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La penumbra del pasillo y una relajante música envolvían el momento de tímida complicidad. Agarrada con fuerza a su mano, le seguía por el corredor, piel con piel ya que instantes antes la había despojado de toda su ropa dejándola solo con sus braguitas La puerta entreabierta del baño dejaba pasar el sonido que escuchaba, la abrió despacio y ante ella apareció la estancia iluminada solo por cuatro velitas colocadas en cada una de las esquinas de la bañera llena de espuma.
Tan despacio como el acelerado latir de su corazón le permitía, levantó la pierna derecha para introducirse en aquel estanque que le transmitía tanta paz. Sintió el agua tibia acariciar sus pies y con lentitud dobló las rodillas para sentarse.
―Túmbate, cielo. Relájate ―invitó Gorka casi en susurros. El cuerpo desnudo de Lucía quedó cubierto por el agua mientras Gorka le acariciaba desde el pie hasta llegar a los muslos lo que le provocó un cosquilleo en su estómago. Había vivido otras historias a lo largo de su vida, sin embargo, lo que experimentaba en ese momento le despertó sensaciones desconocidas hasta ahora, tan intensas y tan devastadoras como la fuerza de un huracán que arrasa todo a su paso. ―Cariño, ven conmigo ―rogó Lucía a su hombre que, de rodillas, vestido con un pantalón vaquero, y su torneado pecho al descubierto, contemplaba la piel mojada de su rostro a la tenue luz de las llamitas. ―Ahora voy. Relájate ―insistió él. Cogió una pastilla de jabón, la frotó entre sus manos y con delicadeza cubrió de espuma las piernas de la diseñadora. Continuó hacia los muslos que rozó con la punta de los dedos y con absoluta delicadeza deslizó la mano sobre su oscuro pubis. Ella vibró bajo sus caricias. Se estremeció al sentirlo tan próximo, tan íntimo.Lucía sumergió la cabeza en el agua hasta dejar libre su rostro. ―Cielo, no busco excitarte. Sólo siénteme aquí. A tu lado ―murmuró Gorka. Los dedos del detective, codiciosos de la piel de su amada, juguetearon alrededor de su ombligo, mientras su peregrinaje hacia los pechos donde se recreó. Asió el pezón izquierdo y con extrema ternura, lo masajeó para el deleite de Lucía. ―Voy contigo, mi amor ―anunció Gorka. Se alzó para desabrocharse los pantalones que resbalaron hacia el suelo donde quedaron arrugados. Lucía se irguió. Sentada, rodeó sus piernas con los brazos, esperó que él se colocara detrás para apoyar la cabeza sobre su pecho mientras que, con suaves movimientos, acariciaba al hombre que había anidado en su corazón meses atrás.Ardía de deseo. Aquellas manos incendiarias recorrían cada centímetro de Lucía sin darle tregua ni mesura. Sin contemplaciones. Cada poro de su piel sucumbía a cada caricia, a cada uno de los besos que recibía en el cuello y el hombro. Su deseo de poseerlo explotó en ese mismo instante cual lava que es arrojada con fuerza de las entrañas de la tierra. Colocada a horcajadas sobre el detective, sus ojos se encontraron. En ellos depositó toda la excitación acumulada que él había despertado con sus manos. Al instante, el miembro viril, enhiesto, exigió paso colocándose entre los pliegues de su piel. Las fornidas manos de Gorka, aferradas a las caderas de su sirena, la atrajeron hacia abajo para introducirse en ella sin más límite que su necesidad de estar dentro de aquel cuerpo, excitado cada vez más con el embriagador vaivén que Lucía mantenía sobre él. ―¡Qué bonita eres! ―murmuró despacio sin dejar de contemplarla―. Me vuelves loco, princesa.
Acomodados en el sofá como almas hambrientas, compartían risas y caricias entre sorbos de vino tinto tomados de la misma copa... Pero la noche se mostró caprichosa y no terminaría como ellos hubieran deseado. El sonido del móvil del ex policía los arrancó del paraíso que habían construido entre cojines, alfombras y besos regalados envueltos de la pasión que sentían. ―Alcorta ―respondió con la voz todavía ronca. Escuchó con atención al reconocer la voz que le habló―. Voy para allá. ―Adusto, colgó y sin más se levantó y comenzó a vestirse―. Tengo que irme. Es urgente. Sin saber qué decir, con la copa de vino aún en la mano y desconcertada, Lucía preguntó: ―¿Ha ocurrido algo grave? ―Sí. Creo que se trata de Amanda. Sin más explicación salió por la puerta tras vestirse con acelero. ―¿Amanda? ¿Quién es Amanda?El silencio fue su respuesta.
Los escalones del pequeño hotel rural apenas notaron sus pisadas. Dejó de andar para correr cuando atravesó la puerta del establecimiento. Traspasó el umbral de la habitación pero el inspector Ramírez, el mismo que minutos antes le llamó, se interpuso en su camino. ―Solo te he llamado para que la identifiques ―le dijo mientras lo detenía antes de que entrara. ―Tú también la conocías. Déjame verla ―exigió señalando hacia dentro de la habitación. ―Tenías que saberlo. Pero solo te dejaré pasar si te tranquilizas. ―Los ojos del detective no podían estar más abiertos. Mantener la calma era imposible en ese momento. ―Vale. ―Respiró hondo―. Ya lo estoy ―añadió―. Pero ambos sabían que mentía. Consiguió zafarse de la mano que lo retenía y caminó hasta la cama.La imagen que apareció ante sus ojos aniquiló su fortaleza. El hedor a muerte inundaba la habitación del hotel. En la pared, encima del cabecero negro de forja torneado en hojas de árbol, resbalaban goterones de sangre oscura de una palabra escrita: bicth.Sobre la cama, semi desnuda y boca abajo con los brazos extendidos por encima de la cabeza, una chica joven, aún maquillada, yacía inmóvil. Una gran media luna seccionaba su cuello de oreja a oreja. La sangre formaba un charco en el que se sumergía parte de su cara. Las sábanas empapadas habían dejado de absorber el flujo que emanaba libre. ―¡Joder, Amanda! ¿Por qué no me llamaste? ―le habló el detective al cadáver mientras se llevaba sus manos entrelazadas a la nuca. Sabía que no podía tocarla por lo que se debatía entre el deber y el demoledor sentimiento de abrazarla como si con ello pudiera devolverle la vida. ―Cálmate, Gorka. Ya nada puede ayudarla. ―¿Qué habéis encontrado? ¿Alguna pista? ―Volvió a la realidad. Ya la lloraría cuando encontrara al culpable. ―No puedes intervenir en la investigación. No serías objetivo. ―Pero, ¿qué chorradas dices? Ya no soy policía y no voy a quedarme sentado esperando respuestas. Su asesino está por ahí fuera y lo voy a encontrar aunque tenga que derribar las montañas que rodean el valle, ¿entiendes? Resopló con fuerza, levantó la vista y observó con detenimiento la palabra escrita en la pared. El inspector Ramírez imitó su gesto, miró al mismo lugar. ―Ha escrito varias veces sobre el mismo trazo de la ce y la te ―dijo Alcorta.―Es como si hubiera dudado a la hora de escribir la palabra ―señaló con la mano hacia la pared―. ¿Por qué lo haría?―Está mal escrita ―resolvió el detective tras unos segundos en silencio sin apartar la vista de la pared―. En realidad quiso poner bitch. Eso que ha escrito no significa nada, no existe. ―¿Zorra? ¿Crees que quiso poner zorra?―Encaje negro, liguero; lencería fina y cara... ―detalló la indumentaria de la víctima en ese momento―. Casi desnuda sobre la cama. Está claro. ―Y ¿por qué lo escribe mal?―Porque no es extranjero. Quiere hacernos creer que alguien de fuera la asesinó. Un nativo escribiría sin errores esa palabra. No se equivocaría por muy nervioso que estuviera. ―Tiene restos en las uñas ―dijo el inspector volviendo a la víctima―. Debió pelear con su asesino. Esto nos llevará hasta él.
Consternado por lo ocurrido, Gorka abandonó la habitación. No necesitaba permanecer más tiempo allí. El inspector lo acompañó por las escaleras. ―Encontraré a ese cabrón, te lo aseguro ―sentenció Gorka, ya en la calle junto a un coche patrulla. ―No fue un hombre. ―Se escuchó a pocos metros de ellos. Tras unos arbustos se ocultaba una voz ajada. ―¿Por qué dice eso? ―inquirió Gorka después de darse la vuelta y observarlo detenidamente― ¿Vio usted algo? ―Sí, sí lo vi. Por esa puerta salió una mujer a toda prisa. Resbaló en los escalones y se le cayó una bolsa. ―Se detuvo para echar un trago más del brick de vino que llevaba consigo. ―Continúa, amigo ―apremió el detective. ―No le hagas caso ―respondió Ramírez―. ¿No ves que es un simple borracho que busca su minuto de gloria?―No. Déjalo hablar. Si se le diera más credibilidad a más de un testigo así, muchos asesinos estarían encerrados ―argumentó mientras observaba con atención al testigo―. Si miente, obtendrá su merecido. ―Venga ya, Alcorta ―recriminó de nuevo. ―Dime qué viste exactamente… ¿cómo te llamas?―Me llamo Gustavo. Y por esas escaleras ―señaló el lugar con la mano que tenía libre― bajó una mujer muy deprisa. Resbaló y de su bolsa, al caer, salieron unos guantes manchados de sangre. ―Y ¿qué hizo con ellos? ―Los recogió del suelo y los echó en esa papelera de allí ―indicó el sitio ladeando la cabeza. El detective corrió hacia donde le indicó, pero su interior estaba vacío. Ramírez observaba escéptico la escena, sentado sobre el capó del vehículo. ―No hay nada aquí. ¿Estás seguro de que fue en este sitio donde los arrojó?―Sí. No hay nada porque yo los recogí. ―Introdujo la mano en un bolsillo del abrigo mugriento que lo cubría y extrajo algo―. Sabía que pronto pasarían para recoger las basuras y se los llevarían. Estos son los guantes que tiró. Estiró la mano entregándole una bolsa de basura echa una bola que el detective se apresuró a abrir. Dentro halló los guantes ensangrentados. ―¿Cómo sé que no son tuyos y que tú eres el asesino? ―reprendió Ramírez con inquina―. Seguro que si analizamos eso encontraremos tu ADN. ―Imposible. No encontrarás nada mío ahí. Como ves llevo guantes, hace días que no me los quito por culpa de este frío glaciar. Si los analizas encontrarás dos ADN distintos pero ambos de mujer; la asesina que vi bajar y la mujer a la que mató. ―¿El de la asesina también? ―quiso saber Gorka que escuchaba muy atento las palabras del indigente. ―Pasé muy cerca de ella haciéndome el borracho y pude ver que llevaba varios arañazos sangrantes en la muñeca derecha.―Se defendió…―divagó Gorka. ―Haciéndose, dice ―rezongó Ramírez impaciente por marcharse de allí.―Puede que duerma en la calle y beba un poco de más ―argumentó Gustavo dirigiéndose al inspector que no daba crédito a lo que escuchaba―, pero aún no estoy tan alcoholizado como para no darme cuenta de lo que veo y anoche lo vi todo con suma claridad. Hace falta más que un brick de vino barato para que yo pierda la consciencia. ―¿Y qué fue lo que viste, Gustavo? ―preguntó Ramírez. ―Lo que vi fue a las dos mujeres discutiendo en esa ventana de la esquina. Y como una hora más tarde apareció la mujer que os digo por esa puerta. ―¿Por qué no la detuviste? No avisaste a la policía. ―Lo intenté. Pero, míreme, mi ropa no da credibilidad a mis palabras, en la recepción del hotel no me creyeron. Si hubiera intentado detenerla y avisado a la policía, esa mujer le hubiera dado la vuelta a todo para que yo pareciera el culpable del crimen.―Tenías los guantes en tu poder, esa es la prueba de tu inocencia, según tú mismo. ―Los cogí mucho después de que se fuera. ―Porque estabas borracho y no te tenías en pie… ―argumentó peyorativo el inspector. ―Ahí tienes las pruebas, no me acuses a mí; no tengo móvil ni la conocía para matarla, averigua quién es la asesina. ―Analizaremos los guantes y cotejaremos los resultados. ¿Serías capaz de reconocerla si la vieras otra vez? ―preguntó Gorka más suave. Creía en las palabras del mendigo. ―Sí. Estoy seguro de ello. ―Inspector Ramírez ―llamó un agente mientras se acercaba al coche donde éste estaba apoyado―. Los chicos han encontrado esta tarjeta cerca de la puerta por fuera de la habitación, cuando ya salían. Ramírez tomó lo que le mostraba y sorprendido se aproximó a Gorka. ―¿Te suena esto, Alcorta? ¿Crees que tendrá relación con el caso o el servicio de limpieza no es muy pulcro?―Sí que me suena, pero no sé si tendrá relación o no. No obstante tiraré de este cabo a ver a dónde me conduce. Entre sus manos jugaba con una tarjeta blanca de visita cuyas letras en negro publicitaba; Laboratorios SISCOM. La empresa farmacéutica que dirigía Rafael Siscar. El padre de Lucía.
La calle estaba oscura y tan desierta que sus pasos resonaban sobre el pavimento adoquinado. El hotel donde apareció Amanda estaba a solo unas cuantas calles de la cabaña que había alquilado para pasar el fin de semana con Lucía apartados del barullo de la ciudad. En sus manos aún portaba la tarjeta hallada en el suelo de la habitación, y en su mente la imagen de Amanda sobre la cama en un charco de sangre le atormentaba ante la rabia e impotencia que dominaba su razón. Llegó a la cabaña, entró despacio en el salón. En el sofá, envuelta aún con el albornoz, le esperaba Lucía con la copa de vino en la mano. Sobre la mesa descansaba la botella de vino que él había dejado casi llena antes de marcharse y ahora estaba vacía. Las llamas de la chimenea eran la única iluminación que había en toda la estancia. ―¿Quién es Amanda? ―le preguntó directa Lucía sin darle la bienvenida, y no esperó respuesta―. Creí… creí que entre tú y yo había algo bueno. Me equivoqué. Creí que podía confiar en ti. Me equivoqué otra vez… Me costó hacerlo y cuando bajo la guardia, sales huyendo cuando una chica te llama. ―No, no es lo que crees ―se defendió.Pero Lucía no se conformó con tal débil y manida respuesta. ―Claro, seguro que no lo es. Estoy convencida de que tendrás una buena explicación. ―Lucía, Amanda era la única amiga que tenía desde la infancia. Crecimos juntos. Era la persona más importante de mi vida. No como pareja si no como una amiga, casi una hermana. ―Hablas en pasado, ¿ya no es tu amiga?―Quien me llamó antes fue el inspector Ramírez, encontraron a Amanda muerta en la habitación de un hotel del pueblo. ―¡Dios mío! Eso es terrible. Cuánto lo siento, Gorka. ―Lo sé cariño. Tenía que haberte dicho algo más antes de marcharme, pero la noticia me dejó descolocado. No quería creerlo. Lucía se levantó del sofá y se abalanzó a sus brazos. ―Lo siento, mi amor, lo siento. Gorka la abrazó con fuerza, solo entre sus brazos encontraba el cobijo que necesitaba en momentos como ese. La besó en la cabeza y en un débil murmullo le dijo: ―Nunca olvides que te amo. Eres mi felicidad porque me haces sonreír, me siento vivo contigo y sobre todo porque quiero vivir para estar contigo. ―Mi amor, yo también te amo, y no… ―Shhh. No digas nada. ―La cayó colocando el índice sobre sus labios―. Ya lo hacen tus ojos cuando me miran. Cielo, para mí no eres una opción, eres la única mujer con la que quiero pasar mis días. Tras aquellas palabras, la besó con suavidad, con ternura y la abrazó como solo un hombre enamorado es capaz de hacer; con el corazón y el alma en cada uno de sus brazos. Pequeños copos de nieve comenzaron a golpear los cristales de las ventanas. Caían con suavidad en pleno de valle de Camprodon. El invierno, inclemente, recorría cada rincón del pueblo para tapizar sus calles, cubrir los tejados e impregnar todo de blanco. Pero el frío quedaba fuera de la cabaña, dentro todo el amor que sentían avivaba el calor de la estancia.
―No la he visto nunca ―afirmó Rafael Siscar al contemplar la foto de Amanda―. ¿Estás seguro de que trabajó aquí?―No lo sé. Pero una tarjeta de visita de esta empresa apareció en la escena del crimen. Es una posibilidad que hay que investigar ―respondió Gorka. ― No controlo a todo el personal de la empresa, para eso está Jaume Torns, el responsable de recursos humanos, habla con él. Tal vez te ayude. Le aviso de que vas.―De acuerdo. Lo haré. Gracias, Rafael. Recogió la foto que le entregaba éste de nuevo y estrechó su mano.
Exhaló un suspiro ante otra negativa. Torns negó que la hubiera contratado. ―Lo siento, no la he visto nunca. ¿Por qué lo pregunta? ¿Le ha pasado algo?―La han hallado muerta en un hotel. ¿Seguro que no la conoce?Tras unos instantes respondió:―Seguro. No sé quién es. Iracundo, salió del despacho. No era posible que en el hotel se hubieran olvidado de limpiar la habitación pero empezaba a pensar que aquella tarjeta solo fuera consecuencia de la falta de pulcritud de una limpiadora irresponsable. Apoyado en la pared mientras decidía su siguiente paso, contemplaba a la secretaria del jefe de personal de los laboratorios. Lorena Gómez, rezaba sobre la mesa donde atendía una llamada. Una sonrisa nada tímida y cargada de coqueteo dio de lleno en el detective que fijó en ella su atención. Observó con verdadero interés a la chica; sus gestos, su sonrisa e incluso su atuendo quedaron en la memoria del detective y salió del edificio entre las tupidas cortinas del desconcierto. Las calles de la Ciudad Condal se le antojaban cada vez más estrechas, con más gente a cada paso. Se ahogaba ante el recuerdo del desgarrador suceso que no cesaba de enviarle la imagen de su amiga tumbada en aquel charco de sangre. Sabía que había sufrido antes de morir y no pudo impedirlo. Eso lo mortificaba una y otra vez.
Una vieja caja de madera rectangular era el envoltorio de los antiguos recuerdos de Gorka Alcorta. En su interior atesoraba algunas fotos que empezó a remover. Una a una las examinó a conciencia. Entre ellas, imágenes de Amanda con las que rememoró instantes vividos con ella en su infancia, en una adolescencia rebelde y en una juventud que no olvidaría nunca. Con el calor de la chimenea, sentado en el suelo y rodeado en la cintura por las piernas de la persona que más amaba, compartía su vida pasada con ella, casi derrotado.―No pude ayudarla, Lucía. No pude ―se lamentó Gorka al borde del llanto. ―No tienes la culpa de lo que le ha pasado ―intentó consolarlo mientras le abrazaba con más fuerza. ―¿Por qué no me llamó si tenía problemas?―Tal vez le vino de sorpresa. Es posible que no lo esperara. Gorka permaneció callado. “De sorpresa… no lo esperaba” retumbaba en su cabeza una y otra vez. ―Vamos a la cama, amor. Tienes que descansar. ―Sí. Por hoy está todo hecho ―aunque estaba seguro que esa noche iba a ser muy larga. Entre las cálidas sábanas acoplaron sus cuerpos, Gorka se abrazó a su espalda y flexionó las piernas mientras Lucía adaptó su postura para encajar en la de él. Desnudos, sin telas que evitaran la sensación de ser el uno del otro. Avanzaba la madrugada pero no su descanso. No había sido capaz de desconectar de todo lo sucedido, y de repente se levantó de la cama como si un resorte automático lo hubiera empujado de ella. Salió disparado hacia el salón y cogió de nuevo su caja de los recuerdos. Rebuscó entre las fotografías, las sacó una a una hasta que encontró la que buscaba; Amanda sonreía ajena al horrible destino que le esperaría no muchos años después. Su perfil femenino capturado con una vieja cámara mostraba toda su belleza. Gorka sostuvo la foto entre sus dedos. ―Te tengo. Voy a por ti ―le habló a la imagen dirigiendo sus palabras hacia la persona que degolló a Amanda. Había dado con su asesino.
La mañana brillaba radiante desde muy temprano. Los rayos de sol hacían jirones los últimos vestigios de la noche anterior. El sonido de sus tacones rompía el silencio de las tranquilas calles barcelonesas mientras se dirigía a una cafetería cercana a la oficina donde, a diario, compraba su café para llevar. En ese establecimiento hacían el mejor capuccinode toda la ciudad. Con el vaso en una mano y el periódico en la otra, andaba distraída ojeando las últimas noticias mientras tomaba varios sorbos seguidos para sacudirse un poco el frío del invierno, y dirigía sus pasos hacia la calle. ―¿Por qué no mira por dónde va? ―Un tropezón con otro cliente que se dirigía a la barra la detuvo en seco. ―Cuanto lo siento, señorita ―lamentó la persona con la que chocó―. Iba distraído con el móvil y no la he visto llegar ―se defendió sin sentir un ápice de pena por la situación. ―¿No le he visto antes? Me suena su cara ―quiso saber, enojada. ―No lo creo, yo no la olvidaría a usted. Si puedo hacer algo por usted, dígamelo.―Sí, claro que puede hacer algo por mí, ―respondió mordaz.―¿Qué necesita? Yo recogeré su vaso del suelo, no se preocupe por eso ―dijo agachándose. ―Desaparezca de mi vista.Una breve sonrisa sardónica se dibujó en el rostro del hombre que trataba de ayudarla.―Claro, pero déjeme decirle algo antes. ―Ella asintió con el fin de quitárselo de en medio cuanto antes―. Tengo la sensación de que nos volveremos a ver.―Sí. Será en el infierno. No creo que antes.
Caminó raudo por la calle con la desesperación como motor para llegar cuanto antes a su destino. Tecleaba con una mano un número de teléfono y en la otra sujetaba algo envuelto en un pañuelo. No quería dejar sus huellas en ese objeto. ―Voy de camino a criminalística. ―No saludó, fue directo al grano―. Llevo una prueba importante para que la analicen, nos vemos allí. ―De acuerdo, voy para allá ―respondió el inspector Ramírez y colgó. Cruzaron juntos la puerta del laboratorio. ―¿Qué llevas ahí? ―Es un vaso de café ―respondió Gorka―. Que lo analicen y comparen los resultados con los de los guantes de la papelera del hotel y con lo hallado bajo las uñas de Amanda. ―¿Cómo has conseguido esto?―Ya te lo contaré. Que se den prisa en analizarlo, es muy urgente. ―Lo sé. Se lo daré al técnico y que le dé prioridad absoluta. ―Gracias, amigo.
El lugar rezumaba tranquilidad. Las profundas inspiraciones que realizaba frente a aquel laberinto de cipreses en el Parc del Laberint d’Horta cargaban sus pulmones de oxígeno mientras su corazón se hinchaba poderoso del amor que le transmitía su mano amarrada, como hilos de seda, a la de Gorka. En sus pies descansaba la cesta de picnic que había preparado por la mañana con fruta y verdura comprada en el mercadillo ecológico de Montgat; una botella de vino, algo de pan payés y alguna que otra cosilla más para disfrutar de un día al aire libre. ―¿Te atreves a encontrarme antes de que llegue a la escultura de Eros en el centro del laberinto? ―retó Lucía al detective que la contemplaba absorto muy lejos de escuchar sus palabras. ―Ehh… creo que tú tienes ventaja ―respondió sin apartar los ojos de ella―, ya conoces el sitio. ¿Cuántas veces lo has recorrido ya? ―Bueno, no han sido tantas. Solo alguna que otra. Solía venir con mis padres los días soleados y recorríamos estos jardines de punta a punta. Son preciosos. ¿Te has fijado?―Sí ―contestó dejando escapar un pequeño suspiro mientras contemplaba el sitio. Estaba allí por complacerla a ella, sin saber que Lucía lo había llevado a aquel parque para que apartara de su mente, por unas horas, si eso fuera posible, todo el asunto de Amanda. Necesitaba despejarse y ella intentaría por todos los medios que así fuese. ―Ven ―dijo arrastrándolo de la mano que le tenía cogida―. Vamos a dejar la cesta cerca del laberinto, en alguna sombra…―Lucía. Yo… ―interrumpió Gorka― creo que prefiero que nos sentemos en la hierba. Lo siento, no tengo ánimos para más. ―Lo sé, mi amor. Pero necesitas relajarte un poco, sólo mientras te llaman con nuevas informaciones, ¿vale? Sólo por unas horas ―rogó Lucía con un tierno beso en los labios de Gorka. ―De acuerdo, vamos ―aceptó el detective complaciente. Bajaron las escaleras que conducían a la zona inferior del parque, y buscaron un sitio donde hubiera sombra. Tras colocar un pequeño mantel de cuadros rojos y blancos se sentaron. Lucía lo hizo frente a Gorka, y con sumo cuidado le quitó las zapatillas deportivas grises que llevaba puestas, sin apartar los ojos de los de él. Siguió despojándolo de los calcetines del mismo color y como un mosquito molesto que revolotea cerca sonó el móvil del detective.La expresión de Lucía demudó enseguida. ―En veinte minutos estoy allí. ―Fueron las únicas palabras que pronunció Gorka durante la llamada. ―¿Qué ha pasado? ―preguntó Lucía, mientras le calzaba de nuevo. ―Han detenido al culpable.
La puerta de la sala de interrogatorios se abrió de pronto deteniendo el incesante tamborileo de sus dedos sobre la mesa, y apareció la misma persona que unos días antes tropezó con ella echándole su capuccino encima. ―Tú… tú eres… ―dijo confundida―. ¿Qué hago aquí?―Sí, yo. Yo soy… era amigo de Amanda, ―dijo Alcorta―. ¿La recuerdas?―No ―respondió tajante―. No sé quién es. ―Ya. ―Ramírez se sentó frente a ella en la mesa y Gorka quedó apoyado en la pared de enfrente, en un segundo plano. Aunque su templanza estaba a punto de acabarse.El inspector colocó unas fotos del escenario del crimen frente a la detenida.―¿La recuerda ahora, señorita Gómez? ―interrogó de nuevo. La pétrea e inexpresiva mirada de Lorena contempló las imágenes sin pronunciar una palabra. Pasados unos eternos instantes, levantó la mirada al fin. ―No sé quién es ―repitió sin emoción alguna―. Quiero salir de aquí, ahora. Gorka empezaba a perder la paciencia, de su bolsillo sacó una nueva foto y la colocó también sobre la mesa. ―¿Reconoce los pendientes? ―Una pequeña estrella de planta de cinco puntas decoraba los lóbulos de las orejas de Amanda en la foto. ―Hay miles de pendientes iguales. Unas baratijas ―respondió imperturbable.―Sí, hay miles iguales. Pero estos son especiales porque yo se los regalé a ella hace algunos años y uno de ellos tiene una de sus puntas rota. Exactamente igual que los que lleva puestos ahora. Y por si no se ha dado cuenta, en la parte de atrás donde se unen las puntas están las iniciales de la víctima grabadas. La rigidez del rostro de la secretaria del jefe de recursos humanos de los laboratorios SISCOM cambió. La ira comenzó a inundar sus ojos, apretó la mandíbula hasta chirriar los dientes. ―Hay un testigo que la sitúa en el escenario del crimen ―continuó Ramírez― y existen pruebas que la inculpan a usted en el asesinato. ―Eso es mentira. No pueden dar credibilidad… ―se mordió la lengua antes de continuar. ―¿A un borracho? ―siguió el interrogatorio Alcorta―. Los resultados de los análisis realizados a estos guantes ―más fotos sobre la mesa―, y los de este vaso de café confirman que fue usted quien la mató ―otra foto más, y guardó silencio para observar su reacción―. Sabe ahora de qué me conocía cuando entre por esa puerta, ¿verdad? Lorena Gómez empezaba a revolverse en su silla. Un balanceo adelante y atrás mostraba su nerviosismo. ―Súbase las mangas de la camisa, por favor ―pidió con amabilidad el inspector. ―¿Para qué? ―preguntó molesta, haciendo caso omiso a la petición. ―Bajo esa tela están los arañazos que le hizo la víctima mientras se defendía ―una nueva imagen con los restos hallados bajo las uñas de Amanda cayó sobre la mesa―. Estas son las pruebas que la incriminan sin ninguna duda. Y tras ese espejo ―señaló con el pulgar por encima de su hombro―, está el testigo que la sitúa en el hotel la noche del asesinato. ―¡Maldito sucio bastardo, borracho! ―gritó al cristal mientras se ponía en pie y apoyaba con brusquedad las manos sobre la mesa. ―¿Por qué la mató? ―preguntó Gorka aprovechando la exaltación de Lorena. Era el momento de que confesara. ―Esa cerda se acostaba con mi marido. No fue difícil hacerme su amiga y que confiara en mí. ―La confesión fluía por su boca como si de una anécdota se tratara―. Y rebanarle el cuello en el hotel fue lo más fácil que he hecho nunca ―concluyó dejándose caer sobre la silla.Con los nudillos blancos, la paciencia agotada y la furia reflejada en su rostro, Gorka Alcorta golpeó con fuerza la mesa antes de salir de la sala de interrogatorios apurando la última gota de auto control que le quedaba tras escuchar tan terrible testimonio. ―Quiero un abogado ―escuchó el ex policía mientras se cerraba la puerta.
Los pasillos de las dependencias policiales guardaban un inusual silencio a su paso. Detenida la culpable del asesinato de Amanda y una confesión arrancada sin el menor esfuerzo; la justicia volvía a ejercer su poder. Pero la culpa por no haberla protegido como le prometió años atrás empezaba a corroerle. Salió del edificio rumbo a ningún destino, en ese momento vagar entre el tumulto de la ciudad se convertía en necesidad. ―¿Te puedo acompañar? ―escuchó tras de sí. ―Claro ―respondió al reconocer la voz que le habló a sus espaldas, mientras se daba la vuelta―. No dejes de hacerlo nunca. Detenido frente a Lucía, la miraba a la vez que acariciaba su mejilla derecha con el pulgar. ―¿Estás bien? ―preguntó ella al contemplar el abatimiento de Gorka. ―Ahora mismo, no mucho. Pero lo estaré. Dame un poco de tiempo. ―No tengo que darte tiempo. Necesitas llorar su pérdida. Y debes hacerlo. Una media sonrisa ladeada rompió la rigidez del adusto rostro del detective.―¿Por qué no te conocí algunos años atrás? ―Un estrecho e intenso abrazo calmó las erizadas entrañas de Gorka que cada día daba gracias, tal vez al cielo, de que un ser como ella estuviera regalándole su amor sin más pretensión que hacerle feliz―. Nunca dejes de estar a mi lado, y nunca me prives de tu sonrisa. Es tan bonito verte sonreír.―Estaré contigo siempre que me lo permitas. Yo también te quiero y te necesito conmigo. ―Aunque no te lo haya dicho todavía, te quiero como nunca he querido a nadie. ―Aquellas palabras sonaron a música celestial en los oídos de Lucía―. Y tengo la completa seguridad de que será para siempre. Por cincuenta años que pasen, serás un regalo divino que no merezco.Agarrados de la mano empezaron a caminar despacio. Continuaron en el mismo sentido en el que se encontraron pero sin dirección. Las mejillas del detective no tardaron en recibir a las lágrimas que trataba de contener desde días atrás. El duelo por la pérdida de Amanda empezaba a ganarle la batalla a su resistencia. Trató de protegerse rodeando al amor de su vida con su brazo y dándole un beso en la cabeza. Aunque no hubo palabras, solo la compañía mutua y sus sentimientos. Unos sentimientos que crecían a cada paso, a cada minuto.
***Si te has perdido las primeras historias de este detective, en este enlace las encontrarás... Gorka Alcorta