
Luego me tocó a mí y al colega apechugar con nuestra parte de progenitor sádico y llevamos a nuestra hija a aprender a nadar. Salió al tío David la muchacha, también pataleaba y eso que la llevábamos junto con un amiguito algo más resignado, en general la situación se complicaba cuando el resignado se pasaba al bando de la niña y ambos la armaban. Pero nada, nosotros lo teníamos claro, con lágrimas y haciendo “de tripas corazón” los arrastrábamos hasta la piscina donde en poco rato se sorbían los mocos y le echaban miniovarios y minihuevos y se tiraban a la piscina.
Qué duro es aprender, verdad ¡.