Iván de la Nuez
La nueva novela de Juan Cárdenas tiene un título escueto: Ornamento. Y si Aldous Huxley hubiera nacido en Popayán, y en 1977, tal vez habría escrito un libro parecido. No es que Ornamento (Periférica, 2015) sobreactúe al presentarse como distopía colombiana, no es que sea exuberantemente fantástica o se quede extasiada en la violencia para dizque criticarla. Tampoco es un envoltorio pseudo-global embarrancado en disimular cualquier raigambre.
En medio de la Iconocracia imperante, esta novela se apunta a un ejercicio de Iconofagia -término que han compartido Norval Baitello o Alfonso Morales, término que preludiaron Oswald de Andrade o Fernando Ortiz-, de ahí que apele tanto a la gestión de las imágenes como a su digestión. Y de ahí, también, las debidas distancias con este presente en el que, derribados los ídolos –políticos, culturales, literarios- sólo nos queda su mutación estética. (Una frase de Hernán Cortés, que resume este proceso, repica en la novela como un mantra: “quitar los ídolos y poner las imágenes”).
Lo narrado en Ornamento es, entonces, un proceso de colonización contemporánea que se columpia entre el nacimiento de la violencia en Colombia y su supuesta domesticación, entre el mundo anterior al narco y su pretendida eliminación. En esa Colombia futura, las drogas se han asentado, por fin, en la industria farmacéutica; así que los médicos prescriben sin mayor problema la lisergia con el fin de apuntalar una paz que no es, precisamente, la derrota del crimen sino la certificación de su legalidad.
En la Colombia futura–presente de Cárdenas, la paz normaliza la violencia del mismo modo que la medicina estandariza el narcotráfico. Ahí tenemos, para acreditarlo, esa droga interclasista que protagoniza el libro y trae algo de dicha -y algo de desdicha- a los personajes que giran a su alrededor: el médico, la artista, las escogidas como conejillos de indias… Un elíxir capaz de regular nuestros deseos o carencias, y que, eso sí, sólo pueden consumir mujeres pues la testosterona aniquila sus efectos en los hombres.
Todo desde un laboratorio en el que no hay utopía a la vista sino el paisaje tranquilo de un desastre sin nombre. Un medio continente, como la Atlántida, originado en algún antiguo esplendor, o alguna antigua catástrofe, siempre dispuesto a volver a la superficie para recuperar el lugar que le pertenece.
Juan Cárdenas deja caer sobre los lectores una voz que intenta dotarse de identidad en un mundo sin estilo. El suyo es el arte de un tiempo en el que, incapacitados para concebir nuevos ornamentos, se hace inevitable modificar la percepción de aquellos que ya existen.
Quizá al final, y sin llegar al spoiler, descoloque la pirueta que le sirve de epílogo. También es posible que, sin ese contraste tan rotundo, la crítica de la civilización que aquí se acomete no alcanzaría la fuerza suficiente.
En cualquier caso, Ornamento dista mucho de ser una pieza escrita para rendir culto a un mundo colonizado por las imágenes. Es, por el contrario, la constatación de que, bajo la avalancha de esas imágenes que pixelan nuestras tragedias, han sabido resistir nuestras diversas tiranías mientras aguardan el momento de darle “reiniciar” a su sometimiento.
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