Ayer, en la cola de un supermercado donde la gente "currita" de a pie, acudimos con la esperanza de comprar bueno y barato, me di cuenta de cómo están cambiando nuestras costumbres e incluso nuestras conversaciones, desde que tenemos crisis.
Antes, estabas ahí en la cola, esperando, y enseguida ibas notando que la señora que había cogido turno justo delante, empezaba a volverse y a hacerte gestos de "vaya contrariedad". Un segundo después, si veía que tú no le entrabas al rollito del desespere, siempre miraba el reloj para tener la excusa perfecta de aquello del "con lo tarde que es y todo lo que yo tengo que hacer".
En ese preciso momento ya a mí particularmente me entraba la duda. Si no le contesto, pensaba, falla toda la educación adquirida a base de regañinas de muy pequeña y de charlas inacabables que mi padre nos soltaba a mis hermanos y a mi, para que nos quedara muy claro cómo hay que tratar correctamente a un semejante. Pero por otra parte, siempre sabía que en aquel gesto de "lleva usted razón", pequeñito y con la media sonrisa que le dedicaba a la señora de forma cortés, iba incluida la perdición y la tortura inevitable de una conversación absurda, sobre todas las cosas que hay que hacer en una casa y cómo de volando pasa inevitablemente el tiempo.
Pero ahora no, ahora todo eso ha cambiado. He notado que la gente ya no se anda con prolegómenos. No hay gesto inicial ni búsqueda de complicidad ninguna. Es tal la indignación y el descontento, que sólo hace falta preguntar quien es el último de la fila, para que sin comerlo ni beberlo, el que te da la vez te introduzca con alguna coletilla ("desde luego que somos los últimos y peor que vamos a estar") en una mega conversación sobre política, economía y descaro nacional que está teniendo lugar en aquel espacio pequeño, atestado de productos de higiene, ropas y perchas.
Como de todo lo malo hay algo bueno que entresacar, me he dado cuenta estos días que la gente en general se está especializando, que a fuerza de nombrarlos, conocen más apellidos de políticos que nunca, que se habla con muchísima más facilidad de cifras de siete ceros que de míseros céntimos, y que a cualquiera que le preguntes, es capaz de contestarte con más exactitud cuánto parece ser que se ha embolsado Iñaki, que cuanto cuesta este mes, el recibo de la luz.
La verdad es que lo que está pasando en este país no tiene nombre... bueno sí, ahora que lo pienso, creo que para mí se llama miedo que es lo que yo siento y se apellida vergüenza que es lo que no tienen ellos.
¿ Así que yo he vivido por encima de mis posiblidades, no? Pues parece ser que ellos también, o al menos esa es la impresión que me da, cuando tenían que recurrir a los amigos para pagar los cumpleaños de los niños y los trajes de corbata.
Cuatro mil euros en papelillos (confeti, confeti...papelillos de carnaval de los de toda la vida) se gastó una señora en la fiesta de su niña. Que digo yo ¿sobrevivió la criatura o murió ahogada?, porque cuatro mil euros en papelillos... no me lo quiero yo ni imaginar lo que tiene que ser eso. Si voy yo a la cabalgata de carnaval que tarda en pasar unos minutos y ando quitándome papelitos de la boca dos horas, ¡qué no le saldría a esa pobre niña al sonarse! Y una curiosidad ¿ cuánto le pagarían después a la asistenta que los barrió del suelo?
En fin, señores,...que hacía mucho tiempo que no quería hablar de política para no poner a hervir la sangre, pero es imposible. Parece que en estos días que corren, es la política la que viene a ti, en forma de telediario, a través de los comentarios amigos del facebook, o en la caja del supermercado, donde la gente como yo, hace cola para conseguir una oferta intentando remediar eso que dicen, eso de que llevamos mucho tiempo, seguro que demasiado, viviendo por encima de nuestras posibilidades.