Hoy he cometido el crimen perfecto, si, no me miren así, yo tampoco lo creía, pero he salido impune y eso es lo que cuenta. ¿Cómo se consigue? Muy sencillo, estando en dos lugares a la vez, pero no me pregunten como, ni yo mismo se como lo he hecho.
Parecía un domingo como otro cualquiera, igual de aburrido, lo de siempre, a primera hora sillón-bol, comida, siesta y por la tarde un paseo con mi mujer, viendo los mismos escaparates de todos los domingos, lloviznaba, pero no lo suficiente para abrir el paraguas, en Abril, ya se sabe, iba mirando distraído las baldosas del suelo, seguía con mi estúpida manía de no pisar las rayas entre las baldosas, sólo dentro de ellas, son recuerdos de cuando era niño, en las calles sin empedrar del pueblo donde vivía, jugaba con mi hermano a pisar sólo las piedras y no la tierra, “Quien pisa canto, mañana es su santo, quien pisa tierra, mañana le entierran” cantábamos mientras saltábamos de piedra en piedra, logrando a veces no pisar el terreno haciendo mil piruetas, buscando difíciles equilibrios abriendo los brazos.
Creo que no pensaba en él, incluso creo que no pensaba en nada, pero de pronto perdí mi cuerpo, si, así como suena, me sentí etéreo pues volaba, iba por medio de la avenida sorteando los coches al principio, para después atravesarlos en cuanto cogí confianza, la verdad es que no sabía que podía hacerlo, hasta que al esquivar a una moto, me empotré contra un autobús. Realmente no me empotré, sino como ya he dicho lo atravesé, pasé por el cristal, y me recorrí todo el pasillo atravesando también a todos los pasajeros que en ese momento viajaban en él, luego el motor y por fin de nuevo en la calle.
Me sentí en un estado de euforia como nunca había sentido, si hubiera tenido brazos, los habría abierto como los pájaros para intentar sentir el aire chocar contra mi cuerpo, planear y hacer piruetas, aunque mentalmente lo hice y conseguí tener algo parecido a ese sentimiento. Después de varias piruetas y sobrevolar el barrio, una fuerza irresistible me llevó hacia el estadio, allí el equipo del barrio que este año milita en segunda, jugaba uno de sus comprometidos partidos, el ascenso estaba cerca y las gradas estaban a reventar, atravesé el graderío y entre tanto publico le vi, allí estaba aplaudiendo a rabiar las acciones de los jugadores, recordé de golpe el odio que sentía por él, toda mi rabia, todo el desprecio, mil y un sentimientos afloraron de golpe, estaba encendido, si tuviera sangre, toda se habría agolpado en mi cabeza, sin pensarlo, me abalancé contra él, le atravesé y me quedé dentro, todo lo veía rojo, pero rápidamente me orienté, sobre todo por el ruido, nada que ver con un reloj, pero su compás fue lo que me guió, palpitante, activo, allí estaba el musculo más importante del cuerpo, con mis manos figuradas, lo aferré anclando mi deseo en él, poco a poco conseguí reducir su ritmo, hasta casi detenerlo del todo, noté como mi victima se levantaba, desplazó su brazo derecho hacia el pecho, intentando detener el intenso dolor que iba brotando, no lo consiguió por lo que abrió la boca para pedir ayuda, un sonido gutural es lo que consiguió emitir mientras caía hacia delante, rápidamente acudieron las asistencias, intentaban reanimarle, pero allí estaba yo atenazando mi presa sin aflojar un ápice, no se me iba a escapar.
Al cabo desistieron, yo también solté aquel péndulo detenido y abandoné aquel cuerpo yerto, me entretuve un instante regodeándome de mi obra y salí del estadio y del bramido de sus aficionados. Desande el camino para volver a encontrar mi cuerpo, me introduje en él mientras mi esposa me decía:
- Desde luego es que estás como atontado, toda la tarde yo venga a hablar y tú con esa cara de bobo sin decir ni pio.
Dimos por terminado el paseo y el triste domingo, aunque por dentro sentía una luz en mi interior que me daba un calor y una satisfacción que hacía tiempo que no sentía, parecía que había repostado una energía vital, realmente me sentía mejor.
Amaneció un nuevo lunes, de nuevo la rutina de volver al trabajo, la misma mesa, los mismos papeles, las mismas caras de los compañeros.
- ¿Recuerdas a Juan, el del concesionario que te vendió el coche?
- Claro que si.
- Pues fíjate, ayer estaba en el campo del Rayo y le dio un infarto, la ha palmado el tío, ha salido en los periódicos y lo dijeron anoche por la radio.
- ¡Que se fastidie! No tengo ningún pesar, me vendió una autentica carraca.
Mi compañero me miró con cara de estupor, no imaginaba mi odio hacia ese personaje, ni imaginaba la verdad de su muerte. Me eché para atrás en mi silla y tabaleando con los dedos sobre la mesa, pensé en el próximo domingo y en todos los demás, afortunadamente para mí, ya no iban a ser tan aburridos.