Revista Literatura

Dos revólveres (v)

Publicado el 06 julio 2013 por Benymen @escritorcarbon

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DOS REVÓLVERES (V)

El polvo inundó la estrecha vivienda y provocó las toses de las dos personas que habían atravesado el techo. El lugar parecía estar vacío y nadie había acudido a ver la fuente de tanto ruido. Braulio el Rojo, que aún sufría la herida de su espalda, había caído sobre el cuerpo de Tomás pistola pesada que se hallaba desorientado debido al golpe. Por la cabeza de Braulio desfilaron los últimos acontecimientos a los que había tenido que enfrentarse, la traición de Tomás, el ataque de sus propios hombres, la huida de El Oeste y el abrupto final de ésta cuando habían caído en el interior de esa casucha.

A Braulio no le había sorprendido el intento de asesinato de Tom, era cuestión de tiempo que el pistolero quisiera calzar unas botas más grandes. Siempre se había preguntado cómo iba a enfrentarse al problema, pero no entraba en sus planes el verse en una situación como la que estaba viviendo en ese momento. Un balbuceo de Pistola pesada lo devolvió a la realidad, Tomás estaba volviendo en sí y no tardaría en intentar acabar lo que había empezado en el saloon de Braulio.

Tom abrió los ojos sin saber muy bien dónde estaba. Sabía que yacía en el suelo de algún lugar y que un gran peso en su espalda le impedía moverse. Trató de decir algo pero fue incapaz de articular palabra, notaba la mandíbula dolorida y en la boca tenía el familiar sabor de la sangre. Hizo memoria y, poco a poco, los acontecimientos volvieron a su cabeza. Siguiendo el mismo hilo de pensamiento que Braulio había utilizado ya, Pistola pesada llegó hasta el momento de la caída y supo de inmediato qué era lo que tenía en la espalda, supo que El Rojo estaba sentado sobre él.

Tom se revolvió y trató de girar la cabeza, pero un fuerte puñetazo le volvió la cara una vez más contra el suelo. Saboreó la tierra y escupió un diente empapado en saliva y sangre. Una mano le aferró el pelo y tiró de su cuello hacia atrás, El Rojo le giró la cabeza y le propinó un nuevo puñetazo más fuerte que el anterior. Pistola Pesada se mantuvo consciente a duras penas cuando su cráneo golpeó el suelo. A Braulio le costaba trabajo respirar, no estaba en mejor estado que Tom y, además, la herida en su espalda lo debilitaba cada vez más. Fue esa debilidad la que jugó a favor del vapuleado Tomás que, en el siguiente puñetazo, pudo escurrirse a tiempo y consiguió desequilibrar a su atacante.

Braulio aflojó por unos segundos la presión que ejercía sobre el cuerpo de Tom y éste aprovechó la ventaja para patear al Rojo en el estómago. El pistolero calvo soltó un bufido mientras se llevaba las manos al vientre y tuvo que retroceder unos pasos para recuperarse. La lógica dictaba que Tomás aprovechara ese momento para atacar con más fuerza, pero él también necesitaba un momento de sosiego para establecer la estrategia más adecuada.

Ambos contendientes se evaluaban mutuamente sin acercarse lo suficiente como para recibir un nuevo puñetazo. Tom vio un brillo por el rabillo del ojo y se giró hacia el lugar del que provenía. Semienterrado entre los restos del techo se hallaba el revólver de Braulio, cargado y a punto de disparar. Algo en su expresión debió delatar a Pistola pesada porque El Rojo se percató del descubrimiento y se abalanzó sobre la pistola. Tom no tuvo la velocidad suficiente como para anticiparse y, para su desgracia, se vio encañonado por un sonriente Braulio que lo miraba con desdén.

—Mira, Rojo…

—¿Mira? ¿Me vas a explicar el por qué? —cortó Braulio.

Tom se quedó inmóvil, sin despegar la vista del cañón de la pistola. El Rojo amartilló el arma.

—Me importa una mierda el por qué, empezabas a ser un problema, Pistola, y vas a dejar de serlo esta misma mañana.

El tambor del revólver se alineó y Tom cerró los ojos esperando el disparo. El sonido que escuchó fue muy diferente, como un golpe metálico, y, al abrir los ojos, se encontró con una muchacha desaliñada que empuñaba una sartén frente al cuerpo inconsciente de Braulio el Rojo.

—¿Quién? —atinó a preguntar Tom antes de recibir un doloroso golpe en la cabeza.

Una atractiva mujer judía de piel y pelo morenos se acercó hasta la niña y le dio un cariñoso beso. A continuación, ambas se aprestaron a atar a los dos pistoleros inconscientes.

Continuará.


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