Beatriz Benéitez Burgada. SantanderYa sabéis que ayer fui al cine, a ver Katmandú. Llegué un poco justa, cuando ya estaban proyectando los trailers. Mientras subía las escaleras de la sala y elegía fila para sentarme -había poca gente-, me acordé de la abuela. Le encantaba el cine. La primera película que vi con ella, al menos que recuerde, fue El Principito. La última, Memorias de una Geisha. Entre una y otra, tres décadas. Me vinieron a la cabeza ayer muchas de las películas que vimos en cualquiera de los cines de Santander y que hace años cerraron sus puertas: el Capitol, El Santander, Los Ángeles o los Bahía. Ahora ya sólo quedan cines en las grandes superficies. Ayer, la luz estaba apagada cuando entré, y recordé también a los acomodadores. Con su uniforme y su linterna en la mano. La mayoría eran mujeres, y te acompañaban en silencio hacia las ¨localidades¨ después de mirar la entrada con su linterna... Empezó la película y me perdí en Katmandú. Pero hoy he vuelto a acordarme de ellos, y eso me ha hecho pensar en algunos de los oficios que ya no existen o están a punto de desaparecer. Y no hablo de trabajos más antiguos, como los pregonero, colchonero o los serenos, a los que yo no conocí. Sino de profesiones que las personas de mi generación recordamos bien.
Escribí hace poco sobre los teclistas, a los que los corresponsales dictábamos las informaciones por teléfono cuando trabajaba para el diar ABC. Los e-mails las hicieron desaparecer. En el Diario Montañés trabajaban también dos correctores. Sentados en una pequeña sala, leían en alto y por turnos los borradores de las páginas del periódico del día siguiente, corrigiendo todas las faltas y erratas que encontraban. Los programas correctores de ordenador les borraron del mapa. En el mismo periódico había un cuartito de revelado para los fotógrafos. Tenía una puerta giratoria opaca para que no entrase la luz y las instantáneas no se velasen. Me encantaba entrar mientras metían sus fotos en los líquidos y las tendían en una cuerda para que se secasen. Ellos siguen trabajando allí, lo que desapareció en este caso fue el cuartito del revelado. Las cámaras digitales lo fulminaron.
En verano era frecuente que a los niños nos encargaran en la playa estar atentos para ver pasar al ¨patatero¨. Con una gran desta de mimbre colgada del brazo, paseaban por la arena anunciando sus productos: caramelos, pipas, chicles, patatas fritas... No hay máquinas de ¨vending¨en la playa, pero lo cierto es que ¨los patateros¨hace tiempo que no están. No se si la crisis los traerá de nuevo. En verano estaban los barquilleros, y en invierno las castañeras. Por el pueblo en el que vivo, todavía pasa el afilador de vez en cuando. Creo que ese será uno de los próximos en extinguirse. No suelo pensar en ellos, me fijo más en el presente. Pero ayer eché de menos al acomodador. Y si, de camino al cine, hubiera encontrado una castañera, hubiera comprado una docena de castañas envuelta en un cucurucho de papel.