Oye, Ray. ¿Te acuerdas de la noche en que nos conocimos? Llovía a cántaros, tanto que apenas podía ver dos centímetros más allá de mis pestañas, pero tú te hiciste ver. Frenaste tu vieja motocicleta Harley Davidson en el arcén donde yo luchaba por hacer que el motor de mi Beetle dejase de humear.
Llevabas tu chaqueta de cuero y el pelo empapado por conducir sin casco bajo aquel aguacero. Te acercaste, apartándote varios mechones de la cara y me preguntaste si le pasaba algo a mi chatarra. No pude menos que reír porque llevabas razón y aquel coche no era más que una lata oxidada, y porque habías metido los pies de lleno en un charco de varios centímetros de hondo.
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