Maldita sea la gana que tengo yo de trabajar el día de nochebuena, pero claro, los chicos comen como limas viejas y la ropa por momentos se les queda pequeña. También da mucha envidia ver a toda la gente por la calle, feliz, disfrutando la fiesta, caminando despreocupados por la calle, algo achispados, los jóvenes incluso se atreven a cantar y a reír en voz alta, los veo en los pasos de peatones cruzar la calle tambaleantes algunos, otros bailaban alocadamente villancicos fuera de compás.
Hacen bien en moverse, me digo, el final de diciembre viene con un frío que avisa que el invierno vendrá crudo, no serán unas blancas navidades, pero las bufandas serán unas buenas compañeras.
Recorro Madrid sin orden ni sentido, ¿Qué sentido tiene recorrer Madrid dentro de un taxi? Voy y vengo siguiendo el rumbo que dictan los clientes, a veces quedo varado en alguna esquina estratégica, cerca de almacenes o cines de estreno. Hoy tengo cierta querencia a trabajar cerca de casa y miro el reloj con excesiva frecuencia, necesito que sean las ocho para volver con los míos.
Ramírez de Prado, la calle está solitaria, ya se nota que la gente se está recogiendo, cesan los cánticos, reina el silencio. Un anciano se tambalea en la acera, pierde el pié y cae al suelo, freno.
- ¿Se ha hecho usted daño? – Pregunto preocupado, pues la caída no fue muy limpia.
- No, no. ¿Quién es usted? – Balbucea el anciano por culpa del alcohol ingerido.
- No se preocupe, soy un taxista que le he visto caer al suelo, nada más. ¿Se encuentra usted bien? – Insisto.
- Sssi , nnno, no ssé. Déjame que ya me apañaré.
- ¿Vive usted lejos de aquí?
- A la vuelta en la calle Canarias.
- Pues venga, monte que le llevo.
- Es que ya no tengo más dinero.
- Nadie se lo ha pedido.
Con esta nueva mercancía, arranco el motor y le llevo a su casa, un edificio viejo como el tiempo, amenazado de expropiación por “la nueva Gran Vía”, otra nueva manera de especulación que se prepara en una zona olvidada por dios y los alcaldes, para transformarse en una zona residencial, ahora sí plena de equipamientos, donde no caben los antiguos pobladores del barrio.
Paro frente al portal y le ayudo como puedo a salir del taxi, llamo a la puerta y abre una viejita de pelo cano.
- ¡Ay dios mío, que desgracia! Siempre igual, hasta el día de nochebuena me vienes borracho. –Se lamenta frotándose las manos, llorosa.
- No se preocupe señora, se ha caído en la calle, pero no le ha pasado nada.
Entre los dos, con gran trabajo, introducimos al anciano en su casa, donde lo acomodamos como podemos en el sofá, la anciana se vuelve hacia mí con unos enormes y dulces ojos negros y me pregunta:
- ¿Qué te debo, hijo?
- Por dios, señora, nada de nada, estas cosas no se hacen para cobrar.
- Que dios te bendiga hijo, pero entonces… por lo menos tómate una pasta.
Y saca de la alacena un viejo plato de loza donde apenas tres pastas y un polvorín, intentan dar un aire navideño y de aguinaldo a una casa marcada por la vejez y el desánimo.
Salgo de allí y me monto en el taxi, miro la hora y descubro que por fin es hora de cerrar el negocio y volver a casa, como no estoy lejos, enseguida llego, aunque tardo un poco más de lo normal en aparcar, pues la gente ya está cobijándose en sus casas, entro por fin, doy un beso a mi amor y a mis hijos y veo que mi padre, vivo por aquel entonces, dice:
- Ya estamos todos
Desde aquí os deseo a todos Felices fiestas, lástima no tener más imaginación para exponer mis mejores deseos para todos.