Revista Literatura

Delirante Ben.

Publicado el 17 julio 2015 por Marga @MdCala

Ahora mismo le llamo y le pregunto por qué demonios me aconsejó ver esta estúpida película. No negaré que hasta cierto punto del metraje parece interesante, entretenida incluso; que Audrey Tatou se muestra bella compartiendo mis inquietudes y esperanzas desde su ficción hasta mi rSolo-te-tengo-a-tiealidad, pero… ¡nada que ver conmigo! ¡Nada que ver, maldita sea!

-¿Lucas? Buenas noches, tío. Perdona la hora, pero es que he terminado de ver “A la folie… pas du tout”, ese filme que me señalaste hace un par de días, y no me explico el porqué de tu recomendación. Dijiste que a su final lo tendría todo claro, que me daría cuenta… ¿cuenta de qué?

-Es la una y media de la madrugada, Ben, y has despertado al niño, pero aun así, hablemos. ¿No lo has visto entonces? ¿No encuentras semejanza alguna con lo que te sucede? Mira que te quiero, amigo, pero tal vez sea hora de rendirse. ¿Conservas la tarjeta del especialista que te di? Pide cita, tío. Ni lo dudes.

-No tengo intención, Lucas. Aquí el errado eres tú (y lo comprendo ¿eh?), que no me crees, que no me escuchas cuando te digo -y tengo numerosas pruebas de ello- que Mara está perdidamente enamorada de mí, que me busca de múltiples y sutiles formas, y que si no se dirige a mi persona es… bueno, los dos sabemos por qué es. Pero yo lo veo todo con diáfana claridad, amigo, y me gustaría que tú me ayudases a saber qué camino tomar en este complicado asunto. Quiero hacerlo bien, Lucas, y quizá por eso estoy algo pesado con el tema. Sé que es difícil, mucho, porque tampoco deseo perder nuestra amistad.

-Esto me supera, Ben, te lo he dicho infinitas veces, y pensé que al ver esa película de la francesa obsesionada te identificarías, observarías desde fuera tu problema y querrías terminar con todo eso que te ocurre y que involucra ya a demasiadas personas, pero es obvio que no. El engaño te ha engullido por completo, y considero imposible la solución sin ayuda profesional. Mucho me temo que hasta que no reconozcas tu delirio, este te perseguirá. Nos perseguirá… Bien sabes lo que te aprecio y por eso te sigo escuchando, pero si insistes en tu fantasía me veré obligado a tomar una decisión definitiva.

-A ver, Lucas: ¿acaso no recuerdas -ya te expliqué- sus constantes mensajes ocultos que solo yo sé descifrar? ¿Las fotos en las que aparecía sonriendo y aceptándome? ¿Las conversaciones asintiendo a cuanto yo decía? ¿Sus guiños escondidos cada vez que nos vemos? ¿Sus invitaciones a fiestas, reuniones y demás? ¿Su amabilidad y alegría al abrirme la puerta, todas y cada una de las veces?

-¿De qué coño hablas? ¡Pero si te detesta, Ben! ¡Te detesta! Su actitud cordial no es más que educación y diplomacia. Es inútil: incluso ahí verás una poética reacción al amor imposible. Verás despecho, cuando solo existe repulsión. Verás tormento, cuando lo único que hay es frustración y aburrimiento por una situación que se eterniza. Verás lo que desees ver, continuarás con tu trastorno erotomaníaco, y me obligarás a prescindir de ti. De mi mejor amigo. De una de las personas que más quiero, a la que más debo, y con la que más vida he compartido. Cuánto lo siento, Benito. Cuánto siento tu problema. Ese que no existe…

Le he tenido que colgar el teléfono. Lucas, mi querido compañero de juegos de la infancia, ese chaval de 13 años al que salvé la vida cuando se ahogaba en la vieja alberca del pueblo, continúa negando la realidad: que su mujer, Mara, vive la secreta agonía de estar enamorada de su mejor amigo. Que busque ayuda profesional él. Yo también la amo, y no pienso rendirme jamás.


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