Me han preguntado algunas veces el porqué de la trama familiar de La Tumba compartida. Algún escritor, incluso, llegó a hacerme una crítica diciendo que esa trama está de más, que no viene al caso y que no aporta nada.
Con Peso cero hubo lectores que me dijeron la voz en off les sobraba y otros que era lo que más les había gustado.
Los que me conocéis sabéis que yo escribo sobre personajes a los que desearía convertir en personas. Lo más importante para mí en cualquier novela son sus personajes. Si no me los creo, la novela deja de interesarme por muy ingenioso que sea el argumento.
Podría poneros muchos ejemplos de novelas que he dejado a medias porque sus personajes no se aguantaban de pie. Novelas de mucho éxito, con tramas muy cinematográficas, pero cuyos personajes eran de cartón piedra, sin fondo, sin mochila a la espalda. Habían nacido así, habían aparecido como una seta. El autor te decía: sufrió mucho y ¡hala! tú te lo crees y ya está. O ese autor dibujaba personajes sombríos e intensos de los cuales tu único conocimiento era que un mes antes se habían caído de la moto y se les había quedado hecha una mierda. Hombre, pues para ser intensos y sombríos algo más debió ocurrirles, digo yo.
En mis novelas, mis personajes no podrían explicarse sin todas sus circunstancias. Los hechos más importantes de sus vidas siempre aparecen, porque sin ellos no tendrían sentido.
Maite (de La Tumba compartida) no sería Maite sin lo que le ocurrió de niña. Sin toda esa carga emocional que ha arrastrado durante tantos años. No basta decir: este personaje ha sufrido toda su vida porque cambió a su hermano por un puñado de chuches. El lector debe compartir con ella parte de ese sufrimiento. Maite es ella y sus circunstancias. Esas circunstancias que la han convertido en una persona incapaz de comprometerse, incapaz de aceptar que se puede confiar en alguien. Que se puede perdonar.
Lucía (de Peso cero) es un personaje incomprensible sin su historia paralela.
Si eres lector de mis novelas ya conoces mi estilo, ya sabes que trato de hacer principios y finales impactantes. También sabes que mis protagonistas siempre son mujeres fuertes que no hincan la rodilla más que para apretarse los cordones de los zapatos. Que los secundarios tienen su corazoncito y que, en la mayoría de los casos, darían para una novela ellos solitos.
Y, sobre todo, sabes que lo verdaderamente importante para mí son los personajes, independientemente de que estén en Egipto abriendo una tumba, en un convento de monjas de clausura o rodeados de vampiros de diferentes razas.
Es mi estilo y está en mis genes.
Por cierto, me están entrando unas ganas de escribir una novela de zombies...