Me gustan los sábados por la noche, sobre todo si los paso en casa. De alguna manera, siento una tranquilidad fácilmente explicable: al día siguiente no trabajo.
Cuando me voy a la cama, una idea está fija en mi mente: tengo diez y seis horas para hacer lo que desee, ¿que es lo que deseo hacer? Está claro que dormir un poco más, salir a pasear con Max, avanzar en mis historias, ordenar un poco la casa, salir a tomar un café, tocar un buen rato mis guitarras, hacer un poco de ejercicio, etc. Cuando llego a este punto, descubro que diez y seis horas son muy poco tiempo y comienzo a tachar cosas de la lista. Termina siendo un domingo muy corto, a fin de cuentas, pero me voy a la cama con una sonrisa. Será un gran domingo.
Momentos como este, me pongo a pensar en lo poco que vivimos. Escucharán por todos lados que “la vida es corta” y más cuando esta la pasamos metidos en una oficina, trabajando. Claro, no todos tenemos la oportunidad de heredar millones de pesos/dólares o un negocio fructífero. No todos tenemos la ventaja de trabajar de lunes a viernes o tener un salario que nos permita compensarnos. Muchos trabajamos horas y horas a la semana por el simple hecho de que no tenemos alternativas. Pero aquí les dejo una pregunta: ¿porqué no tienes alternativas?
Hace mucho tiempo me dije a mi mismo que no permitiría a nadie decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer. Películas como “Gatacca” vienen a mi mente. Me encontraba fuera de la preparatoria sin un gramo de idea sobre lo que haría con mi vida. Hasta ese momento había hecho lo que todos me pedían, desde ir a la escuela hasta entrar en un internado; pero ahora deseaba hacer lo mío. Mi más grande problema fue precisamente eso: no sabía lo que quería. Me sentí atrofiado, no me habían preparado para esta pregunta: ¿que es lo que deseo?
Como no obtuve mi respuesta, los siguientes diez años los pasé persiguiendo sueños ajenos. Fueron diez años difíciles en los que había días que apenas y tenía unos pesos en la bolsa para comprarme una sopa instantánea como única comida en el día. Me levantaba a las seis de la mañana para asistir a la universidad y me acostaba a dormir a las dos o tres de la mañana, a causa de tanto trabajo. Como resultado, conseguí un título y una buena gastritis. Luego conseguí un empleo, una casa, un auto, una familia, etc. Luego la vida me despertó con una buena patada debajo del mentón. Un día, me encontré en una casa vacía, durmiendo en el suelo, con apenas unos centavos en la bolsa. Me hice la misma pregunta: ¿y ahora que hago?
Ha pasado poco más de dos años desde entonces, llegar hasta este punto ha sido un gran reto. La diferencia es que ahora si se lo que quiero. Admito que por momentos me recrimino el haber tardado tanto en conocerlo. Admito que por momentos miro hacia atrás y sufro por lo que ya no tengo. Pero más importante aún es que he encontrado mis alternativas. En este punto de mi vida me doy cuenta que todos las tenemos.
Hay muchas maneras distintas de encontrar la felicidad, como distinto es la forma de pensar de cada cual. Alguna vez hablé de los tres caminos hacia la felicidad, aún creo que estos existen, que son válidos y que -tal vez sin darnos cuenta- todos elegimos uno. Todos tenemos la posibilidad de ser felices. Todos tenemos alternativas para sentirnos felices, pero nadie va a hacer esto por nosotros.
Es sábado por la noche, la ciudad comienza a entrar en esa etapa en donde el silencio se traga los sueños. La oscuridad se apodera de mi mente y me lleva a la cama. Todo es paz, tranquilidad. Mañana es domingo. Será un gran domingo.