Revista Diario

El botón rojo ( y II)

Publicado el 21 febrero 2011 por Chirri
Esta vez no iba a dejar que me diera esquinazo, por lo que corrí desaforadamente, como si mis pies tuvieran alas, enseguida le tuve a mi alcance y a pesar de los regates que tiraba, le pude poner una zancadilla con toda mi mala leche y con la misma, se fue de bruces contra un coche y yo me tiré encima de él. Una mujer que pasaba por allí me increpó:
- ¡Animal, suelte al niño, voy a llamar a la policía!
Jadeante, apenas podía articular palabra, aunque si me quedó arrestos para sacar la placa y chillarle a la mujer.
- Señora, no es un niño, es un enano y no hace falta que llame a la policía, pues ya está aquí.
Me incorporé a duras penas por mi fatiga, levantando el enano por el cuello de la camisa y el cinturón, hecho esto lo aplasté contra el lateral de un coche y le grité:
- Respóndeme malnacido ¿Qué relación tienes con las muertes? ¿Por qué pones botones rojos en los muertos?
Con una sonrisa que creo picarona, me guiña un ojo y me responde:
- Creo que no te va a gustar mi respuesta, sobre todo porque no me vas a creer.
- Pruébalo, te sorprenderías la cantidad de historias que oigo al cabo del día, todos los mentirosos y cuentistas de la ciudad pasan por mi despacho intentando que los crea, haz tu la prueba.
- Está bien, pero luego no te sorprendas del resultado, para empezar te diré que no soy de este mundo, soy un diablejo escapado del mismo infierno, al que le encanta poner el mundo patas arriba y se me ha ocurrido poner botones rojos en los asesinatos de esta ciudad, sobre todo para marcarlos a la hora de la llegada del segador de almas, con esta señal ya sabe que esta alma es patrimonio del infierno.
- Pues si, tenías razón, no me gusta tu respuesta, así que tira para comisaría, te voy a sacar la verdad a mamporros, cuando termine contigo no vas a valer ni para acompañar al bombero torero.
Eché mano al bolsillo posterior del pantalón para ponerle los grilletes, cuando le vi sacar un polvillo de la nada y acto seguido sopló sobre el en dirección a mi rostro, no tuve tiempo de volver mi cara hacia un lado, por lo que aspiré a mi pesar aquel polvillo, estornudando copiosa y ruidosamente, los ojos me picaban terriblemente, por lo que solté a mi prisionero para frotármelos, cuando conseguí abrirlos de nuevo, me encontré que había desaparecido y en el lugar donde había estado hacía unos instantes, solo se encontraba un botón de color rojo, me agaché y lo recogí, metiéndolo en mi bolsillo a continuación.
Me alejé de allí meditabundo y mirando al suelo, ¿Qué solución tenía el caso? Enseguida la prensa se iba a echar encima de la policía, ya imaginaba los titulares: El asesino del botón rojo, la policía no tiene pistas fiables sobre el caso. No, debía desechar estos pensamientos, la solución debía venir a mí, no podía concebir que este individuo fuera un enviado del diablo, más bien creía a pies juntillas que era un desequilibrado con ansias de notoriedad, de la misma ralea del pirómano que disfruta más con la aparición de la noticia en los periódicos que del hecho de pegar fuego a un edificio o un bosque. Embebido en mis pensamientos no me di cuenta que acababa de volver junto a Bernal.
- ¿Capturó al enano, jefe?
- ¿De qué enano me hablas, imbecil?
- Cual va a ser, lleva usted toda la tarde hablando de un enano que nadie ha visto y persiguiéndolo después.
- Mira Bernal, tu querías irte de vacaciones en Agosto, ¿verdad?
- Ssssi jefe
- Pues miéntame de nuevo al enano y verás la playa en fotografía, aquí no ha habido ningún enano. ¿Estamos?
- Como usted diga jefe.
- Pues eso, termina aquí, yo me voy a comisaría a terminar el papeleo.
……………………………….
Varios días después me hallaba de nuevo en el Buho bizco, saboreando mi cubata mientras observaba a Thomas pergeñando el milagro de dejar limpio como la patena, un vaso de cristal, con el trapo más sucio que había visto en mi vida.
- Bueno inspector, aun no me ha contado como resolvió el caso de los botones rojos.
- Te voy a decir una cosa Thomas, quizás porque eres mi confesor de guardia, o porque tengo cuenta en tu local, o simplemente porque se que eres tan discreto como una tumba, en fin te lo voy a contar. Sabes que necesitaba algo que rompiera el modus-operandi del enano que quería fastidiarme la vida y bueno… ¿Te hablé alguna vez de mi amistad con el empresario Amancio Hortera?
- Si, claro, el de la cadena de tiendas Zara-goza.
- Pues me debía un favorcillo, un tema embrollado de sexo y algo más, desde entonces lo tengo comiendo en la palma de mi mano. Pues como te decía, le plantee una cuestión si era posible alterar algo la moda de esta primavera, nada, apenas un adminículo que introducir en la vestimenta masculina.
- ¿Y en qué consistió el cambio en la moda?
- ¿Tú estás ciego o qué? – Le dije mientras lanzaba al aire uno de los botones rojos aprehendidos aquel día.
Si, debía de estar algo ciego para no observar que todos y cada uno de los pollos que estaban en el bar en aquella hora, así como toda la gente que deambulaba por las calles de la ciudad, llevaban prendidos en la solapa un pequeño botón de color rojo.
El botón rojo ( y II)

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