Revista Diario

Camila. Tormentas. (III)

Publicado el 01 septiembre 2011 por Mariaelenatijeras @ElenaTijeras
Camila. Tormentas. (III) Un mal sueño la atormentó durante la noche; su pequeña gritaba angustiada al final de un larguísimo pasillo llamando a su madre entre horribles sollozos desgarradores.  No podía alcanzarla, cuanto más corría más se alejaba y más intensos eran los lamentos de su hija.  Sabía que era una horrible pesadilla, en otras ocasiones se había repetido, pero esta vez el dolor que la embargaba era más intenso que las anteriores,  intentaba abrir los ojos, desesperadamente quería despertar, volver a la realidad pero más se hundía en la atroz sensación de no poder llegar hasta su hija y calmarla entre sus brazos.   De repente algo la llevó a la ansiada realidad, el sonido de la alarma del móvil  hizo que despertara empapada en sudor, su respiración era entrecortada, agitada.  Las sábanas de la cama estaban totalmente revueltas, sacadas de sus extremos, dejando al descubierto el colchón. Cuando al fin recordó donde estaba y que todo había pasado, logró calmarse y apoyándose sobre los codos levantó medio cuerpo. Comprobó que todo era normal, tranquilo. Se fue directa a la ducha, esperaba poder borrar  con el agua los malos sueños que, durante ya demasiadas veces, la atormentaban, no lograba entender por qué  los sufría, por qué en esta ocasión fue más fuerte la sensación de impotencia y rabia. No quería saber el motivo real, sólo deseaba acabar con esos sueños que una y otra vez amenazaban su estabilidad emocional.
Sonó el teléfono, descolgó el supletorio que había encima de la mesa cercana a la puerta del baño. – ¿Sí? –Contestó todo lo amablemente que pudo. –Buenos días, Sra. Palacios, –Dijo el recepcionista de turno– el Sr. Guerrero ha venido a recogerla. Dice que la espera en la cafetería del hotel. –Muy bien. Dígale que tardaré diez minutos en bajar. –De acuerdo. Se lo diré. Buenos días. – Gracias. Buenos días. –Camila colgó. Se dirigió hacia la maleta, la noche anterior no la había deshecho, y se vistió con lo primero que encontró. Con un poco de maquillaje intentó tapar las huellas  que la mala noche pasada había dejado en su rostro.  Ya lista, bajó al fin a la cafetería del hotel.
Al entrar, buscó a Marcos. Lo localizó rápidamente. Al fondo del recinto lo encontró sentado en una mesa leyendo el periódico, pudo comprobar que todavía no le habían servido el desayuno. La estaba esperando para hacerlo juntos. –Buenos días, Marcos, ¿Qué tal? –dijo  al acercarse a la mesa, plasmando en su cara una sonrisa, que aunque pretendía que fuera lo más normal posible, no lo consiguió. –Buenos días, Camila –levantó la mirada del periódico depositándola en los ojos de ella– ¿te encuentras bien? ¿Has pasado mala noche? –dijo al comprobar que su cara no era la misma que,  la tarde anterior, dejó en su habitación. –No he dormido bien, –respondió al ver la expresión de preocupación de Marcos– seguramente el cambio de cama, y otro sitio distinto al de siempre…–Bueno,  seguro que pronto te amoldas –le dijo él. Se había dado cuenta de que lo que le había dicho no era toda la verdad, sin  duda había pasado mala noche y lo utilizado como excusa no le valió como verdadera razón.
Durante las semanas siguientes trabajaron juntos. El tiempo iba pasando y era necesario finalizar el proyecto. Desde Almería pedían informes muy periódicos, casi a diario, de los avances  que se llevaban a cabo. Era imprescindible terminar con premura y todo debía de quedar,  no solo bien, sino perfecto.  Demasiado tiempo juntos provocaba que en ellos, surgiera una relación cada vez más estrecha donde las miradas furtivas iban cobrando fuerza. Compartían muchas horas del día, incluso en los descansos para comer se buscaban, aún cuando por razones laborales se habían separado para llevar a cabo su cometido. Interminables veladas  donde las risas e inocentes roces, a veces provocados, otorgaban magia a cada uno de los encuentros que ambos disfrutaban. Dejaban de ser compañeros profesionales, para convertirse en un hombre  y una mujer que empiezan a conocerse. Deseaban con todas sus fuerzas que las manecillas del  reloj se detuvieran y con ellas el tiempo. No podían negar, lo que entre ellos empezaba a surgir.  Pero para ella no todo era como quería que fuese. Sentía aquellas mariposas en el estómago pero no encontraba la forma de hacerlas salir, de permitir que la vida empezara de nuevo, no desde donde la dejó si no desde un principio donde todo fuese mágico como en el cuento de hadas que, en su corazón, siempre había deseado.  No conseguía hallar la fórmula para recomponer los trocitos esparcidos de su corazón. Le resultaba muy difícil volver a entregarse a unos sentimientos que, contradictorios, batallaban en una difícil lucha  incesante. Casi agónicos por triunfar uno sobre otro. Desgraciadamente, nunca había un ganador. El combate no tenía fin y sin una tregua, urgentemente necesaria, el alma de Camila no hallaba la luz para emprender un nuevo comienzo.  Desde su interior una voz gritaba; “¡adelante!”.  Pero  desde su pensamiento más profundo solo podía escuchar; “¿qué haces? ¿Hasta dónde quieres caer esta vez? ¿No tienes  suficiente con lo que llevas a cuestas?”. Era más fácil sucumbir en esa guerra que luchar por sobrevivirla.  No iba a dejar que nuevamente pasara lo mismo, estar siempre alerta, por si acaso, no era lo que precisamente necesitaba para recomponer  su interior. Buscaría la forma de dejar de sentir, para centrarse en lo que verdaderamente importaba. Su adorada Salomé.
Los fulgurantes rayos de sol comenzaban a entrar por la ventana de la habitación del hotel,  la noche anterior no corrió las cortinas, y la luz entraba  con fuerza desde el exterior.  La amplísima cama donde descansaba Camila,  volvió a ser testigo del desasosiego que le impidió conciliar el sueño. Vueltas y más vueltas sobre la cama. Angustiosos momentos en los que cerraba los ojos y volvían aquellas pesadillas.  Pese a que todo ello mermaba su equilibrio, en esa ocasión, más que acongojarse  sobre las revueltas sábanas de la cama, arrancó en ella  la furia necesaria para decir basta. No quería ni podía seguir albergando la angustia que, durante tanto tiempo, había estado manejando su existencia y guiando su vida por caminos que no eran los que ella deseaba. A partir de ese nuevo amanecer, que desde la cama observaba abrazada a sus rodillas, decidió tomar nuevamente las riendas de su vida. 
Golpes armónicos procedentes de la puerta,  la avisaron de que Marcos ya estaba allí para recogerla. Abrió y sin esperar a ver quién era saludó. – Buenos días. ¿Qué tal? – dejó la puerta abierta y se dio la vuelta para coger su bolso.– Buenos días –contestó Marcos– No deberías abrir la puerta tan alegremente sin asegurarte quien es primero. –replicó sorprendido por la acción desprovista totalmente de cuidado.–Pero si sabía que eras tú. – ¿Y eso quién te lo dijo? –contestó él algo intrigado por su respuesta. –Tu forma de tocar. – Aunque así fuera, no soy el único que usa esos golpes. Así que la próxima vez asegúrate primero ¿vale?– Vale, papá. –rió ella, al escuchar sus palabras de preocupación que tantas veces había escuchado en otros años.
Llegaron al  Palau de Congresos como cada mañana. Todo estaba dispuesto a excepción de unos pequeños detalles. Desde la sala de exposición donde tendría lugar el evento se podía divisar, a través de los grandes ventanales, los jardines donde estaban dispuestas las carpas para llevar a cabo los almuerzos de los invitados al congreso.  Camila observó, desde lo alto, como Marcos daba brazadas  al aire y pequeños saltos  para  llamar su atención. Por más que quiso evitarlo, no pudo reprimir la carcajada al contemplar semejante imagen proveniente desde el jardín.  Él hizo ademán para que bajara, ella asintió y acudió a su llamada. Un par de horas más tarde finalizaron los preparativos para la inauguración.
Desde  uno de los extremos de la piscina del hotel se zambullía en el agua para aliviar el intenso calor que, a plomo, caía esa tarde sobre Barcelona. Expertos movimientos,  desplazaban el cuerpo de Camila hasta  el  otro borde.  Sin duda alguna  un pequeño descanso, bien merecido, después de concluir con la jornada laboral.  Ascendía por las escalerillas  y vio como una silueta conocida se aproximaba hasta ella. No podía ver con claridad, aún llevaba puestas unas pequeñas gafas de natación para impedir que el cloro entrara en sus ojos, pero no le costó reconocer a la persona que se le aproximaba.  Marcos sonreía mientras contemplaba  su esbelto cuerpo. No podía evitar reconocer que empezaba a albergar profundos sentimientos y la visión de ella, en bañador saliendo de la piscina, provocó que algo más que su corazón reaccionara.  Las relaciones que había tenido con anterioridad, si bien no habían sido sólo por compartir un rato de cama,  no fueron lo suficientemente serias para llegar a un compromiso estable. Pero con Camila las tornas estaban cambiando. Tenía pánico a sumergirse en su corazón y encontrar que ella era importante para él. Todos los momentos, que durante esas semanas habían compartido; almuerzos precipitados repletos de sonrisas cargadas de exagerada sensualidad, cenas caprichosas entre furtivos roces que escondían, a veces no tan inocuas, caricias provocadas. Miradas directas que hablaban por sí solas sin necesidad de pronunciar palabras, anunciaban que ella sentía algo por él, pero siempre levantaba la muralla que los separaba.  Llegó hasta la tumbona donde ella estaba y saludó. –Muy buenas, ¿qué tal está el agua? –Está estupenda. Me ha sentado genial el baño, no te puedes hacer una idea del calor que tenía antes de darme el chapuzón. – ¿Qué te parece si esta noche cenamos juntos? –Dobló las rodillas para poder estar a la altura de los ojos de ella–  Me gustaría que fuésemos a un buen restaurante y después enseñarte algo de Barcelona. En las últimas semanas apenas has salido del tour palau-hotel-palau. ¿Qué te parece? Algo en el plan nocturno  puso a Camila en alerta, pero no podía negarse. –Claro ¿por qué no? Estará bien variar un poco. –lo miró directamente a los ojos aunque las gafas de sol que él llevaba puestas, impedían que pudiera leer en ellos algo más de lo que decían sus palabras. –Fantástico, te recogeré sobre las ocho y media. Así cenaremos temprano.–Muy bien. Por mí, perfecto. –Así quedamos entonces. –Se levantó y se dio la vuelta para marcharse– Hasta lueguillo.–Adéuuu, bona tarda. –respondió Camila a su despedida.–Muy bueno tu catalán, – río sorprendido– pero tienes que mejorar el acento. –contestó sin darse la vuelta completamente y ambos rompieron en una carcajada. –Adéu, preciosa meva –musitó él  confiando en que no lo oyera desde la distancia. Continúa en: Camila. Futuro. (IV)

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