Revista Diario
El amigo Hans
Publicado el 14 agosto 2011 por ChirriVer a mi amigo Juan después de tanto tiempo,me causó una gran alegría, eran ya dos, no, tres años desde la última vez quenos vimos, pero la magnífica amistad que teníamos cultivada desde la infancia,hizo que esta no se resintiera, al contrario, en cuanto nuestros caminos sevolvieron a cruzar una tarde tormentosa de agosto, un fuerte, dilatado yemotivo abrazo nos unió.- Cuánto tiempo ha pasado – Por mi parte no fue una pregunta, más bienuna aseveración.- Demasiado, te lo juro, demasiado.Viendo en qué se había transformado, no hubepor más que darle la razón, aquel joven atractivo para las mujeres por su porteatlético y su rostro varonil, con un duro mentón y unas mejillas sonrosadas,avanzadilla de un cuerpo recio sin un ápice de grasa y con una musculaturaenvidiable, todo eso se había transformado en un pobre hombre de rostrocetrino, pómulos y ojos hundidos, y con un cuerpo con una delgadez extrema, eraapenas una sombra de aquel Juan que conocí. Un par de truenos nos decidieron a buscarcobijo al resguardo de una cafetería, allí delante de un par de jarras de frescacerveza me empezó a relatar sus penalidades de estos últimos años.Un día. –me dijo. – comencé a sentirme hartode la vida que llevaba, cada vez necesitaba nuevas emociones, la típica historiadel pobre niño rico, después de una época dedicado a los deportes de riesgo,estos cada vez me daban menos satisfacción, no encontraba un sentido a la vida,un día hice como los Beatles, me marché a la India y estuve con el rollo de lameditación transcendental con un gurú, tu no veas que parafernalia, parecíatodo verdad, mucho incienso, muchas posturas del loto, ya te lo puedesimaginar, un sacadineros total, despechado, cambié de continente, en América, el sueño de California acabó hace tiempo, sólo encontré losrostros y actitudes totalmente estereotipados, nada nuevo bajo el sol.Lo único que destacar de aquella época es queconocí a un holandés, Hans, que casualidad que nos llamásemos igual, con lasmismas inquietudes y búsqueda de valores que yo, conectamos enseguida, en laplaya pasábamos horas y horas charlando, ya sabes de lo divino y de lo humano,de la falta de valores de esta sociedad, de la búsqueda de la felicidad y de elsignificado de la palabra vivir.El desierto de Sonora fue nuestra siguienteetapa, en compañía de varios descerebrados como nosotros, descubrimos el peyotey los sapos alucinógenos, parecía que esto nos había dado un nuevo impulso anuestras vidas sin rumbo, durante meses nuestros cuerpos y nuestras mentesestuvieron en planos existenciales distintos, a otro nivel, éramos felices anuestra manera, aunque cada vez nuestros cuerpos se iban resintiendo. El parón vino de golpe, las autoridadesnorteamericanas dijeron basta, e hicieron una limpieza en toda regla, nostrataron como indeseables y nos devolvieron de malos modos a la vieja Europa,después de comentarnos que no seríamos bien venidos de nuevo dentro de susfronteras, en el camino de regreso, alguien nos habló de los efectos en la mentede la ayahuasca, al parecer ciertas tribus del Perú, efectuaban rituales en losque se consumía esta droga, con unos efectos muy singulares sobre la mente, porlo que recién aterrizados, en el mismo aeropuerto, sacamos dos billetes hacianuestro nuevo Eldorado.Aterrizamos en Lima y enseguida nos integramosen una expedición hacia la zona selvática del país, allí los lugareños nosindicaron la manera de ponernos en contacto con la tribu Shuar, poseedores delsecreto de la fabricación de la ayahuasca, para no dilatar mi relato, no tereferiré las vicisitudes que pasamos hasta poder encontrar la tribu, en unmedio tan hostil como la selva tropical, sólo te diré que fueron ellos los que noslocalizaron cuando ya nuestra fuerzas nos abandonaban y estábamos al borde dela inanición.En su poblado, un lugar igual como serefieren en los documentales, una gran cabaña circular, con un techo de hojas alargadas y varios fuegos en elcentro, múltiples hamacas colgaban cerca del muro hecho con recios troncos. Nosrecibieron con alguna curiosidad y nos preguntaron el motivo de nuestraestancia en la selva, apenas les podíamos entender en su jerga hecha depalabras nativas mezcladas con otras castellanas y portuguesas.Desde el principio nos dejaron muy claro alconocer nuestra motivación, que no nos veían con buenos ojos, la existenciaallí ya era lo suficiente difícil como para alimentar a dos bocas más, no veíancomo seres improductivos, incapaces de aportar nada a la comunidad. Esa mismanoche celebraron un conciliábulo del que no nos dejaron participar, ni nosíbamos enterando de lo que decían, después de varias horas de espera, se acercóel chamán y nos dijo que podíamos participar en la ceremonia de la ayahuasca,pero que deberíamos pagar por ello, no nos importaba, le dijimos, éramoscapaces de soportar todos los pesados trabajos que nos impusieran.Pasamos todo el día siguiente alimentados porlas mujeres de la tribu, poco era lo que nos podían dar, no era época de caza yno tenían carne que ofrecernos, por lo que nos sustentamos con un puré que nosofrecieron además de una calabaza de chicha, un licor semifermentado que noscomenzó a embriagar levemente. Los nativos mientras tanto iban llenando elespacio central de la cabaña con grandes troncos secos preparando una granpira, a la vez se iban adornando con sus mejores galas consistentes en grandestocados de plumas, a la vez que se embadurnaban el cuerpo de barro de distintoscolores, a nosotros nos desnudaron completamente y nos ofrecieron un sucintotaparrabos solamente, creo que para evitar el contraste de nuestras blancaspieles, también nos embadurnaron de un barro ocre.Se hizo de noche y nos reunimos delante de lagran hoguera recién encendida cuyos troncos comenzaban a crepitar, las mujeresempezaron a entonar una canción una y otra vez repetida como si se tratara deun estribillo sin fin, Hans y yo cada vez más íbamos perdiendo conciencia de larealidad, pues no paraban de ofrecernos calabazas de chicha que vaciábamos sinparar. De repente se hizo un silencio sepulcral acompañando la entrada delchamán, éste portaba un canuto de madera como de medio metro, e iba soplando aintervalos en las fosas nasales de los varones de la tribu puestos en fila,cada vez que esto sucedía, un griterío ensordecedor atronaba nuestros oídos yel indio al que el chamán le había introducido la ayahuasca, caía al suelo enmedio de convulsiones.Por fin llegó nuestro turno, después de ver aHans caer al suelo, el chaman me puso el tubo y sopló, dándome la vida, lamuerte, el dolor y el placer, todo a la vez ¿Cómo explicar aquello? Oía lacigarra cantar en lo alto del árbol y sentía que era yo, frotaba la pata contrala caja de resonancia de mi abdomen, tambiénera la larva del escarabajo que poco a poco iba royendo la madera del poste centralde la choza, ora soy una tarántula escondida bajo una piedra sorbiendo losjugos de la presa que acababa de capturar, miles de sensaciones en una, algoirrepetible, de pronto era un ente fuera de mi cuerpo sobrevolando el poblado,observando como el chamán de una certera puñalada, atravesaba el corazón de micompañero Hans, con el mismo puñal y con un gesto experto, lo decapitó fríamente,las mujeres rápidamente comenzaron a despedazar el doliente cuerpo de mi amigo,lo más horroroso, es que nuestro pago por la experiencia, era el aporte de proteínasde origen animal que tanto escaseaba en la tribu en aquella época, pues con lostrozos de mi amigo iban llenando pucheros y ollas.Mi horror llegó al límite al ver lo que hacíael chamán con la cabeza de mi amigo, con dos certeros tajos desolló la cabeza yclavó la calavera en una estaca junto a la hoguera, los ojos ya sin parpados mirabanaterrados a los miembros de la tribu y se fijaban en los míos culpándome a míde su desgracia, me gritaban quedamente: ¡Y tú tienes la vergüenza de estarvivo!Para entonces creo que había dejado de hacermi viaje astral a través de los insectos del lugar y me revolvía inquieto en uncuerpo de pesadilla, dentro de una hamaca, empapado en sudor y con el saboracre de mis vómitos en mi boca, apenas era capaz de apreciar como el chaman introducíael pellejo de lo que quedaba de Hans en un caldero hirviendo, donde iba añadiendojugos y hojas de plantas, no tardó mucho en sacarlo de allí y tomando variospuñados de cenizas calientes rellenó aquel pellejo, con cuidado para que noescaparan las cenizas, cosió los agujeros que fueron los ojos, boca y cuellocon burdas puntadas, hecho esto, la colgó de los cabellos junto a la lumbrepara que se fuera ahumando.El horror que sentía, junto a algo que mehabían echado en la bebida, me imposibilitaba salir de allí como deseaba, me notaba febril yconstantemente estaba durmiendo, con terroríficas pesadillas, en las que unasveces yo era la victima del sacrificio y otras el verdugo de mi querido amigoHans, pero en todas ellas, los ojos, sus ojos me miraban acusadores, llorosos, mereclamaban que lo sacara de allí, no quería pasar toda la eternidad entreaquellos salvajes.Supongo que a mí me reservaban para cuandohubiesen terminado con mi compañero, por lo que tenía la angustia de saber cualera mi fututo allí, una noche, no sé cómo, tuve el valor y la fuerza de salir demi hamaca y tambaleándome, descolgué los restos de mi compañero y salí de allíevitando hacer cualquier ruido, huelga decirte las calamidades que pasé,semanas enteras de horror, huyendo de aquellos salvajes, temiendo caer en supoder o en el de las fieras que poblaban la selva, al borde de la muerte, puessólo conseguí alimentarme de algunos puñados de insectos, llegué a un poblacióndonde me acogieron y me curaron.Hace un mes conseguí ser repatriado y aquí meves deambulando y haciendo acopio de fuerzas para ir a Holanda, quiero visitar alos familiares de Hans y contarles la terrible experiencia y el triste finalque tuvo el desdichado, para nuestra desgracia, nadie nos dijo que a la tribushuar, también se la conoce por el terrible nombre de los jíbaros.En ese momento abrió una pequeña caja demadera y allí mismo estaban los despojos del desdichado Hans, reducidos altamaño de una naranja.