Revista Literatura

Cómo atrapar a un lector: 3. narrar con continuidad

Publicado el 10 mayo 2020 por David Rubio Sánchez
CÓMO ATRAPAR A UN LECTOR: 3. NARRAR CON CONTINUIDAD
    ¡Toc, toc! Tinteros ¡Toc, toc! Tinteros ¡Toc, toc! Tinteros. Bueno, seguro que muchos habréis pillado a quién he imitado con este inicio. El tres es un número mágico en Narrativa, casi tanto como el tercer pilar, ¡casualidad!, que Ángel Zapata nos propone en su libro La Práctica del Relato como base para construir nuestras historias. ¡Damas y caballeros recibamos con un fuerte aplauso a…!

LA CONTINUIDAD EN NUESTRA NARRACIÓN


«Una vez captado el interés del lector estoy por deciros que la obligación de un escritor es resultar ameno. Escribir es interesar y por eso la atención del lector debe deslizarse de una frase a otra, de una acción a otra, sin un especial esfuerzo por su parte.» Ángel Zapata, La Práctica del Relato 
   Amenidad, interés y atención. Preguntarse qué es causa de qué nos llevaría al clásico «qué fue primero: ¿el huevo o la gallina?». Leo porque es interesante y es ese interés por su lectura lo que me resulta ameno y atrapante; ¿o leo porque es ameno y por tanto consigue atrapar mi atención…? Bueno, podríamos seguir combinando los factores, pero sería repetirnos una y otra vez. Algo que en esta entrada vamos a hacer… y mucho. Porque el tercer pilar que nos propone Ángel Zapata sobre el que construir nuestro relato es la continuidad y esta se consigue siendo redundante, repitiendo. 
   ¿Cómo? ¿Pero no es la repetición la primera causa del aburrimiento? ¿No es acaso la sucesión de novedades el gancho para entretener? Sí, pero como todo en la vida, en su punto medio. Porque un lector te puede abandonar tanto por aburrimiento como por sentirse abrumado de datos.
  ¿Un ejemplo?
«Federico nació en Madrid. En uno de los municipios periféricos también llamados ciudad-dormitorio. Era muy tímido, pero, sobre todo, despistado. Conoció a Rosa el día en el que el Real Madrid volvió a ganar la Copa de Europa después de tantos años. Ella, que por aquel entonces vestía minifalda y camisetas escotadas, era amiga de Vicky, la única chica con la que hablaba en clase. Era bastante floja en los estudios, pero le resultaba simpática. Su madre decía que lo importante era encontrar buenas personas. Que ello estaba por encima de la belleza. Todo lo contrario de lo que pensaban los chicos de su edad. Marcos, por ejemplo, solo se sentaba al lado de Sofía, que era de origen húngaro. Por esa razón en ese curso hicieron un trabajo sobre Budapest que le resultó interesante. No había salido todavía de España al contrario que su padre que, a su edad, ya había emigrado a Alemania para trabajar en las peligrosas minas de carbón de Essen.»

CÓMO ATRAPAR A UN LECTOR: 3. NARRAR CON CONTINUIDAD    Venga, pregunta rápida: ¿Cómo era la camiseta de Vicky? ¿O era de Rosa? ¿Tal vez Sofía? Es un ejemplo intencionadamente exagerado para que sirva como terapia de shock que nos haga ver la importancia de la continuidad. En el texto aparecen tantos personajes, tantos datos e informaciones deslavazadas que es imposible que el lector pueda retenerlos todos. Cuando he preguntado por la camiseta de Vicky puede que hayáis vuelto a leer el texto para confirmar si era de Vicky o de Sonia o de Rosa. Eso es exigir mucho del lector, es sacarlo de la historia. Un texto así abruma, obliga a retener detalles que se van acumulando junto al torrente de nuevas informaciones. ¿Cuánto de su valioso tiempo dedicará el lector a ello? La historia no fluye, la atención se agota, se pierde el interés y todo eso es lo contrario a una lectura amena.
   La obligación de un escritor es resultar ameno, como se recoge en el texto de Zapata con el que he comenzado la entrada y creo que todos estamos de acuerdo. Incluso la Real Academia de la Lengua. Fijaos cómo define «Ameno»: 
«Definición de la RAE para el término "Ameno": Grato, placentero, deleitable. Escritor ameno, conversación amena.»

  No creo que sea por casualidad que la RAE, de la infinita lista de cosas amenas, haya escogido al escritor como uno de los ejemplos. Así que, salvo que nuestros lectores tengan tendencias sadomasoquistas, es recomendable intentar que la lectura no le suponga esfuerzo y le resulte una experiencia agradable.
   Para conseguir esa amenidad, la historia, además de ser narrada con naturalidad y con visibilidad como vimos en las entradas anteriores, debe tener continuidad. ¿Por qué? Pues porque a excepción de los que tengan una memoria eidética, como la de Sheldon Cooper, el resto de los mortales contamos con una memoria a corto plazo limitada. En lo que respecta al acto de atención lectora, la memoria a corto plazo abarca unas quince palabras.
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  Es decir, conforme leemos relacionamos los nuevos datos con los anteriores y de esa manera conseguimos comprender lo que se nos cuenta. Por tanto, si esa es la manera en la que trabaja nuestro cerebro, la manera de que la lectura sea fluida pasa porque nuestra narración contenga al mismo tiempo informaciones nuevas e informaciones conocidas para ahorrarle al lector el doble trabajo de leer y de, además, retener información. 
  ¿Qué sucede en el texto que he escrito a modo de ejemplo? Pues que cada frase es una información nueva, sin un hilo conductor que la dote de continuidad, el lector debe memorizar en cada frase un dato nuevo sin saber qué es importante y qué no. Y eso le supone un esfuerzo, una traba que impide la magia de la inmersión ficcional, que es ese momento mágico en el que todo lo que nos rodea desaparece y por nuestra mente solo se suceden las imágenes de la historia que estamos leyendo. 
  La obligación del escritor es conseguir que el acto de lectura sea ameno —¿cuántas veces lo he escrito esto ya?— y para eso debemos pensar en nuestro lector, prever dónde puede perderse, dónde podemos saturarlo, en qué punto puede decidir cerrar el libro cansado de releer, de memorizar o hasta de anotar en los márgenes del libro esquemas para no perderse. Esto último me ha pasado más de una vez, sobre todo, en las historias de Fantasía. Me he encontrado muchas en las que el escritor parece tan ansioso por mostrarnos todo el mundo ficticio que ha creado que leer un solo párrafo es agotador.
  Me refiero a algo así:
«Hace incontables lunas, antes de que las hordas del reino de los necromantes invadieran las tierras de los pacíficos gnómicos y que el mago oscuro Malvadal, aquel que mantenía en la más absoluta armonía el mundo de los vivos y el Reino de las almas olvidadas, instaurara su maligna tiranía que arrasara al pueblo élfico, existía una pequeña aldea de enanos gobernados por Alakin. Alakin, hijo de Alakon, el que consiguió derrocar al gran dragón del volcán de Bandor, gobernaba su reino con paz y justicia. Junto a él, el mago blanco, Jernión, garantizaba la coexistencia con los espíritus de más allá del arcoíris negro que, en ocasiones, trataban de cruzarlo, siendo reprimidos mediante ritos, conjuros y hechizos de barreras o ceremonia de expulsión. 
    Pero no todo era dicha en el corazón de Alakin, puesto que su hijo, el príncipe Alakito, falleció en la batalla del río de las ánimas oscuras y desde entonces el rey, otrora cercano con su pueblo, permanecía en sus aposentos rogando a los dioses de las estrellas una señal que le indicara que su hijo había alcanzado el Jumbalán.»

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  Puff… Durito, ¿eh? He exagerado, aunque he leído textos muy parecidos. Por mucho que el autor se haya esforzado en crear un mundo de fantasía —algo admirable—, exponerlo de esta manera abruma, te obliga a llevar una guía de personajes, lugares y hechos para no perderte. Pero por muy buena que sea la predisposición del lector no tardará demasiado en abandonar, cansado de releer para asimilar toda esa información.

¿Cómo conseguir la Continuidad en nuestra narración?

     Os propongo tres recursos. El primero es lo que se aconseja en La Práctica del Relato, los otros dos creo que también nos pueden servir a este propósito.

1. Entender cada capítulo, cada párrafo o cada frase como una unidad de significado. 

  Al escribir un relato, y no digamos en una novela, debemos preguntarnos qué queremos decir en esta frase, en este párrafo, en este capítulo. Ni más, ni menos. Y esa idea central es sobre la que debería girar la frase, el párrafo y el capítulo. Es la redundancia. Zapata aconseja: 
  1. Que la narración se apoye en palabras e ideas repetidas. ¡Ojo! No vale cualquier repetición, solo la de aquellas palabras verdaderamente importantes, aquellas que nos interesa que queden en el lector.
  2. Enfocando la misma idea de manera distinta. 
   Os propongo el siguiente ejemplo, es del escritor Horace McCoy y con él inicia su novela negra ¿Acaso no matan a los caballos? 
«Me puse en pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro. Todo fue de lo más sencillo. Estaba relajada, completamente tranquila. El impacto del proyectil hizo que su cara se ladeara hacia el otro lado; no la veía bien de perfil, pero podía apreciar lo suficiente para saber que sonreía. El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino, en medio de la noche oscura a orillas del Pacífico. Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba completamente relajada y tranquila y sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír. ¿Cómo podía decir pues el fiscal que sufrió? Y no es verdad que careciera de amigos.   Yo era su mejor amigo. Era su único amigo. Por tanto, ¿qué era eso de que no tenía amigos?» 

    No habría hecho falta, pero he resaltado en negrita todas las repeticiones de ideas (muelle, cara, proyectil, amigos, relajación) que aparecen en el texto. ¿A que no entorpecen su lectura? Al contrario, logran un énfasis que le quedará al lector durante el resto de la lectura. Como afirma Zapata: la repetición de palabras esenciales con un tono natural y empático pasa desapercibida por el propio interés de la historia. En el texto, ¿os habéis fijado en la última frase? Es su único amigo, y la mató. A fuerza de repetirlo nos lo ha grabado en la mente y, además, el lector da por supuesto que eso va a ser fundamental en la historia.
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2. La caracterización de los personajes

    Antes hemos mencionado la memoria eidética de Sheldon Cooper, el personaje capital de la serie BIG BANG THEORY, que seguro habréis visto en alguna ocasión. De entre las manías de ese científico destaca su obsesión por sentarse siempre el mismo asiento de su sofá y no dejar que nadie más ose ocuparlo; también es icónica su manera peculiar de llamar a la puerta de la guapa y rubia vecina: TOC, TOC, PENNY, TOC, TOC, PENNY, TOC, TOC, PENNY.  ¿Qué consiguen los guionistas con esto? Algo tan fantástico como que cuando en alguna escena veamos a alguien ocupando su asiento, ansiemos el momento en el que Sheldon aparezca y reaccione. O que cuando no se produzca esa llamada triplicada nos quedemos expectantes ante la anomalía.
  Dotar a los personajes de peculiaridades y mostrarlas a lo largo de la historia provocará el efecto mágico de que el lector empatice con ellos. No solo memorizará esas peculiaridades, sino que participará de ellas. Complicidad, empatia... Si conseguimos eso en el lector, significará que lo hemos atrapado sin remedio.
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3. La regla de 3

   Llegamos al número tres. Los tres mosqueteros, la Santísima Trinidad, los tres cerditos, los tres reyes magos, ¿recordáis esos chistes que comienzan con un inglés, un francés y un español? El tres es un número mágico en narrativa. ¿Acaso no se aconseja dividir la historia en tres partes: Inicio, nudo y desenlace? En retórica existe una figura llamada el Tricolón, que es cuando utilizamos tres elementos o palabras para configurar una frase rotunda, de esas que se quedan en la mente por los siglos de los siglos. ¿Os suenan las siguientes? 
Esto costó sangre, sudor y lágrimas
Veni, vidi, vici
Libertad, igualdad y fraternidad
Ver, oír y callar
Por tierra, mar y aire.
Oro, incienso y mirra.
Toc, toc, Penny; toc, toc, Penny; toc, toc, Penny 
    En el texto de McCoy, si nos fijamos en la última frase resplandece un tres antológico: «Yo era su mejor amigo. Era su único amigo. Por tanto, ¿qué era eso de que no tenía amigos?» 
   El 3 es mágico en narrativa y bien podemos tomarlo como medida de todas las cosas. Puede ser un buen límite de información nueva por capítulo y hasta por párrafo; en las descripciones, el máximo de características del personaje o el entorno para que nos obliguemos a que sean significativas y que jueguen un papel importante a posteriori; en los diálogos, para intercalar una acotación por cada tres intervenciones y a sí no perder el ritmo. A que cuando haya algo que sea importante para el final lo avancemos hasta en tres ocasiones. Por ejemplo, la clásica pistola de Chejov. Si nuestro protagonista va a morir al final por un disparo, que esa pistola haya aparecido en tres ocasiones: si solo lo hiciera en una, pasaría desapercibida; en dos, creamos expectativa; con la tercera, se cierra el triángulo, todo cobra sentido. Disparamos al centro de la diana.
   En definitiva, para atrapar a un lector debemos pensar en él, intentar conseguirle una experiencia lectora que fluya sin un esfuerzo especial, que consiga la magia de que su mente abandone el mundo real para entregarse en el mundo creado por ti. Leemos porque es una experiencia placentera, grata y deleitable. Lo dice la RAE, que algo sabrá en esto de escribir, ¿no? Así que hagamos la vida fácil a nuestro lector.
  Y antes de acabar, ¿intentamos arreglar el ejemplo inicial conforme a lo que hemos comentado? Sí, aquel de Federico, la camiseta de Vicky y no sé cuántas cosas más. Para ello escojamos solo tres informaciones del texto. Por ejemplo: 1. el carácter despistado de Federico; 2. el colegio y 2. la chica húngara. ¡A ver qué sale!
  «Federico, en su adolescencia, era un joven tímido y callado. Por eso, y porque en su aula había un número impar de alumnos, siempre se sentaba solo. Aparte de ser tan reservado, también era despistado. Muy despistado. Tanto como para que, al terminar la clase, la profesora tuviera que dedicar unos minutos con él para anotarle los deberes que debía realizar en casa. La suerte fue que empezado ese curso llegó Sofía, una guapa chica húngara que vestía minifaldas y camisas escotadas. Desde entonces, Federico ya no volvió a sentarse solo y como Sofía apenas entendía castellano congeniaron enseguida. Tanto que siguieron sentándose juntos aun cuando ella ya dominaba el idioma y él ya no era tímido y callado.   Lo malo es que Federico nunca dejó de ser despistado y cuando ella regresó a Hungría y él tuvo oportunidad de ir a buscarla confundió Budapest con Bucarest.»

   Al final, hasta nos ha salido un micro.
  La próxima, y última entrega, hablaremos del cuarto de los pilares narrativos que nos recomienda Zapata para construir nuestra historia: La Personalidad. Si os perdisteis las anteriores entregas os dejo los enlaces a continuación:

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¡Saludos tinteros!

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