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Estaba inmóvil frente a la estantería. Mi cuerpo se había detenido, pero mi mente trabajaba con una actividad febril. Paseaba mi mirada por las baldas del mueble, una pieza moderna de diseño que parecía hecha de maderas nobles talladas a mano. Recorría las líneas rectas y sin adornos del mueble lleno de libros. Los había grandes, pequeños, con tapa dura o tan viejos que ya no tenían ni cubierta. Sólo podía coger uno antes de marcharme y, para mi agobio, sabía que nunca volvería a estar en esa librería de extrañas normas.
Mi retina trabajaba sin descanso, tratando de absorber toda la información y de llegar a la elección más óptima. ¿Cómo me sentiría si acababa eligiendo un mal libro? Leía los títulos pero sabía que, al igual que la portada, podían ser engañosos y ocultar una soberana decepción. Decidí que no podía perder más tiempo, tenía que escoger uno y tenía que hacerlo ya. Mis ojos se detuvieron y, como respondiendo a una orden inconsciente, mi mano derecha agarró el libro sobre el que descansaba mi mirada.
Salí del local y caminé unos metros antes de detenerme para mirar mi recién adquirida posesión. Todavía estaba abrazado al libro así que, con lentitud, lo aparté de mi pecho y bajé la vista a la vez que se me aceleraba el pulso. El volumen era de tapa dura y estaba en un estado bastante adecuado aunque se veía que había pasado por varias manos. En unas ostentosas letras doradas sobre fondo verde se leía “La princesa de las espías”, un título bastante revelador, pensé, imaginando una historia de amor e intriga. Acaricié la portada, la superficie era rugosa y los surcos de las letras se notaban a la perfección cuando pasaba los dedos por encima. Era un buen libro.
Me costó pero, después de varios minutos, me decidí a abrir el tomo y saber lo que tenía entre manos. El delicioso olor a papel me inundó los sentidos y recuerdos, no pude evitar sonreír. Fui pasando página tras página fijándome en pequeños detalles como la tipografía, la cantidad de diálogos, los nombres propios… No me había equivocado, al leer un par de párrafos aleatorios, supe que era una novela de intriga. Habría no menos de quinientas páginas así que tenía para una semana, un par de días si realmente me enganchaba la historia.
Impaciente por comenzar, cerré el libro y lo guardé en mi bolsa de deporte. Frente a mí había un puesto de periódicos y me di cuenta de que el vendedor no dejaba de mirarme con extrañeza. No me costó entenderlo, llevaba casi diez minutos haciéndole caricias y olfateando a un libro. Debía parecer un loco pero, ¿hay algo mejor que perder completamente la cabeza por los libros?