No puedo seguir así, esto tiene que acabar. Las palabras se le atragantan cuando la ve girar la esquina, corriendo a toda prisa con la falda plisada enredándose entre sus muslos y la mochila colgando sobre su hombro izquierdo. Su metro cincuenta y poco de estatura se acerca hasta el asiento de copiloto y se acomoda, con las rodillas separadas, los labios entreabiertos y las mejillas encendidas por la carrera. No hay beso como saludo, ni tan siquiera una mirada cómplice. El rugido del Cadillac retumba en el callejón de siempre y se aleja del contenedor rebosante de papel hasta que solo hay carretera en ambas direcciones. Se desliza hacia el asiento de atrás donde en menos de un minuto pasa de niña a mujer, de uniforme y trenzas a ropa ajustada y ondas castañas cayendo en cascada. No evita contemplarla fijamente por el retrovisor, recordando sin querer que el primero fue allí mismo y olvidando por completo todo razonamiento lógico sobre su relación, si es que puede ser considerada como tal.En zona de nadie, donde solo hay desierto, detiene el coche en el arcén. Ella apoya los codos sobre los asientos delanteros, expectante y con la sonrisa de medio lado que tan bien sabe componer. —Acabarás conmigo, ¿lo sabes, no?—Calla y vuelve a prometer que nos iremos de aquí a la próxima.Maldita niña, piensa mientras sus ojos descienden por la forma de sus clavículas, ¿cómo voy a negarte nada?