Beatriz Benéitez Burgada. SantanderLa comunicación es uno de los temas que me apasionan. Comunicar es sencillo y complicado al mismo tiempo. Aunque pueda parecer una acción individual -tal persona es una excelente comunicadora-, en realidad es un trabajo de equipo. Porque tan importante es comunicar bien, como recibir los mensajes correctamente. Hay un término en comunicación que me interesa especialmente. Es el arco de distorsión, que es la distancia entre el mensaje que se emite y el que finalmente se recibe. Por ejemplo, en una conversación entre dos personas, el arco de distorsión sería la distancia entre lo que una de ellas quiere decir, y lo que la otra retiene. Hay muchos estudios sobre este tema y distintas definiciones. Pero, como casi todo, las cosas pueden simplificarse y no hace falta entrar en complejas teorías. En primer lugar está lo que se quiere decir. Este mensaje inicial puede sufrir ya los primeros cambios al ser emitido, porque se hará de forma más o menos fiel en función de lo que sabe decir, es decir, de la capacidad de expresión. El tercer paso para el emisor es lo que finalmente se dice. Si nos centramos en el receptor, podemos hablar de lo que se oye, que no es lo mismo que lo que se escucha. Esto no siempre coincide con lo que se comprende y lo que, en definitiva, se retiene. La modificación del mensaje desde la idea inicial -lo que se quiere decir- y el resultado final -lo que se retiene- es lo que llamamos arco de distorsión.
Imaginaros lo que ocurre cuando dicho mensaje pasa por varias bocas, varios oídos y varias mentes. Bueno, no tenéis que imaginar mucho, porque es lo que ocurre con frecuencia: que el arco de distorsión es enorme. Porque se amplía un poco más con cada filtro que pasa. Porque, aunque sea de forma inconsciente, es difícil reflejar un mensaje de modo absolutamente fiel. Y esa es una de las mayores responsabilidades de las personas que nos dedicamos a la comunicación, entendida en sentido amplio y muy especialmente de los periodistas.Como todas las profesiones, lo que en un principio puede ser un trabajo apasionante, tiene muchas posibilidades para terminar convirtiéndose en algo rutinario. Y creo que eso hace que algunas veces, los periodistas, no seamos del todo conscientes de nuestra responsabilidad. No pensemos que un mensaje que emitimos, una información trasmitida, puede llegar a miles de personas. Y que, en función de la forma en la que reciban el mismo, pueden crearse opiniones. Es decir, creo que lo somos en teoría, pero puede que no pensemos en ello con la frecuencia necesaria. La cosa se complica aún más con los avances tecnológicos, las redes sociales, las dos punto cero. Ahora cualquier persona tiene la posibilidad de trasmitir mensajes que, de forma viral, pueden llegar a miles de personas. Y no sé si son conscientes de la responsabilidad que eso supone. No sé cual es la forma de fomentar ese sentido de la responsabilidad. Pero alguna tiene que haber. Y deberíamos encontrarla.