo que suscitaba envidias entre los demás, que lejos de alegrarse por ella, dejaba claro la falta de compañerismo que envolvía el entorno laboral de aquella oficina.
Del coche rojo que acababa de llegar al aparcamiento del aeropuerto de Barcelona- El Prat, descendió un hombre joven, aspecto atlético, treinta y cinco años.  Pequeños rizos ensortijados poblaban su cabeza sin sobrepasar la nuca, unas gafas de sol de marca  ocultaban unos intensos ojos  color chocolate, labios finos enmarcados por un recortado bigote y una delgada perilla bien cuidada, atribuyen a su rostro una belleza que muchas mujeres advierten y que, con descaro, giran la cabeza para evitar perderle de vista, mientras se deleitan con sus armónicos movimientos corporales al andar. Un atuendo informal pero muy escogido le aporta una apariencia elegante. Cientos de personas merodeaban por la T1, nerviosos, esperando  la llegada del vuelo que les haría reencontrarse con seres queridos que no veían desde hacía demasiado tiempo. Individuos entrelazados en un abrazo interminable. Apretones de manos denotaban un viaje de negocios. Colas casi interminables en los mostradores de facturación, maletas rodantes, equipajes de mano… Marcos esperaba, en medio de todo ese tumulto, la llegada del avión procedente de Almería. Mirando la hora en su reloj constantemente, dejaba patente  su incomodidad al tener que esperar largo rato. Desde megafonía escuchó lo que, anhelante, esperaba oír.  A través de las grandes paredes de cristal, podía contemplar la llegada de la aeronave. – ¡Por fin! –dijo, elevando las manos por encima de su cabeza, mientras se dirigía a la puerta de llegada correspondiente a ese vuelo.  Tras unos instantes,  los pasajeros empezaron a salir atropelladamente, al recoger sus maletas de la cinta transportadora.  No era capaz de discernir entre tanto personal,  la descripción que desde la agencia, le habían facilitado para poder reconocer a la persona que compartirá con él la organización del prestigioso  proyecto. Poco a poco el vacío iba ocupando el espacio libre que iban dejando los viajeros; una chica luchaba por colocarse bien el equipaje. Un trolley agarrado en una mano, en el hombro contrario intentaba colgarse el maletín del portátil mientras sujetaba un portafolios en la otra.  Una vez todo colocado, recobró la compostura y empezó a andar hacia la salida. 
Marcos, gratamente sorprendido, pudo contemplar a una mujer bien diferente de lo que su imaginación había creído que iba a encontrar. Pelo largo, rizado, moreno, ojos verdes, delgada nariz recta se deslizaba hasta el estrecho valle que la separaba de unos labios jugosos. Un maquillaje delicado conseguía  que su rostro resplandeciera. Su indumentaria, una falda negra  por encima de la rodilla, camisa roja entallada con algunos botones desabrochados a causa del calor y zapatos de tacón no muy alto; una belleza  como pocas.  No se atrevía a preguntarle si era ella la persona que estaba esperando porque, desde luego, no coincidía en absoluto, con la descripción que le había dado su compañera. Pero no le quedaba otra opción, ya que era la última persona de ese vuelo.–Disculpe, ¿es usted Camila Palacios? –preguntó al fin, acercándose a ella. –Sí, soy yo. –sorprendida giró la cabeza hacia la persona que se le aproximaba por la derecha.–Soy Marcos Guerrero. –estiraba la mano a modo de saludo. –Me envían desde la agencia para recogerla y llevarla hasta su hotel. Trabajaremos juntos en el proyecto del  Congreso Médico de Cardiología. –Camila  soltó la maleta  que llevaba en una mano, para poder  darle el obligado apretón de manos de una presentación formal. –Encantada de conocerle. Desconocía que vendría alguien a recogerme. –No sabía que alguien la esperaría en el aeropuerto. Pensaba que se conocerían directamente en la delegación.  –No se preocupe, pero si quiere, puede llamar a su oficina y consultarles  a ellos directamente. –intentaba tranquilizarla. –No importa. —Dijo ella recelosa–. Creo que me alojo en… –Dejo la maleta que llevaba en la mano para  consultar la documentación que llevaba junto a su billete de vuelo, sin lograr encontrar la reserva del hotel.–Hotel Rey Juan Carlos I, muy cercano al congreso y en una de las suites más lujosas, sin duda, su agencia la tiene en muy buena estima. –Dijo Marcos–. Si me lo permite, puedo ayudarle a llevar su equipaje, veo que va un poco saturada. –Mientras alargaba los brazos para agarrar la maleta rodante de ella, miraba directamente a sus ojos esperando una respuesta. Advirtió que era muy directa y algo desconfiada. Manteniéndole la mirada y tras breves segundos, aflojó su intensidad aceptando su ayuda.–Si, por favor. –Dijo acercándole la maleta del suelo. –No  es muy pesado lo que llevo, pero son demasiados bártulos para tan sólo dos manos. Muchas gracias. Es usted muy amable. –De nada, es un placer. –Marcos cogió la maleta y señalaba con la otra mano hacia la puerta de salida del aeropuerto. –He dejado el coche en el parking, si lo desea puede esperarme en la puerta, mientras lo acerco. –De acuerdo. Aquí le espero, entonces.
Una vez acomodadas las maletas en el maletero del coche, se dirigieron hacia el hotel donde Camila pasaría su estancia en Barcelona. Cuando llegaron, Marcos la acompañó hasta la puerta de su habitación donde  dejó el equipaje.–Bueno Camila, aquí me despido –dijo él–, acomódate, descansa y mañana te recogeré para empezar la jornada. –Muy bien. De acuerdo –contestó ella, mientras contemplaba fascinaba la habitación. –Mañana nos vemos. Gracias por acompañarme hasta la misma puerta, todo un detalle de tu parte, Marcos. –No tiene importancia, con la cantidad de cosa que traes, no podía dejar que subieras tú sola –dijo él, guiñándole un ojo y saliendo por la puerta, que Camila cerró a su espalda. Desde la puerta se podía ver la espaciosa habitación que contaba con todos los detalles. En un pequeño saloncito se concentraba una elegante colección de mobiliario, el lujo y el buen gusto armonizaban perfectamente sin caer en la opulencia. Maravillada por todo lo que veía, Camila miraba atentamente en derredor, nada de todo aquello se parecía en lo más mínimo a los hoteles que había visitado, hacía ya demasiados años. Se dirigió hacia el baño, quería darse un caprichito para relajarse, antes de empezar con el duro trabajo al día siguiente. Abrió el grifo y empezó a quitarse la ropa, que bien doblada, la colocó encima del lavabo.  Cuando ya estuvo llena, se sumergió lentamente dejando escapar un tímido suspiro de satisfacción. Tumbada con las piernas totalmente estiradas y la cabeza apoyada en el lado contrario al grifo, con una toalla enrollada debajo, no pudo evitar  recordar momentos de su vida en los que una bañera le aportó  uno de los placeres más intensos que había vívido, en la época en la que solo la felicidad culminaba su existencia.
Continúa en. Camila. Tormentas (III)

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