Revista Diario

Camila. Futuro (IV)

Publicado el 01 septiembre 2011 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras
Camila. Futuro (IV) Un manto de centelleantes estrellas cubría el cielo de la ciudad. Una fresca y suave brisa nocturna los acompañaba en un tranquilo paseo. Desde la lejanía, se les podía observar como enamorados. Ambos reacios a demostrarlo. Él, nervioso,  buscaba la forma de acercarse a ella. Quería contarle lo que estaba sintiendo y necesitaba sacarlo a la luz, no podía ocultarlo por más tiempo, sabía que ella  volvería de nuevo a casa, a casi mil kilómetros de distancia y no habría mejor ocasión que esa para hacerlo.  Caminaban despacio contemplando los fantásticos jardines de Montjuic. Casi pegados el uno al otro, se aproximaban a la Font Mágica que, a esas horas ofrecía un espectáculo de agua y luz, idílico para los enamorados, por lo que muy despacio intentó cogerle la mano. Rozó levemente sus dedos, quería ver su reacción. No obtuvo respuesta, ni buena ni mala.  Cogió aire y sacando valor  de dentro,  entrelazó sus dedos a los de ella, que sorprendida le miró con expresión ceñuda aunque no los retiró. En ese momento Marcos, empezó a hablar. –Camila, no sé por dónde empezar –se colocó delante de ella, muy cerca de su cara–. No puedo tenerlo escondido dentro de mí por más tiempo – lo miró inexpresiva, sabía que lo iba a decirle–  Sé que cuando se inaugure el congreso volverás a Almería, pero tengo miedo de que lo hagas. No quiero dejar de verte. Eres un regalo que algún ser divino ha querido enviarme. –Creo que estas confundido. –ella sentía lo mismo que él, pero  quería dejar de hacerlo. –Me gustaría muchísimo que te quedaras aquí, en Barcelona. Quiero conocer todo de ti. Me estoy liando, no sé como contarte todo esto  y que me entiendas. –Déjalo Marcos. No sigas. Entiendo perfectamente lo que intentas decirme, aunque no seas capaz de ponerle orden a tus pensamientos. –los dos se miraban directamente a los ojos, estaban tan cerca que podían notar el aliento del otro al hablar– Pero tengo que decirte que, hace mucho tiempo, tomé una decisión   y la mantendré.  –No me digas eso –apesadumbrado movía la cabeza de una lado para otro, esas palabras no eran las que él esperaba oír–. Ignoro lo que cada noche interfiere en tus sueños para que cada amanecer tu rostro refleje el tormento padecido en lugar de la belleza con la que te  conocí –la estrechaba aún más a su cuerpo–.  Dame la oportunidad de demostrarte que en esta vida es posible ser feliz. –En estos momentos tengo que retomar las riendas de mi vida. Hacerme fuerte y volver a comenzar. No sé si podré hacerlo y mi pilar más importante, en el que me apoyo, es mi hija. – ¿Tienes una hija? –sorprendido por esa confesión, se retiró escasos centímetros de ella para poder observar su cara.– Sí,  es una preciosa niña de casi dos añitos. ¿Ahora tus sentimientos han cambiado? –replicó al escuchar su pregunta. –Por supuesto que no. No la conozco, pero te aseguro que quiero hacerlo. Es parte de ti. –pegó su frente contra la de ella, cerrando los ojos. Camila, soltó sus manos y agachando la cabeza le pidió que la llevara de vuelta al hotel. Al sentir como ella  se retiraba de esa proximidad que le estaba quemando, giró la cabeza hacia el otro lado, estaba dolido.  No quería que aquella noche terminara de esa manera. Sabía que, a pesar de sus palabras, ella sentía algo por él. No se lo había negado. Sólo le dijo que pasaba por una mala etapa en su vida. Eso le dio esperanzas para no decaer. Intentaría, de todas las formas a su alcance, conseguir que ella no le cerrara la puerta. Lo único que deseaba en aquellos momentos era que permaneciera abierta para él y demostrarle que una vida mejor era posible a su lado. Siempre juntos. Antes de subir a la habitación y en la misma puerta del hotel, Camila se despidió de él. Pero antes de marcharse se acercó a ella, le rodeo la cara con sus manos y muy tiernamente rozó aquellos labios que cada día había  deseado.
Al día siguiente voló a Almería, necesitaba reunirse con su hija, llevaba mucho tiempo sin verla, y aunque llamaba a casa todos los días, echaba de menos los abrazos, besos y ternuras que su hija le prodigaba cada momento que compartían juntas.  Madre e hija estaban unidas por un vínculo muy fuerte, muy especial que por duras adversidades, duros tiempos que pasaran, sería inquebrantable de por vida.
–¡¡Mamá!! –gritó Salomé al verla por la puerta de entrada a la casa. Llegó por sorpresa, nadie la esperaba. Huyó de, tal vez, algo bonito que podría haber llegado a su vida. –Reina, ya estoy aquí. –abrazando a su hija de una manera muy especial, brotó una lágrima de sus ojos. Demasiado tiempo lejos de la estrella que le daba su luz. Después del necesitado abrazo, le entregó una bolsa con muchos regalos que ella había comprado en el poquísimo tiempo libre que tuvo en Barcelona.
A pocos días de la inauguración del congreso en Barcelona, la rutina se instaló nuevamente en su vida. El trabajo volvió a ser el refugio de su mente. En él conseguía volcarse al doscientos por cien y espantar los pensamientos que, convertidos en sentimientos golpeaban, con fuerza y sin tregua, en su  ya maltrecho alma.  Poco a poco iba saliendo de su agujero sin fondo, pero necesitaba algo más que coraje para escapar de él.  Esa tarde decidió salir temprano  para ir a la playa y disfrutar de unas horas con su bebé.  Con todo preparado cargó con las bolsas, con tres esa tarde bastaría, siempre son pocas cuando te acompaña una pequeña criatura.   Cogidas de la mano se encaminaban hacia una divertida jornada playera.   Durante el paseo hacia la playa, cantaba canciones para amenizar el camino. Salomé la imitaba lanzando pequeños sonidos guturales, levantaba la cabeza para mirarla y arrugaba la nariz mientras reía, arrebatándole grandes carcajadas a su madre. Al girar la calle, se aproximaban a un hombre con medio cuerpo dentro del capó de un coche. Éste, al escuchar la aproximación de los  pasos, se  levantó y giró hacia ellas. Sin pronunciar palabra,  la miró de soslayo y  bajando la vista  miró a su hija. Su único gesto fue darle la  espalda a ambas. Tal actuación hubiera pasado sin más importancia de no ser que aquel joven era Servando. Otra puñalada más que encajar.  Camila solo pudo reaccionar de una manera,  levantando la barbilla al cielo y proseguir su camino. No, no dejaría que aquello ensombreciera lo que tenía planeado para esa tarde. Su hija y ella disfrutarían de su mutua compañía.  Aquel hombre y padre era meritorio de la mayor de las indiferencias, y era lo único que obtendría de ellas.
Bajo un cielo deliciosamente azul con algunos cirros, que delicadamente imitaban los cuerpos de algunos animales, el horizonte se topaba con rocosas montañas que perfilaban las bellas costas almerienses. Anclada en la blanca arena de una de sus calas, una sombrilla las protegía del sofocante calor. Salomé,  siempre vivaracha, siempre juguetona, retozaba en la arena. Diversos juguetes playeros componían su arsenal, con todos ellos disfrutaba echando arena en el cubo, aunque caía más sobre las piernas de Camila que en el recipiente destinado para ello. Entre pequeños gritos de júbilo, al conseguir realizar las proezas que ella misma se marcaba, la pequeña se divertía de lo lindo en una jornada donde sólo estaban ellas dos.
–Venga preciosa –dijo Camila. Levantó a la niña que, entre galimatías, se dirigía a la orilla dando pequeños pasos. –Vamos al agua,  que tenemos que refrescarnos. Hace un calor abrasador. Entre juegos, risas y chapoteos pasaban la tarde. Lentamente el atardecer caía sobre la bahía y en un eterno abrazo entre ambas, observaban el maravilloso espectáculo que el sol brindaba en el incesante camino hacia su lecho. Contemplando la exhibición que el  majestuoso astro obsequiaba, no se percataron que en aquella playa no estaban tan solas como Camila imaginaba. Desde más allá de sus pertenencias, oculto entre las rocas para no ser visto, alguien observaba la delicada estampa.
Concluido el día  y desde el balcón de casa, su mente descargaba una y otra vez imágenes de otra vida. Ya no había melancolía, no había nostalgia. Fue otra época, otro tiempo. Ahora, mientras contemplaba el movimiento de las olas  y podía sentir el rugido de las mismas en la lejanía, sabía que ya no habría más dolor que soportar. Por fin había comprendido que el pasado quedaría  en ese tiempo verbal y no inundaría su presente para desbaratar su futuro. Su hija, que dormitaba ya en su cama, merecía una madre atenta y servil para ella, de la que pudiera recibir todo el amor del mundo, sin resentimientos, amarguras  ni pesares que empañaran su felicidad. Sentada  delante de su ordenador, entró en su correo electrónico y en la bandeja de entrada encontró  uno que la sorprendió bastante.  Su remitente: Marcos Guerrero.  Al abrirlo leyó atentamente lo que, escuetamente, había escrito.
“Antes que tú moriré y mi espíritu en su empeño tenazse sentará a las puertas de la muerte esperándote, allá donde el sepulcro que se cierra abre una eternidad, todo cuando los dos hemos callado, allí lo hemos de hablar…”
Quisiera poder decirte que mi vida es perfecta desde que te fuiste de Barcelona,   pero eso es tan fácil como tapar el sol con un dedo.       Por increíble que parezca, has cambiado mi mundo, mi existencia. Te necesito cerca.   No soy capaz de seguir el día a día  al saberte tan lejos. Dame la oportunidad de    descubrir para ti, un  nuevo amanecer.  Te echo de menos.Su mente martilleaba, una a una, cada palabra del correo recibido. Sacudía torbellinos de agradables sensaciones, algo ya casi olvidado. Intentó alejarlas de su pensar, las creía irreales, sentándose delante del televisor mientras tomaba una copa de vino, pero no lo consiguió. Más intensas eran aquellas letras que, dispuestas en el orden exacto, conmovían su fibra. Optó entonces por irse a la cama. Tumbada boca arriba mirando el techo, un esbozo de jovial sonrisa se dibujaba en su rostro. Enseguida comprendió que esa media luna era el preludio de que algo mucho mejor estaba por llegar. Cerró los ojos, casi sin darse cuenta. Advirtió placenteramente como iniciaba su senda hacia los necesitados brazos de Morfeo. Aquella noche no hubo pesadillas, tampoco malos despertares. Su sueño fue profundo y sereno. Empezaba, por fin, a emerger de aquella oscuridad en la que, durante demasiado tiempo, estuvo sumergida.
Arrancaba una nueva mañana. Caprichosas nubes grises impedían que los rayos del sol incidieran sobre la ciudad. Desde las montañas del oeste  asomaban amenazantes y grandes masas grises, casi negras, dispuestas a descargar una intensa tormenta de verano. Alegre música proveniente de unos auriculares, animaba el paseo matutino rutinario hacia la agencia. Ráfagas de viento fresco acariciaban su rostro, anunciando la proximidad del chaparrón. El intenso calor del verano, parecía dar una tregua. Sin embargo, todavía quedaba mucho calor por sentir.
Todavía era temprano para empezar la jornada en la oficina. Entró en una cafetería cercana para desayunar.  Ocupó una mesa pegada a una pared de cristal sin advertir  que, desde detrás de otros cristales, era observada muy especialmente.  Al levantar la vista para llamar al camarero, sus ojos se toparon de bruces con los de él. No podía dar crédito a la imagen que proyectaban sus ojos en el cerebro.  Marcos, estaba delante de ella.–Oh!  Dios mío –exclamó– ¿Qué haces aquí? –se levantó sin esperar una respuesta. Le rodeó el cuello con sus brazos en un emotivo abrazo. –Te echaba de menos –le dijo suavemente al oído, estrechándola  por la cintura– Barcelona no es lo mismo sin ti. He venido a buscarte. Quiero formar parte de tu vida, de tu mundo. Camila hablaba sin saber que decía. De sus labios solo salían palabras ininteligibles.–Shhh! no digas nada –intentó tranquilizarla—.  Siempre pensé  que si anhelas un deseo  con todo tu corazón, acabará por pasar algo maravilloso. Y mi maravilla eres tú.  Cuando al fin se separaron sus caras quedaron casi unidas.–Te advierto que mi carácter es un poco complicado –le dijo en voz baja. Era la forma de controlar sus nervios. –Pero si eres un amor, Camila. –replicó con una sonrisa de oreja a oreja– Eso no te funcionará como excusa, eh?–Ah! no? –No. –aseveró él.Los labios de los dos se iban aproximando cada vez más. Iban cediendo al deseo de estar unidos fundiéndose en un apasionado beso cargado de ternura. 
Las gotas de lluvia empezaban a estrellarse contra los cristales de la cafetería, al mismo tiempo que ell estruendo de un  trueno se dejaba oír desde la distancia.  Aquella tormenta de  verano no sólo trajo algo de sosiego a las sofocantes temperaturas de la estación  estival, sino una oleada de viento fresco en la vida de Camila.
FIN

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog