Revista Diario

De vez en cuando

Publicado el 12 mayo 2014 por Mamenod
Este fin de semana, en una de mis tardes de amigos y cervecitas, estuvimos hablando sobre el ego.  No era el momento de los academicismos ni de buscar la definición que da el diccionario de la palabreja (Aprecio excesivo que una persona siente por sí misma), ni llevaba la conversación otro tono ni otra intención que comentar con una sonrisa algunas actitudes y alguna forma de ser que al menos a mí, me dejan estupefacta.“Se escucha cada cosa”, les decía yo a mis amigos entre sorbo y sorbo de moscatel, que es, no me digáis lo contrario, la forma más castiza que tenemos los españoles de perpetrar opiniones y dictar sentencias. “Es que hay gente que no se da cuenta de lo que dice” volvía yo a insistir, recordando alguna que otra situación simpática con la que me he encontrado en la vida. Lo que ocurre es que después de aquella copita compartida y aquel buen ratito pasado, he estado yo pensando que el ego tiene una particularidad que no controlamos, algo que debe ser parecido a la parábola bíblica de la viga en tu ojo y la paja en el ajeno. Tengo la impresión de que nadie piensa de sí mismo que es egocéntrico o que en algún momento está rayando el límite, a pesar de que, eso sí,  todos nos demos cuenta de que otro lo es. Entonces me ha surgido la duda: seguramente habrá personas que hayan tenido esa percepción de mí misma. Y de pronto he sentido una infinita vergüenza.Es evidente que todos somos un poquito vanidosos, de hecho creo que hasta es natural porque forma parte de la dosis de “querernos a nosotros mismos” que es necesaria para ser feliz. Probablemente si no tuviera esa gota de vanidad mezclada en la base del perfume de lo que soy, no estaría aquí, escribiendo para que me leáis, y no me volvería a casa con sensación de triunfo cuando alguien me dice “me gusta como escribes” o “que mona vienes hoy”. Pero claro, lo que ocurre es que en esto del ego, yo creo que funcionamos por comparación. Es decir, dependiendo del entorno en el que te muevas  y de la gente con la que compartas la vida, tendrás una percepción u otra del que tienes al lado e incluso de ti mismo. En cada grupo siempre hay alguien que pretende destacar sea de la manera que sea, eso es “fetén”, aunque os aseguro que hay “mundillos” donde el ego se pesa en kilos.Bueno, en fin, no quiero daros la tabarra con esta vena filosófica que me ha surgido hoy por ser lunes. Espero que entre mis defectos y mis virtudes el reflejo desagradable del ego no os haga daño en los ojos, porque no me lo perdonaría nunca.  Y si alguna vez fuera o ha sido así, tenéis mi permiso para bajarme de las alturas. Soy de las que piensa que el único sitio seguro en la vida es aquel en el que se tienen los pies en la tierra. Yo por mi parte voy a mantener la calma, en primer lugar porque no creo que mis circunstancias sean dignas de ego, y además, porque por si acaso,  hace  mucho tiempo que tarareo la lección del maestro:
De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza.
(Joan M. Serrat)De vez en cuando


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