Ayer tuve uno de esos buenos días que, luego, por una serie de detalles tristes, desemboca en una gélida, sorda y negra noche. Fue la de ayer una de esas noches en las que mi tenaz y leal amiga "Soledad" me abraza por completo. Noche de lágrimas y lloros. Noche de preguntas sin respuestas. Noche de evocar a quienes tanto amo y amé y que ya no puedo oler, escuchar o ver porque se me adelantaron en el viaje eterno.
Anoche, al llegar a casa, me tumbé en el sofá, a oscuras y llorando, volviendo a convertirme en la regordeta niña que siempre fui y seré. No sé cuánto tiempo pasé entre el dolor y la pena hasta que Morfeo vino a rescatarme, arrastrándome hasta el universo de los sueños. Lo que sí sé es que poco antes de la medianoche mi consciente volvió a dominarme y abrí los párpados como si hubiese descansado durante toda una dulce madrugada.
Desvelada, me acerqué hasta el lugar que ahora mismo ocupo. Navegué, nadé y hasta llegué a bucear por decenas de páginas virtuales hasta zambullirme entre las líneas de este verdoso blog. Y fue precisamente entre las palabras aquí escritas donde me reencontré con la magia perdida.
No voy a decir más que lo mínimamente indispensable porque a la magia le gustan la discreción y la intimidad, pero sí quiero utilizar este medio para volver a darle las gracias a la persona, creadora de tal magia.
Puede que, día a día, me cruce, lea, relea, comente y calle ante decenas de escritos, artículos, posts y comentarios de distinta índole. Sin embargo, también es cierto que, en muy pocas ocasiones esas palabras consiguen sacudir mi espina dorsal y mi alma como las suyas han hecho.
Por eso, hoy quiero dedicarle estos párrafos a esa persona creadora de cuentos de hadas, que comparte todo un infinito legado de recuerdos, vivencias y sueños con quien dé con su casi inexpugnable castillo y ose aventurarse dentro.
Gracias por, sin siquiera saberlo ni desearlo de forma consciente, rajar la capa de negritud y vacío que, anoche, cubría mi cuerpo, mi mente y hasta mis adentros.
Gracias por demostrarme que la magia nos rodea y que sólo tenemos que mirarla a los ojos para que nos devuelva la perdida sonrisa.
Gracias por hacer tangible esa máxima que dice que la casualidad no existe y que es la causalidad la que nos empuja, alienta y hace que seamos lo que -y quienes- somos.
Gracias y un par de besos: uno para ti y otro para ella.
Te seguiré leyendo. Seguiré disfrutando de vuestra propia magia por más que me cueste, a veces, encaramarme a las almenas de vuestro altísimo castillo.