De cerca y de lejos

Llevo un tiempo intentando escribir sobre algo que, aparentemente, debe ser extremadamente íntimo para mí, porque me ha costado horrores arrancarlo de dentro y traerlo al mundo del verbo. Hacerlo palabras de esas un pelín retorcidas que se alejan un par de kilómetros de un “te quiero”, “me importas” o un “gracias por estar ahí” más tradicional. Llevo un tiempo queriendo escribir sobre personas que me salvaron, salvan y salvarán en pequeños guiños del día. Personas que me evaden de mi oscuridad, que me rescatan de tormentas que yo mismo enchufo a rayos y truenos. Personas que ven en mí algo que a veces se me olvida que existe. Algo que a veces a oscuras ya ni veo.

Para mis amigas de cerca y lejos. Las que nos escribimos, las que nos abrazamos, las que nos tenemos siempre en el pensamiento.

Y aunque no haya compartido el peso, lo siento más ligero. Sin haberlo dicho en voz alta, aunque más de una lo haya leído entre líneas, lo dé por hecho o simplemente lo vea de manera evidente en el ángulo de mi sonrisa o en el eco de mi voz al rebotar en mi garganta. Vuelvo a casa. Llámalo así, o cualquier lugar dentro de mí donde habitamos la soledad, mi otra voz y yo. Y a pesar de haberme estado diciendo cosas de amor propio discutible, de haberme estado asustando por encima de mis posibilidades durante días, parece que mi voz retumba menos. Parece que me escucho más de lejos, a mi parte más dura y cruel, para volver a tener una conversación sincera con mi yo cambiante de siempre. Porque no he dicho nada, pero me siento mejor. Me siento cicatrizando, menos sangrando. Puede que solo temporalmente, pero bebiendo de una esperanza de éxito. De perspectiva. De que saldrá bien. Porque no he compartido el peso, pero la carga es más ligera. Quizás porque no era tan grande o a lo mejor porque ahora me siento más fuerte. Porque están conmigo de cerca y de lejos. En abrazo o en mensaje de texto. Porque por ellas sé que puedo.

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