Revista Diario
La noche había llegado a su fin. El amanecer entraba por la ventana de una habitación que aun exudaba lujuria, pasión llevaba al máximo nivel. Ella seguía envuelta en las sábanas revueltas de una cama que le había sido testigo durante toda la noche de lo sucedido:
«Las sábanas huelen a ti, no podré abandonar este lecho si tú sigues estando en él. En mi mente solo hay cabida para un recuerdo; tus manos, que mi cuerpo recorren, arden al saber que te anhelo. Tus labios, que los míos abrasan, arden ansiosos de deseo. Imposible despegar de mí tu aliento, que aún caliente, enciende mi más intensa pasión aún en tu ausencia. Embriagada de ti, anclada al momento que no quiero olvidar, te siento por cada poro de mi piel».
En otra parte de la ciudad, un enigmático ejecutivo intenta empezar el día después de una noche en la que el sueño se abstuvo de hacer acto de presencia. Tenerla a su lado era la única condición para que no quisiera dejar de acariciarla, besarla, amarla. En su mente un único pensamiento dominaba sus deseos:«No encuentro un solo motivo que me aparte de tu presencia. Estúpido he sido al abandonar nuestra cama. Craso error pensar que de ti me podía alejar. Desgarrador lamento en el que, después de ti, mi alma abandona su sosiego».
Cada encuentro que comparten, cada instante que viven y sienten, lo convierten en único e irrepetible. Jamás habrá otro momento igual. Todo quedará en el más profundo de los recuerdos que rasgan el alma quebrada cuando no se sienten el uno al otro. Eliminar la huella marcada en cada ocasión de amarse, imposible.Hacer realidad la fantasía que la mente provoca en el destierro del más erótico de los momentos, quimera. Colocar una barrera para no destruirse tras la pérdida de la intensa llamarada que convirtió su pasión en impetuosa lujuria, inviable.
En aquella cama donde sus cuerpos se unen volaran juntos hacia una nueva eternidad.