Remanso de luz, vida y color, así se desvelaba el nuevo amanecer en Waikiki. Todo lo que se suponía ideal para disfrutar de una nueva jornada en la playa. El reporte diario de las olas pronosticaba un día en el que los surfistas disfrutarían de unas buenas olas en mitad del Pacífico. Pero esa mañana no iba a ser como las de costumbre. La Triple Corona se asomaba a la vuelta de la esquina, sin embargo, faltaba Eddy McGullen. El grupo no estaría completo si no estaba él.
La terraza del hotel era testigo de la nostalgia que empezaba a ser notoria.La mesa en la que cada mañana se sentaban cinco amigos para desayunar antes de entrenar, ahora mostraba el vacío de una silla. –Se nota su ausencia, ¿verdad? –comentó Gorka a los demás. Aún no daban crédito a lo que había pasado. –Todavía no lo entiendo –respondió Lu, otro surfista del grupo– ¿quién pudo cometer semejante acto?–Aún no lo sé. Pero te juro que lo averiguaré antes de marcharme de aquí. El resto del grupo solo guardaba silencio. –Uno de nosotros tiene que ganar ese campeonato en nombre de Eddy –mirando a los demás extendió su brazo sobre la mesa y los demás imitaron su gesto uno sobre otro. Y como si se tratara de un volcán arrojando su lava a cientos de metros por encima de su cráter, el grupo de amigos alzaron sus brazos cual tributo a su amigo. – ¡Por Eddy! –gritaron al unísono. Sin más emprendieron camino hacia Waimea Bay. La simpática hilaridad que reinaba en la pandilla de jóvenes surfistas mutó a un sombrío mutismo. Las miradas de cada uno de ellos se perdían a través de los cristales de la furgoneta que los llevaba hacia North Shore. Pasaría mucho tiempo antes de que pudieran dejar atrás que Eddy ya no estaba con ellos. La velocidad del vehículo difuminaba el bello paisaje hawaiano teñido de perpetuo verde. Sin embargo, el viaje que los llevara a olvidar el motivo de la ausencia de su amigo sería más lento y doloroso.
Sus rápidos movimientos de un lado para otro de la habitación denotaban su mal humor. Sin orden ni concierto, iba recogiendo las pertenencias que tenía por la estancia. Acaba de recibir nuevas instrucciones desde la oficina de Almería. Tenía que abandonar las islas y regresar lo antes posible. Unos nuevos clientes del mercado asiático estaban interesados en sus diseños. Eran más de las seis de la tarde y su avión saldría esa misma noche a las nueve. Decidió enviar un mensaje al móvil de Gorka para despedirse. Casi al instante, obtuvo respuesta:
Estoy de camino hacia el hotel.Espérame, yo mismo te llevaré al aeropuerto.Me gustaría despedirme de ti en persona. Llego en media hora.
Dejaba atrás el aeropuerto por la HI-92E directo al hotel. Aún podía ver cómo se sumergía en los profundos ojos de Lucía mientras se despedían en el aeropuerto.–Me ha gustado volver a verte, Lucía –dijo Gorka en la puerta de embarque. –A mí también. Ha sido una sorpresa totalmente inesperada que nos encontremos tan lejos de Almería. –Sí. Impensable la coincidencia –la megafonía anunciaba la última llamada para embarcar–. Que tengas un buen vuelo. –Aprovecharé para dormir un poco y preparar nuevas reuniones. Gorka asintió a sus palabras al tanto que con su mano derecha acariciaba el óvalo del rostro de Lucía, despacio se acercó y con un tierno beso muy próximo a la comisura de los labios se despidió. –Hasta pronto. Tienes mis datos de contacto, hazme saber de ti, ¿vale? –Claro. La puerta de embarque la engulló mientras se alejaba por la pasarela de acceso a la aeronave. Se giró un instante; una media sonrisa le envió un último y cariñoso adiós. Giró por Kalia Road de camino hacia el Hilton y en su pensamiento sólo cabía una cosa: ella. “Volveremos a vernos, preciosa” prometió mientras entraba en el hotel. A sus espaldas el avión, en la distancia, comenzaba a tomar altura.
El océano volvía a mostrar su lado más calmado después de toda una tarde de impetuosas olas. Los surfistas descansaban sobre la arena formando corrillos, cuando el sol empezaba a despedirse de ellos. –¿A alguien le queda agua? –preguntó Lu mientras agitaba su botella de agua vacía–. Estoy seco. –Al frente, tienes todo un océano de agua para ti solito –bromeó Gorka. Junto a Lu, una botella sobresalía de una mochila medio abierta. Se estiró a cogerla. La sed hacía mella en su garganta. –De esa botella, no –la sorpresa hizo que se detuviera. Jimmy ofreció otra que llevaba consigo. –Ah. Gracias, tío. Mi reino por un sorbo de agua...Nadie preguntó por qué no se podía beber el agua de la otra botella. Sin embargo Gorka, atento siempre a su alrededor, encendió su engranaje investigador. –Necesito esa botella –bisbiseó cuando Jimmy empezó a alejarse– Creo que en ese agua está la respuesta que busco. Eran tan amigos, que no necesitaron más palabras para entenderse. Jimmy se detuvo en su camioneta dejando la mochila en la parte de atrás a la vista de todos. Seguido por Lu que le interceptó antes de que montara en ella. –Oye –le llamó acercándose a él –Estamos pensando en reunirnos todos una noche y hacer una acampada por Pali, ¿te apuntas? –lo rodeo con sutiliza mientras hacía que le diera la espalda a la playa. Jimmy, por naturaleza desconfiado, receló de la repentina invitación. Agazapado por el otro lado del vehículo, Gorka estiró el brazo y lentamente sacó la botella de agua. La introdujo en su bolsa. –Vente, Jimmy –invitó Gorka como si acabara de llegar a la camioneta– Estará bien reunirnos antes de despedirnos hasta la próxima Corona. Seguía con sus dudas, pero la insistencia de ambos le obligó a aceptar. –De acuerdo. ¿Cuándo será?–Cuando sepamos quienes se apuntan en total ya concretaremos fecha Una reunión que sabían nunca se iba a materializar. Jimmy subió a su camioneta mientras observaba como el detective y Lu lo hacían en la de Gorka.
La tarde languidecía despacio. Los potentes rayos de luz dejaban paso a la mortecina claridad caduca del día. La playa quedó desierta en aras de una abarrotada carretera que desplegaba sus brazos hacia los distintos parajes de la isla. Después de dejar a Lu en su casa en Ewa Village, Gorka continúo su camino hacia el laboratorio criminalístico en Honolulu. En los pasillos localizo a Marc, su amigo forense. –Tengo que pedirte un favor –le mostró la botella de agua–. Imagino que ya has terminado tu turno, pero esto es importante. El forense exhaló son fuerza el aire que llenaba sus pulmones, mientras alargaba los brazos para cogerla. –La llevaré al laboratorio y que analicen el líquido. –Gracias colega. Te debo una. –La anotaré en mi agenda. Gorka izó el pulgar aceptando sus palabras y una sonrisa taimada acompañó sus pasos hacia la puerta.
Desde el Diamond Head, una redonda luna llena blanca coronaba la isla. La mágica luz que desprendía invitaba a recorrer cada uno de sus rincones mientras una ligera brisa tropical refrescaba el ambiente. Entró en el hotel despacio analizando mentalmente el día. Una cámara de seguridad situada en el hall martilleó su mente. “Ahí puede haber una pista” pensó mientras se daba la vuelta y se dirigió de nuevo hacia el parking del hotel. El viejo coche alquilado ronroneaba inseguro por la carretera mientras el detective miraba hacia ambos lados de la calzada buscando en los postes y semáforos de la calle donde vivían Jimmy y su abuela. –¡Ahí está! –gritó de júbilo al encontrar una cámara que vigilaba justo en enfrente de la vivienda en Makiki Street. Miró su reloj de pulsera, eran más de las once de la noche y seguro que en el departamento de tráfico de la isla no les haría ninguna gracia que fuera hasta allí a horas tan intempestivas. Sea lo que fuere lo que allí se hubiere grabado permanecería intacto al día siguiente. Ya era hora de darle un descanso a su cerebro y al cuerpo. Aunque eso hubiera sido lo deseable no fue lo que obtuvo. De nuevo en el hotel, otra serie de imágenes y recuerdos bombardearon su mente. Esperando el ascensor, recordó la horrible conversación que días antes tuvo con Lucía mientras le comunicaba el fallecimiento de Eddy. Desafortunadamente para su sosiego, aquella conversación quedó relegada a un segundo plano y lo único en lo que ahora pensaba era en cómo la mirada de ella penetraba hasta lo más íntimo de su ser quedándose cobijada en un rinconcito de su alma, resquebrajando el muro infranqueable de una decisión tomada años atrás.
No había amanecido aún y ya estaba en pie. El agua casi fría de la ducha relajó su cuerpo. Durante la noche le fue imposible conciliar el sueño sin que su subconsciente hiciera de las suyas. Casi podía tocarla con las manos. Entre sueños acarició y disfrutó de un cuerpo creado para el placer. Se creía inmune a esas sensaciones pero nada más lejos de la realidad. Aunque la joven diseñadora de joyas estaba a miles de kilómetros de él, la sentía cerca, intensa. Esa mañana no se paró a desayunar. Salió raudo hacia el coche y enfiló hacia la morgue. A través de su amigo Marc intentaría que le dejaran ver las grabaciones de la calle Makiki. Mientras conducía, en el bolsillo del pantalón vibró su móvil. Un mensaje parpadeaba en la pantalla. Cuando llegó a su destino, lo leyó. En él decía que ya estaban listos los resultados de los análisis. “Bien. Ataremos cabos rápidamente” pensó mientras entraba por la puerta hacia el depósito de cadáveres.
–Buenos días, Marc. –Buenos y tempranos días. No sabía que podías volar –bromeó Marc al verlo llegar tan rápido. –Dime, ¿qué tienes? –directo al grano, siempre. –Pues no mucho, la verdad. Más bien nada. –Aclárame eso. –En esa botella solo había cloruro sódico, cloruro potásico, citrato potásico y mucha agua. –¿Eso quiere decir que no hay rastros de veneno?–Ninguno. Sólo agua, y las otras sustancias bien pueden servir para paliar los efectos de una gastroenteritis. –¿Seguro que no se han equivocado en el laboratorio al analizarlo?Los resultados lo desconcertaron sobremanera. ¿Le había fallado su instinto esta vez?–No. Le dije a Max que repitiera los análisis. No podía creerme que hubieras traído agua con suero hipo sódico. Pensé que habría algún tipo de veneno camuflado. Pero no es así. Los análisis se repitieron tres veces, pero siempre arrojaron los mismos resultados. Gorka se frotó la frente con la mano. Era demasiado temprano para tan malas noticias. –Necesito ver las cámaras de tráfico de una de las calles de la isla –volvió a la carga. Si algo tenía muy claro es que alguien había matado a Eddy y lo iba a encontrar aunque tardara la eternidad. –Acompáñame. Conozco a un policía que nos ayudará. –Gracias, Marc. Eres grande amigo. –Lo sé –sonrió ladino el forense.
En el departamento de tráfico y tras las debidas presentaciones Gorka visionaba las grabaciones de esa calle desde dos días antes de la muerte del surfista. Las imágenes revelaban lo esperado por él. Alguien entraba en el jardín de la casa saltando la verja sobre las dos de la madrugada. Y escasos minutos salía despavorido como alma que lleva el diablo. No podía ser Jimmy. Él vivía allí y no necesitaba saltar el pequeño enrejado a horas tan intempestivas. El carácter huraño e introvertido del joven nieto de Betty le hizo tomar el camino equivocado sacando conclusiones erróneas. Tras la marcha del intruso que ocultaba su rostro con una capucha, en la acera quedaron restos de plantas. Acercó el zoom para visionar con más claridad qué rastro podría seguir ahora. Después de unos instantes de meditación frente a la pantalla mientras agarraba sus puños apoyados en su barbilla murmuró:–Te tengo maldito cabrón. –¿Ya sabes quién es? –Preguntó atónito Marc–. Ahí no se le ve la cara en ningún momento. –No, pero sus zapatillas lo acaban de delatar, amigo –se levantó de la silla y estrechó la mano del policía que le permitió ver las imágenes– Muchas gracias, por dejarme verlas. Te debo una. –Si coges al asesino, estaré más que pagado. –Marc, voy a necesitar otra vez tu ayuda. En un rato volveré con más pruebas para analizar. –Ve directamente al laboratorio. Pregunta por Max y dile que vas de mi parte. Te ayudará. –Ok. Así lo haré.
Apostado detrás de una esquina a varios metros de la casa de Betty, esperó a que Jimmy saliera de la casa. Si lo veía allí sospecharía de sus intenciones y no le permitiría conseguir lo que se había propuesto. Eran tan sólo las nueve de la mañana y sabía que a esa hora se reunían algunos chicos para entrenar antes de la competición. Cuando estuvo bien lejos de la casa, se acercó con disimulo y echó un vistazo al jardín. Localizó sin problemas las flores que vio en las imágenes de la cámara. Tocó al timbre que había junto a la verja.–Buenos días –saludó la anciana desde la puerta principal de la casa. –Buenos días, señora. He visto que tiene unas flores preciosas en aquella esquina –señaló con el índice hacia el lugar exacto– Tal vez sea un atrevimiento por mi parte, pero podría darme una muestra de las mismas. Creo que no son de por aquí –Betty se acercaba despacio hacia el lugar donde señalaba– y no consigo encontrarlas. Me gustaría pedir las semillas al continente. –Claro. En seguida se la doy –no abrió la puerta. Delante su casa había un desconocido y no le permitiría pasar sin más. Cogió sus tijeras de podar y cortó en el punto exacto para no estropear la planta. Con cierta dificultad se levantó del suelo. Sus huesos le empezaban a recordar la edad. Y se la entregó a Gorka. –Muchísimas gracias. Es usted muy amable, señora. –De nada. Ha sido un placer. Volvió a su coche y depositó con mucho cuidado la flor que le acaba de entregar en el asiento del copiloto. En el suelo, junto a ese mismo asiento, restos de flores mustias idénticas a las que acababan de entregarle descansaban desde la noche anterior. Abrió el guantera del coche y extrajo unos sobre donde guardó por separado las nuevas pruebas que entregaría a Max para que las analizara.
Los resultados de los análisis salieron antes de lo esperado.–¿Qué has encontrado? –preguntó ansioso Gorka. –Empiezo por el principio –respondió Max sin hacerle esperar–. Las dos muestras que has traído pertenecen a la misma planta. Su ADN coincide. Y adelantándome a tú siguiente pregunta te diré que sí. El veneno hallado en la sangre de Eddy se extrajo de esa planta. –¡Bien! –un sonoro golpe con el puño en la mesa acompañó su victoriosa exclamaciónSabía que con las imágenes del vídeo de tráfico y los resultados de los análisis tendría para encerrarlo. Pero no se conformaba con eso. No podía existir ni la más mínima duda para que un jurado lo pudiera exculpar del vil asesinato. El que creía que era su amigo le había arrancado la vida a un gran chaval y se juró que le arrancaría una confesión aunque él mismo se la tuviera que extraer de la garganta.
Un jardín abarrotado de flores de intensos colores provocó una sardónica sonrisa en el rostro de Gorka.–Al chaval le gustan las florecitas… –murmuró sarcástico para sí mientras se dirigía hacia la puerta principal. Tras tocar al timbre y esperar unos instantes, apareció un Lu adormilado. –¡Gorka! –no contaba con encontrárselo delante de su puerta. No solía dar la dirección de su casa a todo el mundo. –¿Esperabas a alguien? –No. Me extraña que hayas venido hasta aquí. ¿Ocurre algo? –Ocurrió. Ahora ya no tiene remedio. Sólo quiero un por qué. –No te entiendo. ¿A qué te refieres? –El semblante de Lu cambió. Seguían en la puerta. No lo dejaría pasar, intuía con él llegaba un peligro. –Sabes perfectamente a lo que me refiero. No te hagas el loco. –Como no te expliques mejor…Sus continuas evasivas desataron la ira del detective que agarrándolo de la pechera lo introdujo en la casa estrellándolo con fuerza contra la pared. Los ojos de Lu empezaron a dejar claro lo que pasaba por su cerebro. Ya no había ni rastro del fingido sueño con el que abrió la puerta. Un destello de locura brotaba de sus pupilas. –¿Qué quieres que te diga? ¿Qué yo lo maté? ¿Qué fui yo quien lo envenenó con las flores de la abuelita de Jimmy? Su ira se acrecentaba por momentos. Las venas del cuello estaban a punto de explotar bajo una piel encendida. –¡Era tu amigo! –espetó Gorka– ¡Maldito seas!–Yo sólo tengo un amigo y se llama señor dinero. –¿Por eso lo mataste? ¿Por un puñado de dólares? –Necesito el dinero del campeonato. Tengo algunas deudas de juego que pagar. Él ya había ganado demasiadas competiciones. Siempre era Eddy. Pero ahora Hawaii se rendirá a mis pies. Tan sólo tuve que cambiar la botella de agua por otra con algunos aditivos extras –el brazo del detective apretaba con fuerza contra el cuello del muchacho. La demencia se había apoderado de la mente de Lu quien no podía dejar de hablar. Como si le hubiesen inyectado el suero de la verdad. Gorka dejó que siguiera. Su as bajo la manga empezaba a asomar por detrás del jardín –Lo mataste, maldita sabandija. –Sí. Lo maté y verlo revolcado por las olas fue tremendamente gratificante. –Estás loco. Pero no te librarás de la cárcel –seguía sujetándolo contra la pared. Le resultaría tan fácil despedazarlo allí mismo que cada vez era más titánico el esfuerzo para no hacerlo. –Levanta un pie –ordenó tajante.–¿Por qué? –Te he dicho que lo levantes –apretó con más fuerza el brazo contra su cuello. Ahora sí lo hizo, desesperado por respirar. –Tus putas zapatillas todavía tienen restos del jardín de Betty. Te deseo la peor de las agonías. La sorpresa acompañó al horror que se cernía ahora sobre el rostro de Lu. Estaba acorralado y acababa de confesar su crimen. Unos pasos llegaron hasta su altura. La policía entró en la casa. Ocultos entre los árboles y la verja del jardín escucharon la confesión de Lu a través del micro que llevaba Gorka. –Suéltalo, Alcorta –ordenó el inspector Morgan– Ahora ya no podrá escapar. Se pudrirá en la cárcel.
El atronador sonido de un trueno hizo que todos los presentes miraran hacia el cielo. Unos poderosos nubarrones se desplazaban veloces sobres sus cabezas. No muy lejos de allí la eléctrica luz del rayo proyectó toda su fuerza sobre la isla. –¿Oyes eso?
Con un pequeño petate colgado a la espalda y un viejo trolley cansado de rodar por medio mundo, esperaba en la parada de taxis. Acababa de aterrizar su avión en Almería. Se frotó el cuello intentado aliviar la fatiga de un viaje de más de veinticuatro horas. Pero sólo lo conseguiría si lograba llegar hasta su cama y desconectar. Ardua tarea en esos momentos. Demasiados acontecimientos habían tenido lugar en las islas. Llegó allí con la única intención de divertirse y en su lugar despidió a un buen amigo para siempre. Con un amargo regusto abandonó aquellas tierras que, otrora, marcaron diversión en su vida. Sensaciones, ahora perdidas, le hacían plantearse si alguna vez volvería. Todo el dinero del mundo no podría pagar la extinción de una vida.